Psicoterapia Corporal. Vassilis Christodoulou

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Psicoterapia Corporal - Vassilis Christodoulou

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entre la parte superior y la inferior del cuerpo y, después, la importancia del grounding de ambas, de las piernas, la pelvis y la cabeza. Es precisamente esto lo que puse en práctica en el tratamiento de C.D. Comenzamos las sesiones sentados; después él sintió la necesidad de estirarse y de hecho su propio sistema le condujo a esta postura, regresivamente, para que pudiera recordar experiencias de su infancia. Posteriormente se movió hacia el útero, donde permaneció para nutrirse tanto tiempo como le fue necesario y, después, juntos y paso a paso, descubrimos la columna vertebral y la postura de adulto, en la cual podía mirar a sus padres como iguales y a través de la experiencia con sus padres pudo entrar en una sociedad de iguales y con las mismas condiciones. (Esta sesión en particular tuvo una duración de una hora y media. Quisiera acentuar el hecho de que los ejercicios prácticos y las cuestiones individuales que tratamos en esta sesión fueron repitiéndose en posteriores sesiones hasta que el paciente pudo dominarlas e integrarlas completamente en su sistema).

      De ahí que la columna vertebral unificadora tenga su lugar en Biosíntesis. Grounding está relacionado con el arraigo que tenemos al suelo, el agarre que tenemos para con la realidad física, en el proceso natural de la vida. Nuestro trabajo, las obligaciones de nuestra realidad individual, el dinero, la gestión de nuestro espacio y tiempo, todo ello está conectando con grounding. Si tengo un buen arraigo a la tierra, sé quién soy, sé dónde estoy y hacia dónde voy. Pero, ¿cómo puedo saber quién soy, dónde estoy y hacia dónde voy si no tengo una columna vertebral sana y una cabeza bien enraizada? A veces decimos que algunas personas no se 'sostienen', no 'apoyan a los demás' o son incapaces de ir con 'la cabeza alta'; con esto queremos decir que no pueden ofrecer ninguna resistencia y que es difícil para ellos tratar con otras personas en los mismos términos.

      La cabeza se enraíza a través del cuello en la columna vertebral. La primera vez que se enraíza la cabeza es en el nacimiento. Esto queda más claro o resulta más comprensible cuando nos encontramos con personas que no pudieron nacer de cabeza o que, en caso de hacerlo, fue muy fácil. Por ejemplo, una de mis pacientes me explicó que, cuando su madre estaba de parto la comadrona la dejó sola sin indicaciones de cuando empujar y, no sólo salió el bebé sin ningún tipo de asistencia sino que – como nadie le dijo que tenía que sostenerlo – el bebé cayó al suelo. Hicieron falta muchos meses de trabajo para que esta paciente pudiera sostenerse por sí sola y en un corto periodo de tiempo, sin sostén externo y con los ojos cerrados, y sin que tuviera miedo de caerse. Un ejercicio de contacto que aún le trae alegría y realización es cuando nos ponemos de pie con las piernas separadas y apoyamos nuestras cabezas mientras ella trabaja suavemente su cuello. 'Es como si formáramos un círculo perfecto', me dice. 'Tu energía pasa de tu cabeza a la mía, viaja a través de mi cuerpo, atraviesa el suelo, viaja por éste y luego sube por tu cuerpo, elevándose hacia tu cabeza y nuevamente entra en la mía. ¿No es una sensación maravillosa?'.

      Para aquellos de nosotros que trabajamos en Biosíntesis, por lo tanto, grounding no está meramente relacionado con el suelo, enraizar y los pies; está relacionado con una buena vinculación entre la cabeza, la pelvis y los pies. En realidad estamos hablando de una columna vertebral funcional. Lo que queremos conseguir es una columna flexible y fuerte. Debemos siempre observar la parte superior e inferior del cuerpo, así como la frontal y la posterior como unidades funcionales; a un nivel funcional, son unidades individuales y debemos tratarlas de ese modo, estando todas ellas interrelacionadas. Si, por ejemplo, hubiera un exceso de energía en la cabeza, eso implicaría una deficiencia en otro lugar del cuerpo.

