Las infancias y el tiempo. Esteban Levin
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4- Cabría distinguir entre el tiempo instituyente y estructural de la subjetividad y el del desarrollo correspondiente al de la cronología y la evolución. Como afirmamos oportunamente, no hay desarrollo psicomotor posible sin la estructura que virtualiza esta posibilidad. Durante la infancia. los tiempo se tocan y trastocan sin excepción; el acontecimiento constitutivo es al desarrollo lo que un sujeto es al niño. La plasticidad es efecto y a la vez causa de este “entretiempo”. No todo existe al mismo tiempo. En sus Confesiones, el filósofo eclesiástico San Agustín de Hipona concluye: “¿Qué es el tiempo? ¿Quién podría dar con sencillez y brevedad una explicación? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si alguien me plantea la pregunta y quiero explicarlo, ya no lo sé. A comienzos del siglo XX, el astrónomo Camille Flammarion afirmaba: “El tiempo es el elemento más misterioso, el más difícil de concebir para el espíritu humano; es imposible dar una definición de él. Es el reloj marchando en soledad”. Imposible ganarle al tiempo; cuanto más ambicioso, más se lo pierde (Safranski, 2017; Marchon, 2018). Sobre esta temática, véase Yndi (2008). Bergson descubre el tiempo y la memoria en la vertiente de la creación y la vitalidad. Para este filósofo, la temporalidad es movimiento y mutación; de él se desprende la memoria como duración vital. En relación a la problemática del dolor, sucintamente se pregunta: “¿Qué sería en efecto, un dolor separado del sujeto que lo experimenta?”. Tal vez Tamara pueda darnos alguna respuesta (Bergson, 2006, y Levin, 2018).
5- Michael Foucault (2010) rescata los “contraespacios” que él denomina heterotopías; alude a lugares de ilusión y ficción en los que los niños juegan sus “utopías localizadas”: el fondo del jardín, la cama de los padres donde se puede saltar, esconderse entre las sabanas, armar una guarida o una carpa. En ellos, el placer de la realización enlaza la audacia de la experiencia. ¿Pero qué ocurre con esos espacios a nivel del tiempo? Se conforman heterocronías, rupturas temporales, ligadas a lo más insustancial; recortes, intervalos del tiempo “tradicional”. Deligny las llama “líneas de errancia”, de fuga; lejos de la acumulación o el consumo mediático y simultáneo, los consideramos verdaderos refugios de apertura hacia nuevas dimensiones que cautivan el deseo del niño, utopías temporales, es decir, heterocronías. Véanse Deligny (2015), Haudricourt (2019), Hang y Muñoz (2019), Szutlwark (2019), Blanchot (2008) y Derrida (2006).
6- El tiempo de la ficción está estructurado por el sinsentido que lo atraviesa y plantea la estrecha relación con la identidad y la imagen del cuerpo. Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas lo explicita de este modo: “¡Vaya día que estoy pasando! Y pensar que ayer mismo todo sucedía como de costumbre. ¿Será que he cambiado durante la noche? Vamos a ver, ¿era yo la misma cuando me levante esta mañana? Ahora que lo pienso, recuerdo que me sentía un poco extraña, como si fuera diferente. Pero si ya no soy la misma, entonces… ¿quién demonios soy?”. El disparate o nonsense enuncian los juegos lingüísticos, los ritmos sensuales propios de la primera infancia. Lo disparatado, por serlo, divide y separa, instaura un tiempo caótico, paradojal, que quiebra el sentido común y les permite a los más pequeños, íntimamente, apropiarse del eros del lenguaje. Deleuze, al analizar la obra de Lewis Carroll, destaca la paradoja temporal de la simultaneidad, por ejemplo, Alicia, en sus maravillas “a la vez no crece sin empequeñecer y a la inversa”. Tal es la simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar el presente. En la medida en que se esquiva el presente, el devenir no soporta la separación ni la distinción entre el antes y el después, entre el pasado y el futuro… Los acontecimientos son como los cristales, no crecen sino por los bordes, sobre los bordes… Esa fuerza de deslizarse que se pasará a otro lado, ya que el otro lado no es sino, el sentido inverso. Véanse Piglia (2017), Berger (2014), Melich (2016), Walsh (1995), Bajtin (1997) y Deleuze (2002).
