Anatomía y cinesiología de la danza. Karen Clippinger

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Anatomía y cinesiología de la danza - Karen Clippinger Deportes

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hueso largo típico aparecen en la figura 1.2. Conocer estas estructuras es clave para comprender la salud y el crecimiento óseos. El tramo con forma de tallo, llamado diáfisis (G., crecimiento entre), presenta paredes gruesas de hueso compacto y una cavidad hueca, llamada cavidad medular (L., tuétano). La lámina de hueso compacto se adelgaza hacia los extremos. Los extremos, de mayor tamaño, se llaman epífisis (G. epi, encima + physis, cuerpo). Estas epífisis engrosadas ofrecen una amplia área para la inserción de los músculos. También ofrecen un área superficial mayor para la articulación con los huesos adyacentes, mejorando así la estabilidad articular. Las superficies de las epífisis que realmente entran en contacto con los huesos en oposición están revestidas de una fina capa de tejido conjuntivo especializado o cartílago articular. El cartílago articular ayuda a mitigar las fuerzas y permite a las articulaciones moverse con más suavidad (véase Articulaciones sinoviales, págs. 12 y 13 para más información). En vez de albergar una cavidad hueca, las epífisis están rellenas de hueso esponjoso. Los espacios del hueso esponjoso y de la cavidad medular están llenos de una sustancia blanda y grasa llamada médula ósea. Parte de esta sustancia (médula roja) es vital para la producción de hematíes.

      En el hueso todavía en crecimiento, hay una lámina de cartílago que separa cada epífisis de la diáfisis. Se denomina lámina epifisaria (G. epi, encima + physis, cuerpo) o «lámina de crecimiento» (véase Desarrollo y crecimiento óseos para más información). En el adulto, estas láminas epifisarias se han reemplazado por hueso, y la diáfisis se ha fusionado con las epífisis. El hueso empleado en esta fusión es muy denso y visible como una línea epifisaria en las radiografías.

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      Con la excepción de la porción de las epífisis cubierta de cartílago articular, todo el exterior del hueso está revestido de una membrana fibrosa llamada periostio (G. peri, alrededor + osteon, hueso). La lámina interna del periostio contiene células capaces de depositar hueso nuevo (osteoblastos). El periostio cuenta con una nutrida red de vasos sanguíneos, esenciales para la nutrición ósea. También ofrece un lugar para la inserción de músculos y ligamentos en el hueso. Los músculos, por lo general, no se insertan directamente en el hueso, sino que sus extensiones de tejido conjuntivo, como los tendones, se insertan en el periostio, que a su vez cuenta con pequeñas fibras que penetran en el hueso (fibras de Sharpey). El periostio puede resultar dañado con facilidad y, debido a su abundante inervación, puede ser el responsable de gran parte del dolor asociado con síndromes compartimentales tibiales, contusiones y fracturas.

      El endostio (G. endon, dentro + osteon, hueso) es una membrana que tapiza las superficies internas del hueso, como la cavidad medular y los conductos que discurren a través del hueso compacto. Como el periostio, contiene células que intervienen en el crecimiento y reparación del hueso. Estas células, localizadas en el endostio y periostio de los huesos en crecimiento, son especialmente importantes para el aumento del diámetro de los huesos en comparación con su crecimiento longitudinal (véase Desarrollo y crecimiento óseos para más información).

       Estructura de otros tipos de huesos

      De forma parecida a los huesos largos, los huesos cortos, irregulares y planos presentan una lámina externa de hueso compacto cubierta de periostio. Bajo esta lámina de hueso compacto se encuentra el hueso esponjoso revestido por el endostio. Estos tipos de huesos no son cilíndricos y por tanto no tienen epífisis, diáfisis ni cavidad medular, a pesar de lo cual contienen médula ósea entre sus trabéculas. Algunos huesos planos contienen médula roja, es decir, el tuétano capaz de producir hematíes.

