E-Pack HQN Susan Mallery 3. Susan Mallery
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Patience se encogió de hombros como si no supiera de qué estaba hablando su amiga. En cuanto a lo de compartir detalles, no había muchos. Justice era atractivo, aunque potencialmente peligroso, y lo mejor era evitarlo. De acuerdo, no es que fuera lo mejor, es que era lo más inteligente.
«¿Con que era lo más inteligente, eh?», pensó la tarde siguiente esperando en la que pronto sería su cafetería mientras Justice estudiaba el local. Tenía la cinta adhesiva marcando el suelo y delimitando lo que serían el mostrador principal, la vitrina refrigerada, el mostrador de pasteles, las mesas y las sillas.
Él se movió entre las representaciones bidimensionales de lo que serían objetos reales, se dio la vuelta y la miró.
—Lo tienes todo muy bien planeado. La distribución está muy bien.
—¿Significa eso que es una buena composición para retener a un dictador sudamericano o un mal lugar para hacerlo?
Él le sonrió.
—Podría preparar un secuestro aquí, o evitarlo. La flexibilidad es importante.
Ella intentó como pudo ignorar cómo su sonrisa hizo que se le encogieran los dedos de los pies. Ahora mismo su negocio tenía que ser su prioridad, no ese guapo hombre que merodeaba por su local... por muy guapo que estuviera merodeando a su alrededor. Se le veía competente y decidido. Y mientras un cosquilleo la recorría y le hacía preguntarse: «¿Pero en qué estoy pensando?», se imaginaba rodeada por esos fuertes brazos. Suponía que era bueno saber que en una batalla de fuerza, las hormonas vencían al sentido común. El conocimiento era poder.
Él se giró y enarcó las cejas.
—¿Tienes frío?
—Estoy aterrorizada.
—¿Los nervios de abrir un negocio?
—Básicamente. No dejo de decirme que no puedo asustarme. Quiero decir, dentro de lo que supone toda una vida, ¿qué es abrir un negocio? Mira con lo que tiene que lidiar mi madre cada día con su esclerosis. Debería poder llevar esto con dignidad, ¿no?
Él se acercó.
—No pasa nada por estar asustada. Es natural teniendo en cuenta lo que estás haciendo.
Sus oscuros ojos azules parecían absorberla y ella se sintió como si estuviera perdiendo su voluntad. Pedirle opinión era una cosa, pero anhelar algún rato de diversión era algo totalmente estúpido.
—Esto supone un gran cambio —admitió sabiendo que confesar eso era mucho más seguro que contarle lo que le decía esa voz dentro de su cabeza, la misma que le gritaba «¡Tómame ahora!».
Ella carraspeó.
—He leído los artículos. Sé el porcentaje de nuevos negocios que fracasan.
—Tú no serás uno de ellos. Tienes un gran producto en una ubicación excelente. Serás un negocio local y te apoyarán por ello —la agarró por los brazos—. Todo te irá genial.
—Eso es lo que no dejo de decirme —quería apoyarse contra él, lo cual no era nada bueno. Una distracción, eso era lo que necesitaba—. Oye, y tú estarás matando gente. Eso debe de ser muy estresante.
Él le dirigió una sonrisa sexy y lenta.
—No tenemos pensado matar a nadie en clase.
—Solo después, si llegan tarde a clase o son unos bocazas.
—Es una forma de tratar los problemas —bajó las manos—. Bueno, ¿cuál es el siguiente paso?
—Fontanero, electricista y constructor —fue hasta el mostrador principal—. ¿Ves esos cuadrados grandes? Son las máquinas de espressos. Hay que conectarlas a las tuberías del agua y al sistema eléctrico. Las vitrinas refrigeradas y las expositoras ya están en camino. Las máquinas de espresso llegarán el lunes.
Esos detalles suponían una distracción del hecho de estar tan cerca de Justice y eran una ruta directa a un estómago que no dejaba de dar vueltas. Se llevó la mano a la cintura.
—Todos los trabajos profesionales estarán terminados en dos semanas y después llega lo divertido. Pintar, limpiar, prepararlo todo. Para eso organizaremos un equipo de trabajo. Después, otra semana para prepararlo todo, entrenar a los empleados que contratemos y ¡a abrir!
—¿Un equipo de trabajo?
—Claro. Solo tenemos que correr la voz de que necesitamos ayuda y la gente empezará a llegar para hacer lo que haga falta —ladeó la cabeza—. He participado en un montón, pero nunca he pedido ayuda. Me resulta raro, pero no puedo ocuparme de todo sola, y pagar al constructor para hacer labores sencillas acabaría con todo mi presupuesto.
—¿Un beneficio más de vivir en un pueblo pequeño?
Ella sonrió.
—Podríamos ayudaros a vosotros también, si queréis. Llenaríamos las estanterías de dardos letales y bolis de tinta invisible.
—Creo que nos apañaremos.
—Si estás tan seguro...
—Lo estoy —la observó—. ¿Nunca has querido vivir en otro sitio?
—Este es mi hogar. ¿Crees que hay algún sitio mejor?
—Para ti no. Este es tu lugar.
Patience no estaba segura de si esas palabras eran buenas o malas, aunque tal vez no tenía que darle vueltas al asunto.
Abrió la boca para decir algo más, y entonces vio su reloj.
—¿Ya es esa hora?
Él extendió el brazo para verlo con más claridad.
—Lo tengo en hora.
—En diez minutos tengo que dar unas mechas.
La llevó hacia la puerta.
—Venga, yo cierro y dejo la llave.
—¿En serio? Gracias.
Y Patience salió corriendo por la puerta.
«Ojalá no fuera tan simpático», pensó mientras corría hacia el salón. Ya era toda una tentación sin tener que ser tan dulce y atento. Con todo lo que estaba pasando, se sentía más vulnerable de lo habitual.
«Sí o no», pensó. Sí a Justice y a un posible desastre, aunque también a una experiencia excitante. O no, que era lo mismo que decir «sí» al sentido común.
Lo quería todo. Al hombre que le provocaba un cosquilleo y la hacía reír, y que además era peligroso y misterioso. Quería la incertidumbre y también quería algo seguro. Una combinación imposible.
Justice hizo lo prometido. Cerró el local y le devolvió la llave a Patience, que estaba ocupada aplicando una mezcla sobre mechones de pelo antes de envolverlos en tiras de papel de aluminio.