Fruto prohibido. Rebecca Winters

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Fruto prohibido - Rebecca Winters Jazmín

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no me lo ha dicho cuando me ha llamado –replicó enfadada.

      –¿Por qué? Su muerte seguramente no significa nada para usted y de todas las maneras conseguirá su artículo.

      Ella se volvió hacia el monje con los puños cerrados.

      –¿Cómo puede decirme eso? Paul me contó que por teléfono el abad parecía una persona encantadora. Estaba deseando conocerlo y me apena mucho su muerte.

      –Acepto la reprimenda.

      Fran tragó saliva. No era una disculpa sólida, pero era evidente que el monje jamás había desarrollado ninguna habilidad social.

      –Creo que fue abad aquí durante treinta años. Me imagino que los monjes lo echarán mucho de menos.

      –Seguro que sí.

      –Se burla de mí.

      El monje se encogió de hombros con un gesto elegante.

      –Para nada. Al contrario. Lo echaré de menos más de lo que usted cree –contestó.

      Quizá la muerte del abad lo hubiera entristecido de verdad, pensó Fran. ¿No había leído en algún sitio que los monjes y monjas se suponía que no llegaban a encariñarse con nadie? En opinión de Fran, una persona tenía que ser bastante inhumana para que eso fuera cierto.

      –El padre Ambrose me pidió que hiciera yo la entrevista en su lugar.

      Allí pasaba algo extraño que Fran no entendía. Pero no sentía ningún deseo de indagar más.

      –Este artículo podría servir para honrar su memoria.

      –Hábleme de la revista para la cual trabaja, señorita Mallory.

      –Es una publicación mensual que trata de mostrar lo que es Utah al resto del mundo. Se hacen reportajes sobre lugares de interés, de historia, religión, industria, lugares de ocio y sobre personas en particular.

      –¿Y qué interés tiene la historia de este monasterio?

      –Bueno, estamos interesados no solo por la Utah de hoy en día. También nos gustaría indagar sobre el pasado de la región. Según tengo entendido, este monasterio data de 1860, aunque el primer edificio, hecho de madera, fue quemado durante una huelga de los trabajadores de la zona. Y parece ser que el monasterio se convirtió en una comunidad aislada del exterior hasta la llegada del abad Ambrose, cien años después. Él convirtió el lugar en un santuario para todos aquellos que lo quieran visitar.

      –Me impresiona que sepa usted tanto sobre el lugar. Le sugiero que hagamos la entrevista mientras damos un paseo por el huerto.

      Por primera vez, él parecía no estar a la defensiva, y eso contribuyó a que ella se pudiera relajar al fin.

      –Si le parece bien, grabaré la conversación.

      Él asintió mientras caminaba a grandes zancadas. Ella tenía que andar muy deprisa para poder seguir su paso.

      –¿Fue idea de él lo del huerto?

      –Sí, y lo de las colmenas también. Con la miel blanca que hacía el abad consiguieron suficientes ingresos como para mantener la comunidad sin necesidad de recibir dinero del exterior. Incluso, se pudo comprar más tierras de cultivo.

      –¿De dónde sacó la receta?

      –El abad se crió en Louisiana. Allí tenía un amigo, cuya madre cocinaba para una familia rica de la zona. Según parece, el abad se fijó en cómo la señora hacía la miel blanca, así como las confituras. Y de ese modo, se trajo consigo los secretos de la cocina sureña.

      –La miel blanca es estupenda. Yo la compro a menudo. Cuánto me gustaría poder haber conocido al abad.

      –Fue un hombre increíble. Cuando él llegó, todo esto no era más que un campo lleno de piedras y malas hierbas.

      Ella se quedó mirando las tierras de labranza, donde los monjes estaban trabajando. Luego, giró la vista hacia el monasterio.

      –Y la piedra de la fachada…

      –Es de la zona. Les llevó muchos años construir el edificio.

      –Me gustaría ver alguna foto del abad en la época en que llegó aquí.

      –Creo que hay alguna, pero no están bien conservadas.

      –En la redacción tenemos un experto en restaurar fotos antiguas. Así que si fuera tan amable de dejarme alguna…

      –Por supuesto.

      Fran estaba encantada. Por alguna extraña razón, deseaba que ese reportaje fuese algo excepcional.

      –¿Se pueden tomar fotografías en el interior de la iglesia?

      –Puede tomar fotos donde le plazca. Desde donde el público puede asistir a la misa, hay una vista estupenda del altar. El abad encargó la Pieta a Florencia.

      –Ya la he visto. Es una maravilla. ¿Y podría fotografiar la tumba del abad? Porque me imagino que estará enterrado aquí… Me gustaría que una foto de su lápida cerrara el reportaje. A pie de foto, podríamos poner: Monumento a un santo.

      –El cementerio de la comunidad está en la parte de detrás del monasterio –contestó el monje.

      Durante una hora, Fran siguió interrogándolo mientras visitaban los campos de labranza, la cocina, la biblioteca y el santuario. A las habitaciones de los monjes no pudieron acceder, como es lógico.

      Finalmente, sacó fotos de la tienda de recuerdos, donde compró miel blanca y mermelada de pera para su familia. También se llevó algunos libros que contenían información que podría servirle para escribir el artículo.

      –Me gustaría pedirle un último favor –comentó ella mientras el monje la acompañaba hacia su coche–. He fotografiado a todos sus hermanos, pero a usted no. ¿Me dejaría fotografiarlo en la escalera de la capilla?

      –No.

      Esa repuesta no dejaba lugar a dudas.

      Ella trató de ocultar su decepción. «¿Qué te pasa, Fran? Pero si es un monje, por el amor del cielo».

      –Ha sido usted muy amable por cederme su tiempo. Ahora lo dejaré que vuelva a sus tareas. Nunca hubiera pensado que ustedes trabajaran tanto.

      Ella se daba cuenta de que estaba hablando demasiado deprisa, pero no podía evitarlo.

      –He aprendido mucho con usted y trataré de hacer un artículo interesante, del que puedan disfrutar miles de personas. Cuando lo tenga terminado, le telefonearé para enseñárselo y para que usted dé el visto bueno antes de que se publique.

      –¿Para cuándo estará terminado?

      Tenía que pensar con rapidez. Después de llegar a Clarion, se pondría a trabajar, así que…

      –Para pasado mañana, hacia las nueve. ¿Le viene bien?

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