7- Durante la niñez, la experiencia infantil produce lo que Lacan denominó “la represión simbólica”. Se trata mucho más de generarla que de levantarla o interpretarla; en esta instancia, el acto de jugar es estructurante tanto de la memoria como del olvido y la represión. Los objetos y fenómenos transicionales propios de la experiencia infantil pueden considerarse desde el punto de vista del tiempo como verdaderos entretiempos, en espera, suspenso que les permite a los pequeños soportar la ausencia con la esperanza y la promesa de que el otro regresara. Sobre esta temática, véase Braustein (2008), Lacan (1987), Kohler (2018), Concheiro (2016) y Winnicott (1972).
8- La gran implosión, también conocida como gran colapso (Big Crunch) es una de las teorías cosmológicas que se implementan para pensar el destino final del universo. La gran implosión propone un universo cerrado, es lo opuesto a la gran explosión (Big Bang), la expansión se iría frenando, poco a poco, hasta volver a comprimir la materia en una singularidad espaciotemporal. Cuando el sufrimiento aprisiona al cuerpo, lo encierra, lo comprime, ¿podemos pensarlo como una gran implosión subjetiva? El tiempo está presente en cualquier partícula elemental, el hombre es parte de esta corriente de irreversibilidad (Prigogine, 2006). Articular la temporalidad con la plasticidad neuronal y simbólica nos permite pensar desde otra perspectiva los aportes de la filosofía. “La plasticidad es el cuerpo del tiempo o el tiempo conectado al cuerpo (…) el tiempo del cuerpo es también, por supuesto, el cuerpo del sujeto”. Véanse Malabou (2011 y 2018); Arendt (2016) y Nancy (2013 y 2014).
9- Son los babilónicos quienes hacia el 2500 a. C. inventan la base de nuestro sistema de cómputos de las horas, que atraviesa las eras hasta llegar a nosotros. Pero, en la Edad Media (al igual que para los babilónicos), esas horas son “desiguales”: como la duración de la noche y del día varía a lo largo del año, también cambia la duración de las horas. Entonces, esta diferencia experimenta una verdadera conmoción: en el siglo XVIII hacen su aparición los primeros relojes, que comienzan a reemplazar los cuadrantes solares bastante menos prácticos… Ellos cuentan horas “iguales”, es decir, de la misma duración: es el tipo de marcación del tiempo que conocemos hoy. Así, a medida que el uso de los relojes se expande, el de las horas desiguales se pierde… Pero tener un reloj obliga a plantearse una pregunta: ¿cómo regularlo? Si el tiempo de la infancia es como el reloj de arena, no pasa avanzando, sino al caer. Necesita perderse para re-nacer. En este sentido, Lacan (2002) nos ofrece pistas para pensar lo ficcional: para él, “lo ficcional no es, por esencia, engañoso, sino, propiamente hablando, es lo simbólico”. Véanse Mujica (2014), De Certeau (2001), Freud (1989) y Machado (2018).
Capítulo 2 El país del diagnóstico: el tiempo parental
Prismas del tiempo, el decisegundo (1)
Hace falta mucho, mucho tiempo para ser joven.
Pablo Picasso
Pues apenas el tiempo se divide en ayer, hoy y mañana; en horas, minutos y segundos, el hombre cesa de ser uno con el tiempo, cesa de coincidir con el fluir de la realidad.
Octavio Paz
Peter Pan no tiene recuerdos; más bien, por un lado, los desafía y, por otro, les tiene tanto miedo que la memoria se paraliza, no deviene. Si bien no teme a la muerte o a los piratas (como el temible Capitán Garfio), le asusta alejarse del país de Nunca Jamás y, más específicamente, crecer. Esta situación lo lleva a