El pase antes del pase... y después. Irene Kuperwajs

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El pase antes del pase... y después - Irene Kuperwajs

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respecto de los límites terapéuticos del análisis.

      Ferenczi proponía una reducción de la simbolización a favor de la descarga y repetición del trauma. Por ello adscribe al trauma de nacimiento de Rank, que lo piensa como real. Ferenczi no pensaba en acortar las curas imponiendo un plazo, sino más bien en lograr que el paciente pierda satisfacción real en la transferencia y que prevalezca la realidad exterior. Para Ferenczi el fin del análisis debía terminar en “un nuevo hábito”. (29) Se trata de un análisis completo del carácter, de una estricta separación de la realidad y del fantasma, entendido este como permanencia de lo infantil. (30)

      El análisis didáctico, análisis del analista, tenía que limar todos los restos simbólicos de su relación con el Otro. Bien conocemos la relación que el propio Ferenczi tuvo con Freud, la reivindicación amorosa de la que lo hizo objeto, la transferencia negativa que le reprochó no haber analizado. Mantuvo con él una total sumisión filial, un complejo paterno muy alimentado, y “el que fue el gran teórico de la posición subjetiva del analista no habrá demostrado, en lo que a él mismo se refiere, la existencia de una suerte de atravesamiento conforme con cierto ideal de pase que él contribuyó a formular”. (31) Presenta las dificultades de los finales de análisis cuando no se le da el lugar que requiere al complejo de castración, no deja atrás el complejo paterno y sigue con su demanda infinita de gratificación. No obstante, podemos decir que Ferenczi reconoce la falta en ser y la ubica en la pareja analista-analizante.

      Estas cuestiones aparecieron tempranamente en la historia del psicoanálisis. Ferenczi escribe “Introyección y transferencia” (1909), donde concibe la transferencia como la introyección de la persona del médico en la economía subjetiva. Se trata de “la absorción en la economía del sujeto de todo lo que el analista presentifica en el dúo como hic e nunc de una problemática encarnada”. (32) En esta perspectiva, es el analista quien debe aceptar ser dejado por el analizante y debe confesarle al paciente el sentimiento de abandono, hacerle saber que podría hacerle falta a alguien.

      Esta indicación sería desde la perspectiva de Lacan retomar la cuestión de la falta en ser del neurótico implicando al analista. Lacan pone la lupa sobre la pregunta por el ser del analista en la transferencia, y la desarrolla a la luz de la falta en ser, la pasión del ser, las desgracias del ser o el horizonte deshabitado del ser, retomado en el punto V del texto. El paciente absorbe, introyecta la persona del analista y, al final, el analista puede confesar que está en posición de ser dejado por el sujeto. Como mencionamos, los reproches de Ferenczi a Freud decían acerca de lo que no le había dado, de lo que él esperaba sobre su ser y su correspondencia con Freud: “Pone en evidencia el encuentro de una transferencia de trabajo con una posición subjetiva que convierte el análisis en interminable”. (33)

      BALINT Y EL TRANCE NARCISISTA

      Lacan había mencionado a Balint, discípulo de Ferenczi, en el Seminario 1 en razón de los que sostienen la relación intersubjetiva en el análisis y una teoría del amor moralizadora. (34) Lo que llama “amor primario” implica que la madre satisface todas las necesidades del niño y ubica una satisfacción plena, una armonía total en esta relación.

      Lacan destaca una pregunta de Balint: ¿a qué podemos llamar salud en el momento de finalización de un análisis? El amor genital es en Balint la satisfacción genital lograda. Lacan afirma que para Balint lo que distingue al amor primario del genital es el acceso a la realidad del Otro como sujeto, porque en el amor primario la relación objetal es cerrada, sin intersubjetividad, pregenital. Le critica a Balint que no se dé cuenta de que lo fundamental es que también el niño se sirve del lenguaje, y por ello la intersubjetividad está desde el inicio: “Al descuidar la dimensión intersubjetiva se cae en el registro de esa relación de objeto que conduce a callejones sin salida tanto teóricos como técnicos”. (35) Dice que en estas teorías de lo que se trata es de “comer el falo”. Si se conserva la falta, el trance narcisista final sería recuperar el objeto perdido de la castración. “La satisfacción final, la introyección final, sería que después del recorrido a uno se le da lo que fue perdido al inicio. Consumación fálica”. (36)

