E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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aunque me quisiera mucho, no soportaba verme haciendo esas cosas. Pero también me dijo que, pasara lo que pasara, siempre estaría ahí.

      Y había cumplido su promesa hasta el fin de sus días. El cáncer se la había arrebatado antes de tiempo, pero su recuerdo lo acompañaba en todo momento. Drew apretó la mandíbula. Según William, de haber estado vida, su madre tampoco hubiera aprobado su viva de soltero, licenciosa y desordenada.

      Deanna cambió de postura y tomó la foto de nuevo.

      —Estar siempre ahí. Para mí eso es lo más bonito de una persona —murmuró y entonces le metió la foto en el bolsillo de la solapa de la chaqueta que Drew había tomado del armario de J.R.

      Le dio unas palmaditas sobre la solapa y levantó la vista hacia él, sonriendo. Estar siempre ahí… Igual que ella…

      Ella quiso apartar la mano, pero él se la agarró a medio camino.

      —Sí —le dijo en un tono grave y profundo—. Eso es lo más bonito.

      La sonrisa de Deanna se borró lentamente. Sus ojos se hicieron más grandes durante una fracción de segundo y emitieron un destello fugaz. Pero entonces parpadeó y el momento pasó.

      De repente, Drew sintió que retiraba la mano.

      —No —le dijo.

      Su cabello parecía más rojo que nunca bajo la luz crepuscular. Drew enredó los dedos en unos mechones y se los apartó de la cara sutilmente.

      —Drew…

      Él deslizó el dedo pulgar sobre sus labios, haciéndola callar. Si lo que iba a decir era una protesta, no tenía ganas de contestarle. Si era algún argumento razonable, tampoco tenía ganas de debatir. ¿Y si era un desafío? En ese momento no tenía ni ganas de ganar.

      Deslizó las yemas de los dedos a lo largo de su mandíbula, preguntándose si ella era consciente de lo suave que era su piel. Sus huesos parecían tan frágiles al tacto. ¿Sabría ella lo fascinante que era ver cómo se movía su garganta cuando tragaba? ¿Cuando estaba nerviosa? ¿Sabría lo mucho que deseaba besarla en la base del cuello, allí donde los latidos de su corazón se podían palpar? Ella parpadeó un segundo y entrecerró los ojos al sentir los dedos de Drew sobre la nuca. Levantó la barbilla lentamente, pero no cerró los ojos, sino que buscó los de él.

      ¿Qué veía ella? ¿A su jefe? ¿Al hombre al que creía bueno? ¿O a uno que no hacía más que defraudar a todo el mundo? A lo mejor no veía ninguna de esas cosas. A lo mejor en ese momento sólo era un hombre, y nada más; un hombre que la deseaba incluso cuando intentaba no hacerlo… Ella se acercó más a él y cerró los dedos alrededor de su mano.

      —No me mires así si no vas a besarme —susurró.

      Y eso hizo. Le rozó los labios suavemente, exploró el contorno de su labio inferior, palpó con la lengua el arco del superior y absorbió el suspiro que ella dejó escapar. Aquel beso le hizo estremecer de pies a cabeza, como si hubiera sido el primero que daba en toda su vida. Y cuando finalmente se detuvo y respiró hondo, apoyando la frente contra la de ella, se dio cuenta de que quizá sería el último que necesitaría.

      Ella le rodeó la cintura con el brazo que tenía libre y subió hasta acariciarle la nuca. Estaba temblando, o a lo mejor era él mismo… Fuera como fuera, aquello le asustaba mucho, mucho más que pasar una noche en la cárcel por una tontería.

      Drew levantó la cabeza. El sol ya casi se había ocultado del todo.

      —Deberíamos volver.

      Cuando Deanna levantó la vista, tenía lágrimas en los ojos. Asintió con la cabeza, se humedeció los labios y se apartó de él sin más. Recogió la botella de agua, que se había caído al suelo, y se la dio en la mano. Después rodeó el capó de la camioneta y subió por el lado del acompañante casi sin hacer ningún ruido. Drew miró por última vez el riachuelo seco que le había llevado hasta el coche de su padre.

      No tenía respuestas, ni para la desaparición de su padre, ni tampoco para lo que sentía por la mujer que le esperaba dentro del coche.

      Se puso al volante y arrancó.

      Capítulo 10

      EL camino de vuelta al Orgullo de Molly transcurrió en silencio y ya había anochecido cuando Drew se detuvo delante de la casa. Deanna bajó rápidamente. Tenía las piernas rígidas, no sólo por la pequeña excursión a pie, sino también por el lodo duro y seco que le cubría los pantalones.

      —Voy a darme una ducha —le dijo.

      —¿Eso es una advertencia? —le preguntó él.

      Deanna no sabía con qué intención lo había dicho. ¿Era una advertencia, o una invitación? No lo sabía con certeza, sobre todo después de todo lo que había ocurrido esa tarde, después de lo que habían hablado. Después de aquel beso, ya no podía engañarse más. Ya no tenía ningún control sobre sus propios sentimientos cuando se trataba de Drew. Le miró fijamente. A la luz de la camioneta, su mirada era velada, pero intensa; enigmática y circunspecta. Era imposible saber si ese beso le había conmovido tanto como a ella, o si por el contrario temía que se hiciera más ilusiones de la cuenta. A lo mejor lo único que había significado para él era… un momento de consuelo… en una situación difícil.

      —¿Necesitas que sea una advertencia? —le preguntó, asiendo la manivela de la puerta.

      —Probablemente.

      Deanna sintió que el corazón se le encogía. Aunque no supiera qué emociones se escondían detrás de aquellos ojos inescrutables, asintió con la cabeza.

      —Entonces eso es lo que es —le dijo, antes de cerrar la puerta de la camioneta.

      Drew puso en marcha el vehículo y ella retrocedió un poco. Él se dirigió hacia los edificios que estaban junto al granero.

      —¿Tan mal estaba?

      Sorprendida, Deanna dio media vuelta. Era Isabella, parada en la puerta de la casa. La luz proveniente del interior la envolvía como un halo celestial.

      —Bastante —le dijo Deanna, consciente de que se refería al coche de William.

      Se pasó las manos por los muslos, limpiándoselas en sus pantalones manchados de barro, y se dirigió hacia la puerta.

      —El coche era un montón de chatarra, pero no había ni rastro de William. Drew incluso se pregunta si estaba en el coche en el momento en que se cayó por el barranco.

      Isabella asintió.

      —Ross ha llamado a J.R. Creo que todos se preguntan lo mismo.

      —¿Y Lily? ¿Cómo está?

      —Tiene una voluntad de hierro, y no se da por vencida. Está bien, supongo. Me dice que Ryan está velando por William —Isabella respiró hondo—. Sea bueno o no, todavía se sentía lo bastante fuerte como para quererse ir a casa después de que habláramos con Ross. Jeremy se fue con ella. Se va a quedar con ella un tiempo para asegurarse de que no vuelve a ocurrirle lo que le pasó aquí el otro día. Ha pedido unos días para quedarse en Red Rock hasta que todo se calme un poco.

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