Las infancias y el tiempo. Esteban Levin

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Las infancias y el tiempo - Esteban Levin Conjunciones

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ritmo se enlaza en el movimiento del devenir. Nuevamente el marco, el límite y borde, está atravesado por el tiempo del final y no es de verdad, es de mentira, de juego.

      El tiempo en la infancia implica una posición de vanguardia. Está por delante, por detrás, propicio y cercano a cualquier otro. Por primera vez en la experiencia infantil se divide lo temporal y se crea el pasado que hasta ese instante jamás estuvo. Existe cuando se sustrae del presente y es tomado en la red relacional de la comunidad, todo lo cual causa y estructura la herencia que se dona como acto de amor y alianza.

      Sin darse cuenta, al jugar, los chicos inventan crisoles de tiempo, los atraviesan y, al hacerlo, la experiencia es otra, decanta en otras huellas todavía a resignificar. En este sentido, valdría la pena interrogarse por el lugar que ocupan la infancia en la comunidad y la comunidad en la infancia, para darnos cuenta por qué es la vanguardia de lo imposible hecha realidad (como en los golpes, ficcionales y a la vez reales, que Tamara juega con su muñeca).

      Nunca comprenderemos el tiempo si no somos capaces de captar lo que no puede ser contado como tal; lo esencial se escabulle en los intersticios. Cuando nos detenemos a mirar lo temporal, este ya nos ha mirado. En este punto de fuga se pierde en el horizonte del futuro, cercano, pasado.

       Como lo acabamos de plantear, la palsticidad del tiempo implica salir de él y pasar a otro. ¿Qué sucedería si no se puede salir, si el sufrimiento es tal que, en lugar de pasar por un cristal, permanece atrapado en una posición gozosa, autoengendrándose sin corte posible que permita la fluidez del devenir? Aparece un tiempo como el país de Jamás Nunca actual, sin virtualidad, como un síntoma o un diagnóstico que se actualiza con tanta potencia e intensidad que elimina cualquier historia.

      En nuestro trabajo cotidiano, abrimos la posibilidad de que la imagen sensoriomotriz no coincida consigo misma, con el mismo tiempo del cual se parte. Donamos la ficción y el tiempo afectivo para que caiga en otra temporalidad que le permita devenir. El sufrimiento encarnado en lo sensoriomotor funciona en la tensión móvil del cuerpo. Los golpes de Tamara presentifican la imagen actual que no se encadena con ninguna otra, más bien da cuenta de la impotencia destructora sin virtualidad alguna. La plasticidad estalla de sentido inverso, desinviste, desenhebra.

      Se trata de crear en la actualidad de la imagen un “entretiempo” que abra la brecha del “entredós” y rompa el encapsulamiento del actual (en este caso, del dolor que no duele). Generar un cristal implica pérdida, división y devenir. Sorpresivamente, al esconderme, el tiempo no es verdadero ni falso; tampoco pretende serlo: juega en el borde. En una cierta incertidumbre entre el pasado, el presente y el futuro, efecto dramático de la ficción.

      Del gesto, del azar, del detalle, constituimos un enigma que a su vez transforma el espacio en otro territorio temporal. La calle, la vereda, los árboles, los autos, las personas que pasan, los vecinos devienen otros. Pueden ser un escondite, una guarida, un cómplice circunstancial, un secreto; hasta se superponen, son partes de otro escenario donde la homogeneidad de lo real da paso a lo heterogéneo de la imaginación que pone en acto la propia utopía realizada.

      Al jugar “espontáneamente” en la calle, a partir de una circunstancia casual (en este caso, un retraso, una mínima llegada tarde, como en otros puede ser colocar el auto en doble fila o estar esperando en el bar contiguo al consultorio) sostenemos una creencia, transgredimos la incredulidad, creemos y generamos la posibilidad de hacer creer que un árbol es un refugio; un auto, una caja mágica de Pandora o el bar un lugar para trazar coloridos dibujos en las blancas servilletas. La relación con las cosas cambia e invita a desplegar afectos insospechados. En ellos cobra sentido lo social en tanto lazo, don y apropiación de la propia herencia estructurante de lo infantil de la infancia y constituimos una zona de subjetividad.

      Muchas veces ponemos el cuerpo para poder captar el detalle en el azar, la intensidad de la fuerza de un gesto que, lejos de reflejar, produce, rompe, deforma, crea imágenes en acto, fantasías encarnadas. Verdaderos espejos de tiempo, en ellos, indefectiblemente, cuando creamos estos cristales los atravesamos; se pierde la inmediatez inerte de lo real.

      La infancia se pierde; existe como perdida; solo se encuentran fragmentos de acontecimientos corporales, recuerdos fractales, imágenes cristal en las que lo actual y lo virtual, indiscriminados, conviven y vuelven a desaparecer hasta el anterior futuro de la próxima pasada actualidad.

      Entretiempo, primera semana (7 días)

      Lo impalpable del tiempo constituye lo efímero.

      Peter Pan, como Tamara, no puede crecer, pero… ¿desea hacerlo? Entre el poder del deseo de crecer y la potencia de la posibilidad de no hacerlo transcurre la ficción de Peter. Las infancias de Tamara y las de muchos niños que se fijan al tiempo absoluto del sufrimiento naufragan en una isla-país que los aísla y los defiende de cualquier cambio que implica el riesgo de salir afuera sin garantías de retorno. Frente a la posibilidad imposible de perder ese lugar, se encierran con todas sus fuerzas en el país de Nunca Jamás. Parapetados allí, estáticos, construyen el refugio defensivo.

      Para rescatarlos de esos países tenemos que naufragar, volar y llegar a ellos. Nuestro mapa es la ficción, cada vez que releemos a Pan nos relacionamos con él, entramos al país y jugamos. Al hacerlo, somos otros y permitimos que Peter se asome a otros territorios. Cuando jugamos con Tamara, con sus padres y armamos la escena, entramos en el país de la infancia, naufragamos con ellos en el de Nunca Jamás, creamos deseos, donamos prismas de tiempo, afectos que no existían; hacemos de la tensión, del sufrimiento trágico, del golpe sin dolor de una niña de dos años, otra dramática en un escenario que desborda el anterior. En ese umbral de la ficción, lo doloroso de la existencia deviene la plasticidad de sentir el tiempo del juego del deseo.

      1- Un segundo es igual a 9.192.631.770 períodos de radiación, correspondientes a la transición de los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio. (Definición del Sistema Internacional de Unidades).

      2- J. M. Barrie, autor de Peter Pan, en su cuaderno de notas de 1922 revela lo siguiente: “Es como si mucho tiempo después de escribir Peter Pan me hubiese llegado su verdadero significado: un intento desesperado, aunque inútil, por crecer”. Si Peter encarna la eterna infancia, lógicamente abre la instancia de pensar la condición humana efímera y mortal y, frente a ella, la fantasía ficcional (Barrie, 2011).

      3- La teoría de los cristales del tiempo fue propuesta en 2012 por el premio Nobel de Fisica, profesor Frank Wilczek. Para él, estas hipotéticas estructuras tendrían la capacidad del movimiento perpetuo, ya que se desplazarían continuamente en una órbita circular, incluso en su estado de mínima energía o “estado fundamental”. Los cristales son una agrupación particular de átomos en los que se repite el mismo patrón que en el espacio. La teoría de Wilczek se basa justamente en esto: postula que si los cristales son capaces de repetir su estructura en el espacio, quizá podríamos hacer lo mismo en el tiempo. Esto significa que las partículas se moverían y regresarían periódicamente a su estado original. Los cristales del tiempo serían

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