El pase antes del pase... y después. Irene Kuperwajs

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El pase antes del pase... y después - Irene Kuperwajs

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del espejo; el analista no ocupa el lugar de otro semejante en la cura, sino que debe ocupar el lugar del Otro del lenguaje para permitir así que el sujeto emerja de la palabra, que surja el sujeto del inconsciente.

      Lacan piensa la acción del analista, su práctica, sobre tres niveles diferentes: la interpretación, la transferencia y el registro del ser. Destaca la dimensión de la táctica ligada a la interpretación, en la cual asegura ser libre respecto de la elección de sus intervenciones; la estrategia ligada a la transferencia, en la cual ya no es tan libre debido al desdoblamiento que sufre su persona, y a que se trata de una situación entre dos que depende del lugar que le da el paciente; y la política, más precisamente la política de la cura, entendida como el horizonte al que se dirige un análisis en dirección a su fin y a sus fines.

      Estos tres niveles se articulan, a esta altura de la enseñanza de Lacan, con los tres registros, y la transferencia queda al nivel de lo imaginario, la interpretación de lo simbólico, y el ser en relación con lo real. Pone al analista en el banquillo y destaca que este debe pagar con palabras, mediante su interpretación; con su persona, prestándola para sostener la transferencia; y, por último, “con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser”. (5) Recordemos que en “La interpretación de los sueños” Freud escribe Kern unseres Wesens para referirse al deseo inconsciente como núcleo del ser, el núcleo último, la verdad que se juega al final.

      Lacan critica duramente a quienes sostienen que “el analista cura menos por lo que dice y hace que por lo que es”. Aleja claramente la acción del analista del ser del analista, y sostiene que no se trata de que el analista se identifique con el gran Otro, porque por ese camino el análisis concluiría con la identificación con el analista. Se trata de apuntar no al ser sino a la falta en ser; esta es la política del analista, sin garantías. El analista no cura con su ser. La posición del analista queda acá en el lugar del muerto, como en el bridge. Rostro cerrado y labios cosidos para hacer surgir al cuarto, verdadera pareja del analizado.

      Lacan defiende la regla de abstinencia oponiéndose también al análisis de la contratransferencia, para apostar a otro tratamiento de la palabra y del silencio, lejos de aquel analista que sostiene un diálogo con sus pacientes y se identifica con el poder.

      Lacan retoma cuestiones sobre la interpretación para plantear cómo entendía la dirección de una cura, es decir, a dónde apuntaba. En este punto debate con la ego psycology, más precisamente con Kris, Hartmann, Lowenstein y Glover, en el apartado II, llamado “¿Cuál es el lugar de la interpretación?”. Afirma ahí que los analistas intentan definir la interpretación por lo que no es: explicaciones, respuestas a la demanda, gratificaciones; pero no terminan de precisar el concepto. Sostiene que la interpretación “es un decir esclarecedor”, y esto es absolutamente diferente de considerar la interpretación en su vía imaginaria. Ellos no cuentan con la función del significante ni con el sujeto del inconsciente, que es “sobornado por él”, por eso Lacan resalta que no pueden dar cuenta de cómo la interpretación transforma al sujeto. Explica su doctrina del significante, dado que a esta altura de su enseñanza ya cuenta con su fórmula: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. (6)

      Toma un ejemplo de E. Glover, que se pregunta por la exactitud de la interpretación y su eficacia cuando esta es inexacta. Se trata para Lacan de que la interpretación produzca algo nuevo y apunte a la verdad. Esta puede ser inexacta, pero dar en el blanco, tocar el goce. Y, por otra parte, desplaza la resistencia con la que los postfreudianos insistían tanto y la ubica en el analista: “No hay otra resistencia al análisis sino la del analista mismo”. (7) Los postfreudianos se aferran a la contratransferencia porque no se escapan de los efectos de la relación dual y de la ilusión de comprender. En este movimiento, la interpretación es segunda respecto de la transferencia: se espera al final para interpretar, hasta que esté instalada la transferencia. Sólo queda apuntar a la defensa y conectar al sujeto con la realidad.

