El pase antes del pase... y después. Irene Kuperwajs

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El pase antes del pase... y después - Irene Kuperwajs

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hablará del “resto fecundo”, y que en la historia humana lo más fecundo son los restos. ¡Lacan mismo fue un resto de la operación IPA!

      Freud también se interroga respecto de la duración de lo obtenido en el final, es decir, por cuánto tiempo podremos beneficiarnos del éxito terapéutico. Si existe una conclusión natural para cada análisis, ¿a qué llamamos final de un análisis? ¿Se puede ir hasta el final sin que algo retorne más tarde? No se trata sólo de ir más rápido, sino de a dónde vamos.

      Como ya he mencionado, Freud argumenta en 1926 que el análisis termina cuando el paciente ya no sufre a causa de sus síntomas y ha superado sus angustias e inhibiciones. Define así un final práctico y terapéutico cuando el analista juzga haber hecho consciente lo reprimido en el paciente, esclarecido lo incomprensible, eliminado sus resistencias. Y si por algún motivo externo, por ejemplo una mudanza o falta de dinero, el paciente no alcanza estas metas, habla de análisis imperfecto más que de uno no terminado.

      Podemos constatar que, si bien Freud propone al yo como un poder de dominio, hay para él un factor cuantitativo que no podemos dominar y del que siempre queda un resto.

      Jacques-Alain Miller compara este resto freudiano con la división subjetiva que produce el objeto a para Lacan, ese resto de goce que no puede ser reabsorbido por lo simbólico.

      Jacques-Alain Miller sugiere que la neurosis puramente traumática es una ficción ideal, queda sólo la neurosis de guerra. El resto incumbe al sujeto y a las alteraciones del yo. De hecho, Lacan formuló su concepto de sujeto a partir de la defensa del yo: el sujeto dividido es en sí mismo una defensa, por lo tanto podemos decir que la pulsión es en sí misma traumatismo; y eterniza en el sujeto el trauma del goce. Lacan también ubica el fantasma fundamental como defensa primordial del sujeto respecto de la pulsión, y retoma la lectura freudiana de la pulsión como una exigencia: hace de la pulsión una demanda silenciosa y escribe: $ ◊ a.

      Entonces, ¿qué impide que la curación sea definitiva?, se pregunta Freud en el Capítulo 3. Luego de plantear su ternario –trauma, fuerza constitucional y el yo–, resalta la intensidad de las pulsiones y el factor cuantitativo como algo decisivo en la causación de la enfermedad. Enfatiza lo que está por fuera del significante y el desciframiento. Lo que le interesa investigar, sobre todo en relación con los pacientes que se analizan y quieren ser analistas, es el problema del final y del resto fecundo de la neurosis; comprobar si es posible que la neurosis no vuelva a aparecer y que no quede ningún resto después de la curación.

      Los efectos del análisis son inconstantes y casi siempre hay fenómenos residuales. En el desarrollo libidinal persisten fragmentos de la organización anterior junto con la más reciente, y se conservan restos de las fijaciones libidinales anteriores, ya que sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo analítico. Por otro lado, Freud constata que la comunicación de un saber al paciente no necesariamente tiene efectos: hay disyunción entre saber y verdad. Es el factor cuantitativo, la intensidad pulsional la que pone un límite a la eficacia del trabajo analítico.

      Freud intenta sin demasiado éxito desactivar ese resto fecundo, y puede comprobar que el tiempo para comprender de cada sujeto depende de la viscosidad de la libido, no del significante; por eso algunos avanzan más rápido que otros en el análisis. Llama resistencia del ello a esa “viscosidad de la libido” y a la “inercia psíquica” que determina que el proceso analítico sea más lento en los casos en que no se da el desasimiento libidinal de un objeto y el desplazamiento a uno nuevo; podríamos decir, cuando no ceden su goce. Toma la metáfora de trabajar con piedra dura o arcilla blanda, y destaca que en el segundo

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