      Durante el desarrollo fetal, cierto tejido conjuntivo especializado (mesénquima) se transforma directamente en hueso, lo cual se denomina osificación intramembranosa (L., dentro de la membrana; os, hueso + facia, construir), aunque lo más normal es que se convierta en los modelos cartilaginosos de los huesos que más tarde son reemplazados por hueso a medida que el niño se desarrolla. Este último tipo de osificación se denomina osificación endocondral (G. endon, dentro + chondros, cartílago), y es este tipo de osificación el responsable del aumento de longitud de los huesos largos. La osificación endocondral se origina en un lugar cercano al centro del tallo del modelo cartilaginoso y este origen se denomina centro de osificación primaria. Esta osificación comienza al final del segundo mes de vida intrauterina (Hall-Craggs, 1985) y avanza en ambas direcciones alejándose del centro para formar la diáfisis. Poco antes o después del parto, aparecen uno o más centros de osificación secundaria en las extremidades del hueso largo, los cuales osifican las epífisis.

      A medida que continúa el crecimiento, se conserva una lámina de cartílago entre la diáfisis y las epífisis; la lámina epifisaria o «lámina de crecimiento» antes descrita. Esta lámina epifisaria conserva su espesor manteniendo un equilibrio entre el crecimiento del cartílago por el lado epifisario y el reemplazo por tejido óseo en su lado diafisario. Este proceso impide la fusión y permite que prosiga el crecimiento en longitud del hueso hasta el tamaño adulto de ese hueso concreto. Llegado ese momento, la producción de nuevo cartílago declina; las láminas epifisarias cartilaginosas son reemplazadas por hueso, y la diáfisis se fusiona con las epífisis. Las «láminas de crecimiento» se consideran ahora «cerradas». Este cierre de las láminas epifisarias suele ocurrir progresivamente desde la pubertad hasta la madurez. Aunque existe mucha variabilidad individual, la mayoría de los huesos largos de las extremidades se cierran entre los 15 y los 25 años (Goss, 1980); se produce hasta cuatro años antes en las mujeres que en los hombres (Kreighbaum y Barthels, 1996).

      Además de crecer en longitud, los huesos largos también experimentan remodelación y crecimiento circunferenciales, lo cual se denomina crecimiento aposicional. Los osteoblastos de la lámina profunda del periostio depositan nuevo hueso (osificación intramembranosa), mientras que las células del endostio (osteoclastos) reabsorben hueso. Este proceso permite al hueso crecer «hacia fuera», aumentando su diámetro y expandiendo ligeramente la cavidad medular para que el hueso sea más grueso y resistente, al tiempo que se evita que se vuelva demasiado pesado. Aunque este crecimiento en diámetro alcanza un ritmo máximo antes de la madurez, se prolonga en la edad adulta. Un resumen de este crecimiento de los huesos largos en diámetro y longitud aparece en la figura 1.3.

       Remodelación ósea

      Además de crecer en longitud y anchura, el hueso experimenta una continua remodelación. Aproximadamente el 5-7% de nuestra masa ósea se recicla cada semana, y hasta medio gramo de calcio puede entrar o salir del esqueleto adulto en un solo día (Marieb, 1995). Por tanto, aunque el hueso sea muy duro, está muy vivo y en continuo cambio como respuesta a muchos factores, como las tensiones mecánicas a las que está expuesto. Esta relación entre tensión y desarrollo óseo ya se puso en evidencia hace mucho tiempo (en 1892) por Juliuos Wolff. La ley de Wolff establece que los cambios en la arquitectura interna y en la conformación externa del hueso ocurren de acuerdo con leyes matemáticas y como respuesta a las fuerzas que actúan sobre los huesos. Se cree que las principales fuerzas que actúan sobre los huesos están relacionadas con la contracción de los músculos y la carga de los huesos durante las actividades que implican soporte del peso corporal.

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