Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez

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Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez Trilogía de Vidar

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pero fue inútil, el olor echaba para atrás.

      Brian los miró con indignación, memorizó sus rostros en la retina y se prometió a sí mismo que los echaría al finalizar el mes.

      Siguió andando por el aparcamiento exterior, bajo una extraña calma, que se le antojaba muy incómoda. Los ruidos habían cesado y hacía un par de minutos que la voz no se elevaba vacilante. Tampoco había colgado el teléfono.

      Giró la esquina y se detuvo.

      Se quedó patidifuso: el Porsche seguía en su sitio, intacto.

      ¡Qué idiota! ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

      Le habían gastado una broma pesada.

      Respiró profundamente y soltó el aire, poco a poco.

      Se acercó hasta su coche y dio una vuelta completa de reconocimiento. Luego, se agachó y, convenciéndose a sí mismo de que no le importaría si el pantalón se ensuciaba, se puso de rodillas y observó con detenimiento los bajos del 911.

      Entonces, una voz inesperada lo interrumpió:

      —¿Ha perdido algo?

      Brian Everton se volvió hacia atrás y recibió un golpe muy fuerte en la cabeza. Cayó desplomado sobre el pavimento.

      El móvil de Xavi sonó, mientras estaba en la ducha. Así pues, cerró el grifo, cogió la toalla, se la ató a la cintura y abrió la puerta corredera. Rápidamente, se secó las manos por encima de la toalla, estiró el brazo y atendió la llamada.

      Era Marek.

      —Arréglate y ven enseguida —le apremió, desde el otro lado de la línea—. Te necesito aquí y ahora.

      Xavi se puso tenso de inmediato, el tono de su voz no sonó muy amistoso.

      —Me temo que tardaré un poco más de la cuenta en llegar. Todavía no he desayunado. Acabo de levantarme y ahora iba a terminar de...

      —¿Acaso crees que puedes fichar cuando te dé la gana —le cortó con brusquedad, elevando el tono de su voz—, como si formases parte de un club social? Esto no funciona de ese modo, Xavi. Si te llamo, da igual la hora que sea, te montas en tu moto y acudes a mí, sin poner ningún tipo de excusa. ¿¡Me oyes!? —Gritó—. ¡No me vengas con evasivas!

      En ese momento, se produjo un intenso e incómodo silencio, al que Xavi no sabía cómo hacer frente.

      —Perdona, Marek, no quería faltarte el respeto, te lo prometo. Simplemente, quería explicarte el motivo por el que a lo mejor no puedo... —dejó de hablar, tras escuchar un par de pitidos—. ¿Marek? —Miró la pantalla del móvil. Entonces, se dio cuenta—. ¡Oh, no!

      Marek había cortado la comunicación.

      Xavi salió de la ducha y con la toalla alrededor del cuerpo, fue directo a la habitación.

      Su novia, Raquel, estaba ordenando la cama. Al ver entrar a Xavi nervioso y con el gesto del rostro demudado, dejó lo que estaba haciendo y se interesó por su estado:

      —¿A qué se deben las prisas a estas horas de la mañana? ¿Va todo bien?

      Xavi abrió el armario y sacó lo primero que encontró: un pantalón tejano y un polo de manga larga de color verde.

      —Acaba de llamarme Marek —contestó, mientras se ponía el tejano.

      —¿Ahora? Si son las ocho de la mañana. ¿Qué quiere este hombre tan temprano?

      —No lo sé. Lo único que me ha dicho es que vaya allí cuanto antes. Le he notado disgustado.

      —¿Por qué?

      —No tengo ni la más remota idea —reconoció. Luego, hizo una inspección ocular alrededor del cuarto, como si estuviese buscando algo—. ¿Has visto mis zapatos?

      Ella torció el gesto.

      —¿Vas a irte sin tomar el desayuno? —le contestó con otra pregunta.

      Xavi la miró y se encogió de hombros.

      —¿Qué otra cosa puedo hacer?

      —Desayunar —respondió ella, con seriedad.

      —No puedo —dijo contrariado—. ¿Has visto mis zapatos? —Volvió a preguntar—. No los encuentro por ningún lado.

      Raquel se agachó, se puso de rodillas y miró debajo de la cama; se levantó con los zapatos en la mano.

      —Aquí tienes.

      Xavi los cogió, se sentó en el borde de la cama y, sin perder más tiempo, se calzó los pies.

      —No me gusta que te vayas sin desayunar.

      Xavi se puso en pie, se acercó a ella y la abrazó. Ella hizo lo propio. Después, aún cogidos, sus cuerpos se separaron un poco y él manifestó:

      —A mí tampoco me gusta tener que marcharme de sopetón y dejarte sola.

      Continuaron abrazados durante unos pocos segundos más y se besaron.

      —Comeré algo en cuanto pueda parar y descansar. Te lo prometo.

      —Más te vale —le presionó cariñosamente—. Hablando de comer, parece ser que tendré que bajar yo sola al supermercado a comprar la comida de toda la semana. —Dijo resignada y con una leve sonrisa.

      —Creo que esta vez sí —contestó Xavi.

      De inmediato, volvió a besarla. A continuación, cogió la parka marrón que estaba colgada dentro del armario y se la puso. Raquel, por su parte, no podía evitar mirarle con preocupación.

      —Ten mucho cuidado.

      Xavi asintió y se marchó de su casa rumbo a Cuatro Plantas, sin tener conocimiento alguno de por qué se requería de sus servicios, de manera tan súbita e inesperada.

      A las diez de la mañana, John Everton entró con su BMW Serie 5 en el complejo industrial de Everton Quality.

      Había dos vigilantes en el interior de la garita de seguridad en ese mismo momento. Ambos permanecían sentados en sus respectivos puestos. Cuando se percataron de su presencia, el vigilante que estaba más cerca de la puerta se levantó de su asiento y salió a recibirle.

      John Everton al verlo, paró el coche y bajó la ventanilla del copiloto.

      —Buenos días, señor Everton —dijo el vigilante.

      John Everton le devolvió el saludo.

      —Tengo que hablar con usted. ¿Le importaría salir de su coche? —el vigilante se mostró muy serio.

      —¿No me lo puedes decir desde ahí fuera?

      —No, señor.

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