      En el caso de la ego psycology, discute con Hartmann, Kris y Lowenstein, que en 1946 publicaron sobre el ego autónomo. Ellos sostienen que es autónomo porque “está al abrigo de los conflictos de la persona”. Lacan demuele este argumento y lo califica de insostenible, afirmando que esto les resuelve el problema del ser del analista, y “se ofrece a los norteamericanos para guiarlos hacia la happiness sin perturbar las autonomías, egoístas o no, y empiedran con sus esferas sin conflicto el american way hacia ella”. (8) Critica a los analistas que se desvían y apuntan al yo con su interpretación, y toma de ejemplo el caso comentado por E. Kris, “el hombre de los sesos frescos”. Da una indicación precisa respecto de la orientación de una cura: “Otra topología es necesaria para no equivocarse en cuanto al lugar del deseo”, (9) y abre así a una política de la enunciación que se apoya en la virtud alusiva de la interpretación.

      Más adelante en el texto se referirá al dedo levantado del San Juan de Leonardo, es decir, al analista intérprete que señala “el horizonte deshabitado del ser” donde debe desplegarse su virtud alusiva, horizonte que luego será retomado cuando trate de señalarse el goce. Es en la falta en ser donde se juega el deseo, y es en lo imposible de decir donde podremos cernir algo del goce. Encontramos acá la incompatibilidad del deseo con la palabra, en la que la interpretación es alusiva. Toda interpretación analítica consiste en reproducir ese gesto que apunta hacia la nada. Para este Lacan, la experiencia analítica debe concluir en asumir la falta “en un horizonte del que el ser ya se fugó”. (10)

      Vemos que Lacan sostiene su desarrollo acerca de la transferencia desde la perspectiva del final del análisis de las diferentes corrientes, cuestión que me parece pertinente revisar en la perspectiva de esta investigación. Por otra parte, es relevante recalcar la importancia que le da en este texto a la transferencia, en un momento en que los ingleses enfatizan la contratransferencia y se extravían cuando reducen la experiencia a una dialéctica intersubjetiva, equiparando al analista y al analizante.

      En los años 50 Lacan piensa –desde una perspectiva hegeliana– que la transferencia es el tiempo del análisis en la medida en que el tiempo es el concepto mismo de la cosa. En la IPA decían que la transferencia tiene que ser liquidada y desaparecer al final, ser reducida a cero. Contra ello Lacan afirma que habrá que evaluarla al final y ver lo que resta de ella. Encontramos la pregunta por el ser del analista y el fin del análisis didáctico: al final se trata de un ser en el deseo y no un ser en la demanda, como lo plantea el neurótico. Lacan dice que sólo hay ser del analista en la transferencia, en relación con la palabra del analizante. Si la demanda queda ligada con la identificación, el fin del análisis queda ligado a la identificación con el analista, como plantea la escuela inglesa. Vemos que la identificación se presenta como respuesta a la pregunta por el ser, y de cierta manera se cierra así la falta en ser del sujeto.

      Lacan distingue acá la transferencia del comienzo y la del final. No se trata de hacer de la transferencia una suma de los sentimientos positivos o negativos que tiene el analizante hacia su analista y unificar los fenómenos. En la lectura estructural que realiza distingue, por ejemplo, el enamoramiento primario del inicio del tratamiento de “la trama de satisfacciones que hace difícil romper esa relación”. Es decir, ubica en el amor posterior la dificultad en la transferencia y todos los problemas respecto del final. El “manejo de la transferencia es inseparable de su noción”. (11)

      Lacan rompe con la trilogía frustración-agresión-regresión que usan los postfreudianos, que proponen por ejemplo que habría que impedir el enamoramiento del primer tiempo y ponerse a distancia, frustrarlo. Éric Laurent afirma que la sustituye por el binomio demanda-deseo, y reemplaza la técnica por la “acción analítica”. (12)

      Años después, en el Seminario 11

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