Egipto, la Puerta de Orión. Sixto Paz Wells

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Egipto, la Puerta de Orión - Sixto Paz Wells Novelas

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y quizás te sirva para el viaje que has emprendido.

      »¿Para qué podrías estar viajando a Roma si no fuera para algún gran descubrimiento? ¿Estoy en lo cierto?

      –¡Sí, en parte!

      Cuando horas más tarde el capitán saludó a los pasajeros por el altavoz señalando el descenso a Roma, pidió que se ajustaran los cinturones y se prepararan para el aterrizaje, el británico se acercó una última vez a Esperanza.

      –¿Qué has decidido, Esperanza? ¿Te vienes a Turín? La reunión será dentro de cuatro días.

      –¡Sí iré, Henry! De hecho tenía que ir allí para ver el Papiro del Canon de Turín.

      –¡Magnífico! Aquí te dejo mi tarjeta para que me localices.

      –¡Nos vemos en cuatro días en Turín, Henry!

       La llegada a Roma fue sin contratiempos. El avión de Alitalia procedente de Nueva York cumplió su itinerario tal como estaba previsto.

       Esperanza se iba a encontrar en aquella histórica ciudad, capital durante siglos del otrora gran Imperio romano que aportara tanto a la humanidad, con un querido amigo suyo, el padre Dante Antonioni, sacerdote jesuita, historiador y paleógrafo, que la había acompañado poco tiempo atrás en el viaje que la llevó al descubrimiento de la última ciudad de penetración de los incas en las selvas del Madre de Dios, frontera de Perú con Brasil, la ciudad de Paititi o Paiquinquin Qosqo.

      Tras pasar por el control de pasaportes se acercó a recoger su maleta y entonces vio de espaldas a un anciano indígena de los Q’ero de la región de Paucartambo en el Cusco. Pero ¿qué hacía allí en Roma a miles de kilómetros de distancia de Sudamérica? Resaltaba claramente su humilde y vistosa indumentaria, que incluía el chullo o gorra típica multicolor, al igual que su poncho, sus gruesos pantalones negros de lana y sus ojotas o yanques en los pies.

      –¡Maestro! ¿Es usted? Qué alegría volverle a encontrar después de tantos años. ¿Qué hace por aquí?

      –¡Saludos, mujer jaguar y serpiente integradas! ¿Cómo te encuentras, Esperanza?

      –¡Bien, maestro! Viniendo a cumplir un encargo.

      –¡Quienes te lo encargaron no son buenos! Pero como anteriormente ha ocurrido, a pesar de todo saldrán cosas muy buenas de ello porque la Madre Tierra te está usando como guardiana de la llave del portal secreto.

      –¿Qué portal secreto, maestro?

      –¡El que une el espacio y el tiempo!

      –¿Y usted cómo sabe todo eso, maestro?

      –Has llegado muy lejos porque te han traído. Estás predestinada antes de nacer y en esta vida te tocó ser mujer para que la Tierra hable y cante a través tuyo en el Nuevo Tiempo, sembrando esperanzas, que tanta falta hacen. Te toca a ti unir los eslabones de la gran cadena para que los demás entiendan quiénes somos realmente los seres humanos, lo que podemos aportar y por qué y para qué existimos.

      »Cuando estuviste en Paititi, y luego frente al muro de Pusharo en el Manu, fuiste atravesada por el corazón cristal del planeta. El espíritu planetario se incorporó a ti y tú a él. ¡Ahora ya sois uno!

      –Pero maestro, ¿cómo sabe usted todos esos detalles?

      –Yo también recibo mensajes reveladores en sueños, y además lo puedo ver en los colores de tu alma y a través de tus ojos. Lo tienes todo registrado.

      »Pero no te preocupes; cuando te toque pisar las tres estrellas verás que eso también estaba previsto y no te inquietes cuando tus pasos te lleven a los siete lugares del campo de batalla. Porque, aunque cada batalla ya fue ganada, el costo fue mayúsculo y la guerra aún no ha terminado. Solo al final el amor en el perdón vencerá.

      –¿Es Europa el campo de batalla, maestro? ¿Cuándo culminará esa guerra?

      –¡La guerra ahora está en todos lados, pero sobre todo en las mentes y en los corazones! –fue eso lo último que dijo el maestro Q´ero don Mariano.

      –¡Esperanza! ¡Hola!...

      El padre Antonioni apareció en escena contento de hallar a la arqueóloga en medio de tanta gente. Esperanza se distrajo siguiendo la voz de quien la llamaba, pero cuando reaccionó el maestro Q´ero había desaparecido.

      –¿Cómo está, padre Dante? ¿Vio usted a otra persona conmigo cuando me localizó? Era un maestro Q’ero.

      –¿Un altomisayo aquí en Roma? ¿No te habrás confundido con tanta gente?

      –¡Le aseguro, padre, que era el maestro Q´ero don Mariano! Le hablé y él me reconoció.

      Esperanza estuvo dando vueltas, buscando al maestro en medio del caos de gente y maletas, y fue entonces cuando vio en la pared un cartel publicitario con la foto del maestro, que decía en italiano:

      «Incontro di insegnanti sciamani di tutta l'America Latina nella città di Torino. Il Maestro Q´ero don Mariano, che terrà una cerimonia di Pago la Terra, sarà presente, direttamente dal Perù». («Reunión de maestros chamanes de toda Latinoamérica en la ciudad de Turín”. El maestro Q´ero don Mariano, que celebrará una ceremonia de pago a la Tierra, estará presente, directamente de Perú».)

      –¡Esta es la persona que vi, padre! ¡Era él, sin ninguna duda!

      –¿Sí? ¿Y qué te dijo?

      –Me llamó mujer jaguar y serpiente integradas. Y que no importaba mucho quiénes me habían enviado a este nuevo viaje exploratorio, sino el resultado final, que sería aprovechado por la luz. Y que no me olvidara de que llevaba en mi interior el corazón cristal del planeta.

      –¡Muy interesante, Esperanza! Pero este no es el mejor lugar para hablar de estas cosas. A ver, eh… ¿recogemos tu maleta?

      –¡Sí, claro! !Gracias!

      Esperanza se agachó pues en el suelo había una pequeña estampita religiosa. Era la foto de un cuadro colonial del arcángel Miguel de un templo de Cusco.

      –¿Ve, padre Antonioni? ¡Don Mariano sí ha estado aquí!

      –¡Y al parecer el arcángel Miguel también! –sentenció sonriendo el sacerdote.

      Salieron del área de seguridad a la calle con las maletas para tomar un coche oficial que los estaba aguardando enviado por la Orden jesuita.

      No se percataron de que dos coches más atrás había un vehículo negro de lunas polarizadas observándolos y dispuesto a partir tras ellos.

      En el camino Dante Antonioni aprovechó para poner al corriente a Esperanza y estrechar aún más los lazos de amistad que se habían consolidado entre ellos en la aventura del Paititi.

      –Como recordarás, Esperanza, yo entré en escena a raíz de la desaparición y posterior publicación de un documento

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