      La verdad: la mejor protección ante lo inevitable

      Cada uno de nosotros nace con una cantidad determinada de energía y ésta no cambia. Nuestro cuerpo, así como nuestras defensas, se construyen con esta energía. A menudo, las experiencias humanas ocurren de tal manera que nuestras defensas, en vez de ser flexibles y capaces de adaptarse cada vez que las necesitamos, congelan nuestra energía, atrapándola en el cuerpo y construyendo las estructuras de carácter. Éstas consumen especialmente una gran cantidad de energía, limitando la cantidad que un individuo puede gastar en jugar o en actividades que le aporten alegría, en crear relaciones, o en expresar rabia o miedo, así como en desarrollar habilidades creativas y, por supuesto, en expresar todo el resto de emociones, actitudes y comportamientos. A veces podemos ver en el rostro de un paciente el congelamiento en forma de máscara del dolor o la tristeza, con lágrimas que nunca fueron lloradas, congeladas en sus ojos porque, cuando perdieron a uno de sus padres de forma repentina y prematura en su infancia, no se les permitió unirse al luto colectivo por aquellos adultos que solamente deseaban 'protegerle'.

      En muchas familias existe una tendencia de los padres a 'buscar' protección para sus hijos de lo inevitable, no importa lo que sea. Creedme, no hay mejor forma de lidiar con la tragedia del tipo que sea que diciendo la verdad. En esos casos, no debería existir dilema alguno sobre si deberíamos o no decirle a alguien la verdad sobre algo de lo cual no podemos 'protegerles'. El caso más extremo que me he encontrado de 'protección' de un niño fue el de un joven que perdió a su madre a causa de un cáncer cuando él solo tenía cinco años, y al que su familia y, en especial su padre, ocultaron el fallecimiento para poder 'protegerle'. Aún en el caso en que le ocultasen la muerte de su madre a un niño, ¿cómo compensarían la pérdida de la madre como persona? En cualquier caso y a pesar de esto, gracias a la sabiduría de la energía, el niño ya sabe que su madre ha fallecido incluso antes de que alguien se lo diga. Hablar con el niño sobre lo sucedido y sobre todos los trámites asociados, asentará y humanizará la experiencia haciéndola más aceptable, lo cual proveerá al niño de un acceso al dolor y le permitirá gestionarlo. Cualquier otra cosa dejará al niño expuesto, excluido de la sociedad de sus iguales, y lo arrojará a un vacío existencial donde el dolor de cualquier pérdida futura no solamente no le causará ningún malestar, sino que le atrapará en un flirteo constante con la locura. No me refiero, en este caso, a sentimientos de culpa que pueda tener el niño en relación a su madre ‘desaparecida’; no porque no los haya, sino porque el niño tendrá que enfrentarse a cuestiones de naturaleza más primitiva relacionadas con su ser existencial y la cuestión de la culpa parece ser redundante al principio.

      Uno puede llegar a imaginar la presión excesiva que tuvo que sentir este niño para que no fuera capaz de hacer a su padre una pregunta tan obvia como: ‘Papá, ¿dónde está mamá?’ Dos años más tarde, el padre anunciaría a su hijo que tendría una nueva mamá. Tal cual: ‘Vas a tener una nueva madre’. Ni una palabra de la ‘otra’ madre… Ni siquiera cuando ya hubo crecido le habló nunca nadie de su ‘vieja’ madre. ¿Cómo es posible, deberíamos preguntarnos, que alguien pueda ocultar la muerte de una madre a su hijo sin darse cuenta de que habrá que pagar un precio por ello? Lo que sí podemos imaginar son las inseguridades y defensas que debía tener el padre para que reaccionara de esa manera.

      Dejando de lado este caso extremo, recuerdo también el de una mujer que perdió a su padre cuando era joven:

      “Puedo recordar – tendría unos nueve o diez años – cuando, volviendo un día del colegio vi muchos coches fuera y gente dentro de casa. Me alegré mucho cuando me di cuenta que eran parientes. No había más miembros de la familia en la ciudad dónde vivíamos así que, cada vez que venían a visitarnos nuestros parientes desde otra ciudad, era porque había algo que celebrar. No me di cuenta al principio que todos vestían de negro. Me miraron todos sin expresión alguna. Mi alegría se evaporó, nadie me sonreía y miraban hacia mí haciendo ver que no estaba ahí, hasta que una de mis tías me tomó de la mano y me acompañó fuera. Fue en ese momento cuando pude escuchar a alguien decir sobre mí: ‘No lo sabe’. Me di cuenta entonces de qué es lo que no sabía: mi madre no estaba en casa. Mi tía me dijo que estaba en el hospital porque le había pasado algo a papá… No recuerdo exactamente lo que me dijo. Aun así, me di cuenta de que eran malas noticias y de que no volvería a ver a mi padre nunca más. Empecé a llorar, mi tía me tomó entre sus brazos y me abrazó tan apretadamente que aún lo recuerdo, y me dijo que no llorara porque así podría ayudar a mi madre. Ni siquiera me llevaron al funeral… Desde entonces, nunca lloro, nunca… Si algo me emociona, puedo soltar una o dos lágrimas, pero raramente

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