      Lacan comenta la referencia de Balint a Angelus Silesius cuando relaciona el ser, en la realización del sujeto, con lo contingente y lo accidental, y evoca ese final de análisis al modo de una erupción narcisista. Si bien afirma que esto también despierta ecos en sus oídos, no concibe el fin de análisis del mismo modo; incluso lo recalca cuando dice que “no se trata de reducir la reconquista analítica del ello a un acto de espejismo”. (37) El progreso del análisis a esta altura no consiste en la ampliación del campo del ego, sino que es un verdadero vuelco, un desplazamiento, un paso de minué ejecutado entre el ego y el id. Lacan dirá acá que el fin de un análisis consiste en un crepúsculo, un ocaso imaginario del mundo, incluso una experiencia que limita con la despersonalización: “Es entonces cuando lo contingente cae –el accidente, el traumatismo, las dificultades de la historia– y es entonces el ser el que llega a constituirse”. (38)

      Si seguimos a Laurent, para Balint el análisis termina en la falta del superyó. El analista sienta al paciente en su falda y le muestra el verde del césped por la ventana del fantasma. Esto implica la representación del superyó que impulsa al $ a concentrarse en su fantasma y gozar de él. Este final deja al sujeto en una beatitud desmesurada, expuesto al desenfreno del superyó, y el analista estaría en posición del superyó materno que empuja al sujeto a gozar. Por eso, según Laurent, Lacan habla de la ética del deseo del analista. La adaptación a la realidad es una máscara que encubre el imperativo a gozar del fantasma. (39) No se trata de la mucha o poca distancia al objeto como plantean algunos, sino del falo que introduce una medida para el sujeto neurótico. La única introyección que se juega al final del análisis es la función del falo en tanto que simbólico. (40)

      Encontramos destacado en otro ejemplo el oler al analista como un intento de tomar de lo real el desarrollo de la situación analítica. Lacan insiste sobre la diferencia entre analizar y reeducar. Para él se trata del desciframiento del inconsciente y la acción analítica, lejos del “trance narcisista”, en el cual –como dice Éric Laurent (2017)– al final del análisis el analizante venía como el objeto perdido del analista, y el analista tenía que ser conmovido en la última sesión. Era casi un acontecimiento de cuerpo en el analista, en el momento en el cual el analizante le decía: “Bye, bye”. (41)

      6.4. El fin de análisis para H. Kohut

      H. Kohut pone el concepto de self en un lugar central dentro de la teoría psicoanalítica. (42) Las pulsiones interactúan en el campo del self, que es lo que permite que el individuo se conciba como un todo. En algunas neurosis el self está fracturado y el paciente se presenta afectado por baja autoestima, hipocondría, depresión, desgano ante las tareas de la vida y un temor vago a la desintegración del self. Este autor propone el modo en que el analista debe intervenir para restaurar un self fracturado por experiencias traumáticas ocurridas en su período formativo, es decir, por heridas narcisistas que han dejado huellas profundas no cicatrizadas.

      Para la restauración de un self fracturado y su cicatrización profunda plantea el método que llama empático-introspectivo. La empatía, dice Kohut, es para la vida psicológica del individuo lo que el oxígeno para la vida biológica. La herida narcisista ha sido producida por un objeto-self de la infancia del paciente que ha tenido una falla notoria de empatía para con él. Los objetos-self son aquellos que consideramos como parte de nosotros mismos: el padre, la madre o sus subrogados. El psicoanalista, en un esfuerzo por lograr la cicatrización de la herida narcisista del paciente, entabla con él una relación en la que la empatía es el ingrediente primordial. Así, se convierte él mismo en un nuevo objeto-self del paciente, lo que crea una atmósfera favorable para que este regrese a etapas tempranas de su vida e idealice al analista como debió idealizar a sus padres, y manifieste igualmente su grandiosidad exhibicionista infantil. El analista es un espejo de esa grandiosidad.

      Kohut sostiene que la

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