El pase antes del pase... y después. Irene Kuperwajs

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El pase antes del pase... y después - Irene Kuperwajs

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quiere que su esposa muera para poder casarse con esa otra joven’– no sólo me hubiera producido un choque, sino que no le hubiera creído […]. Fue un toque genial… No me dio una explicación analítica directa e inmediata sino que hizo que yo la encontrara solo”. Reconoce en la novela de Schnitzler su fantasma imaginario y su identificación con Alfredo: “Ese no era yo, sino la forma en que me había concebido inconscientemente como un implacable asesino”. (44) Vía el análisis puede separarse de este fantasma reconociendo que Alfredo había hecho lo que él deseaba hacer. Precisa que el fantasma estaba ligado a un deseo.

      Al final de sus Confesiones escritas cuarenta años después, expresa que conocer a Freud y a Ella, su esposa, fue un golpe de suerte, y que ambos se convirtieron en imágenes primarias. Ella era única para él, un modelo de mujer, “la feminidad hecha persona”. Y Freud no sólo fue un gran hombre para él, sino el modelo de hombre con integridad, coraje moral, fortaleza e ingenio: “Lo que Ella y Freud significaron en aquellos años dejó huellas profundas e imborrables en mi carác-

      Sabemos que en su práctica Reik apuesta a lo singular, critica las lecturas corrientes y llama “tercer oído” a ese escuchar tras los dichos de un paciente: los matices, los colores, los detalles más sutiles, la enunciación. Al final escribe:

      Podemos situar en este final la presencia de lo que Freud llamaba restos sintomáticos y la articulación con el cuerpo que se goza, cuestiones que abonan lo que Lacan trabajará en su última enseñanza: que el pase es del orden del no-todo.

      6.2. H. Doolittle: la escritura, del síntoma a la causa

      Si bien mi interés se centra en los finales de análisis y en su transmisión, considero que hay algunos pasajes que podemos tomar de su experiencia. Hay un entrecruzamiento entre la vida y el análisis; y a pesar del conflicto, las guerras, la muerte… HD nunca deja de tener en claro que está ahí para analizarse. Podemos destacar la enorme transferencia que tiene con Freud: lo llama “médico sin tacha”, “el Profesor”; por supuesto que es una transferencia idealizada, pero a la vez demuestra que el mismo Freud persigue desde su posición la posibilidad de agujerear ese gran Otro.

      EL PROFESOR

      “Recuerdo que el Profesor dijo que nunca se sabe, hasta que termina el análisis, qué es lo importante y qué no lo es”.

      En el año 1933, en la ya inestable Europa, Hilda Doolittle decidió trasladarse a Viena para analizarse con Freud por sugerencia de su compañera, la escritora Bryher (Annie Winifred Ellerman), y de Hanns Sachs, con quien había tenido algunas sesiones antes de que él emigrara. Esta primera consulta duró tres o cuatro meses, y luego regresó en octubre de 1934 durante dos meses más. Buscaba aliviar su angustia y realizó con él un tratamiento durante el cual escribió lo vivido en sus sesiones.

      Escribió “Escrito en la pared” en 1944; allí afirmaba que “el pasado había irrumpido literalmente en la conciencia con los bombardeos de Londres”, y el análisis con Freud formaba parte de ese pasado. Se publicó bajo el título Tributo a Freud (1944), junto con “Advenimiento”, que son las notas que tomó durante su análisis en 1933, y una selección de cartas de la correspondencia con Freud: “Era tan importante para mí, para mi propia leyenda. Sí, mi propia leyenda. Entonces a ponerse bien y a crearla de nuevo”. Norman Holmes Pearson, quien escribió el prólogo en julio de 1973, comentaba que ella usaba el término leyenda como cuento, historia, algo para leer, su propio mito. Y señalaba que “Advenimiento” era un testimonio.

      Estaba desorientada y consultó a Freud buscando respuestas; escribe:

      Freud la nombra “poeta” y la alienta a que continúe por esta vía, y no a que se convierta en analista. Si bien cuando consulta a Freud ya es una reconocida poeta, cofundadora con Ezra Pound del imagismo, su elección está marcada por el análisis: “…sentí que encontrarlo a los 47 años, y ser aceptada por él como paciente o estudiante, parecía coronar todos mis otros vínculos y relaciones personales, justificar todas las espiraladas tortuosidades de mi mente y de mi cuerpo. […] nada de lo que recuerdo tiene importancia ahora excepto en relación con la cuestión de si se lo digo o no se lo digo a Freud” (“Advenimiento”, 1933).

      Ella se sitúa con respecto a Freud en la alternativa de “ser aceptada por él como paciente o estudiante”. En esos años Freud estaba muy preocupado por el futuro del psicoanálisis y la formación de analistas. Debido a su avanzada edad y a los problemas de salud, sólo recibía en análisis a aquellos que pretendían ser formados como analistas. El análisis tenía ese sesgo de ser terapéutico o didáctico.

      HD elabora su análisis en “Escrito en la pared”, diez años después de terminado, en el momento en que la guerra deja de ser una amenaza y se convierte en realidad:

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