Egipto, la Puerta de Orión. Sixto Paz Wells
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»Osiris fue encerrado en un sarcófago y arrojado al río Nilo por su hermano Seth, al que muchos autores relacionan con el demonio. Osiris fue asesinado y el otro usurpó su trono hasta que lo recuperó Horus, el hijo de Osiris. De manera coincidente, en la Biblia, Caín, que era agricultor, mató por envidia al pastor Abel, y Seth, que era el tercer hermano, ocupó el puesto de los hermanos originales. El que plantó las semillas de la vida en el planeta se enfrentó al que debía cuidar de lo sembrado.
»Creo que, como en el caso de Osiris, ya es el tiempo de reivindicarlos a ustedes y devolverles su honor, su gloria y su esplendor.
–¡Muy interesante y halagador! Estás hablando como uno de nosotros. ¡Buen trabajo! Pero recuerda que los jesuitas son nuestros enemigos. No puedes confiar en ellos.
–¡Lo sé! ¡Pero también sé por dónde estoy pisando! Tengo que aprovechar toda la información que pueda extraer de ellos. Además, mis propias observaciones y deducciones son las que están primando.
–¡Eso está bien! ¡Gracias por hacernos partícipes de tus avances! Nos haces recobrar la confianza en ti.
»¿Cuál es el siguiente paso que vas a dar, Esperanza?
–Mañana voy al Museo Arqueológico de Roma, donde para mi suerte está en exposición transitoria la Piedra de Palermo; si no tendría que haber ido hasta Sicilia para verla. Dentro de unos días estaré en Turín en el Museo Egipcio de esa ciudad. De allí es probable que siga hacia San Petersburgo, a Rusia, o quizás vaya directamente a Irlanda.
–¡Muy bien; no dejes de avisarnos de adónde vas, dónde estás y con quién!
–¡Así lo haré!
2 Ver el libro El Santuario de la Tierra, del mismo autor. Editorial Kolima 2017.
Capítulo IV.
Un tenebroso ritual ancestral
«Porque la guerra del hombre no es contra seres de carne y hueso, sino contra altas jerarquías celestiales infernales que tienen mando y autoridad sobre este mundo oscuro y confuso».
Efesios 6,12
Al legar al Museo Arqueológico de Roma, Esperanza preguntó en las oficinas por el doctor Nicola Manarelli, que era la persona con la que tenía que contactar para tener acceso a la Piedra de Palermo. La secretaria, una señora de unos sesenta años con el cabello teñido de rojo y gafas años 60, la atendió y le pidió que esperara porque el curador del museo, el doctor Manarelli, estaba en el extremo opuesto del local supervisando la colocación de una antigua estatua romana recuperada de una cloaca y que acababa de ser restaurada después de varios meses de tratamiento del mármol.
Al cabo de quince minutos se acercó un hombre alto, muy delgado y encorvado con una larga bata blanca, de unos sesenta y cinco años, con gafas, pelo blanco alborotado, bigote también blanco y algo de barba descuidada. Parecía una versión más alta y delgada de Albert Einstein.
–¿Doctora Esperanza Gracia? ¡Mucho gusto! Soy el Dr. Manarelli. La estaba esperando con impaciencia y entusiasmo. Nos honra con su presencia en este museo.
–¡Gracias, doctor Manarelli! También para mí es un gusto conocerle.
–Llámeme Nicola, querida doctora.
–Muy bien, Nicola; y tú me puedes llamar Esperanza.
–Bueno, Esperanza, sé que tu tiempo es precioso y ya me has tenido que esperar largo rato, por lo cual me disculpo. ¿Me acompañas?
–¡Claro que sí! Vamos.
Fueron caminando por largo pasillos de paredes blancas y escaleras de mármol blanco hasta que llegaron al salón de exposiciones.
–Quisiera saber, Esperanza, ¿cuán de familiarizada estás con la Piedra de Palermo y con la escritura jeroglífica?
–Pues he leído algo acerca de esta piedra. Sé que hasta hace un tiempo se encontraba en el Museo Antonio Salinas de Palermo en Sicilia y que ha sido trasladada para una exposición temporal aquí a Roma, pero por mi escasa familiaridad con la escritura jeroglífica necesito de todo tu conocimiento y experiencia, estimado Nicola.
–¡Está bien, es bueno saberlo!
»Llegamos. Estamos delante de la vitrina que contiene la piedra. No impresiona mucho porque este fragmento de basalto negro solo tiene cuarenta y tres centímetros de alto por treinta de ancho, y es uno de los siete fragmentos que existen. Originalmente debió ser una losa de dos metros de largo por sesenta centímetros de alto, tallada en el siglo XXV antes de Cristo, esto es en el Imperio Antiguo, y al parecer se encontraba en Heliópolis. Este fragmento que tenemos delante está en el Museo de Palermo desde 1877, y de ahí fue trasladado para su exposición aquí. Cinco fragmentos se encuentran en El Cairo, tres de ellos encontrados y adquiridos entre 1903 y 1910, y uno más en Londres en el Museo Petrie del University College, que fue adquirido en el mercado de antigüedades en 1917.
»Como puedes ver está escrita por ambos lados en registros dobles. En la parte superior aparece el listado de los reyes que gobernaron Egipto desde las épocas predinásticas hasta la V dinastía, y luego los hechos relevantes de sus gobiernos, divididos y marcados por el jeroglífico ‘renpet’, que significa año, y que aparece aquí, Esperanza, como una línea vertical que se curva al final, destacando las crecidas del Nilo, de las cuales dependían la prosperidad y supervivencia del país.
»En resumen, el texto estaba dividido en tres registros horizontales. El superior que, como te dije, muestra el nombre del faraón de ese período; la franja intermedia destaca los acontecimientos importantes, como las fiestas, los censos de ganado, etc. Y la franja inferior, que indica el mayor nivel de la inundación anual, porque si llegaba demasiada agua o si, por el contrario, esta era escasa, eso suponía la hambruna de Egipto.
–¿Cómo hacían los egipcios para medir las crecidas del Nilo, Nicola?
–En los templos existían los llamados «nilómetros», que eran una suerte de pozos tubulares construidos al lado del río. Dependiendo de cómo se incrementara el nivel en su interior se podía calcular el volumen de agua, la cantidad de cosechas, y por ende el monto de los impuestos a cobrar a la gente.
–¿Qué hay en el contenido de la Piedra de Palermo que la hace tan especial?
–Si te fijas bien, en la franja superior se pueden distinguir los nombres de los reyes predinásticos correspondientes al Imperio arcaico del Bajo Egipto, como Seka, Jaau, Tiu, Tvesh, Neheb, Uadynar y Mejet. Los reyes predinásticos parecían sacados de los mitos y leyendas, hasta que los encontraron en las excavaciones del francés Émile Amélineau y el inglés Flinders Petrie en el cementerio de Umm el-Qaab («la madre de las vasijas» en árabe) en la zona de Abydos. En 1988, los arqueólogos alemanes Werner Kaiser y Gunter Dreyer, excavando en la misma zona, hallaron el nombre del rey Horus Escorpión, datado en la cultura Naqada III, y posteriormente dieron con la tumba de ese rey en una mastaba semi-enterrada.
»En la piedra se habla