E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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lo que me dijeron los chicos de Haggarty, el coche de William debió de salirse a poco más de kilómetro y medio de aquí, cuesta arriba —señaló una carretera muy curva en el papel—. Me advirtieron de que no hay ningún sitio para detenerse allí.

      Drew no sabía si sentía alivio o angustia. Miró el mapa, la carretera y en ese momento vio una especie de camino que salía de la cuneta, adentrándose en el bosque. Era de tierra, muy escarpado, y apenas se veía entre la vegetación.

      —¿Vamos a ir por ahí?

      Ross asintió con la cabeza.

      —El camino sigue durante unos tres kilómetros y medio y termina en un arroyo seco. Tendremos que seguir a pie —dobló el mapa e hizo un círculo alrededor de una pequeña sección del mismo—. Así tendrás una idea de cómo es la zona —le dio el mapa a Drew—. ¿Cuánto tiempo hace que no conducías una camioneta?

      Drew hizo una mueca.

      —No mucho, pero fue un paseo de placer.

      Ross gruñó.

      —¿Estás seguro de que puedes llegar hasta el lugar del accidente? No nos vamos de picnic precisamente.

      —Sí.

      —¿Y Deanna?

      Drew miró por encima del hombro hacia la camioneta. A través del parabrisas podía ver su cara de preocupación.

      —Estará bien.

      —Bueno, no sé… Parece que estuviera a punto de vomitar.

      Drew frunció el ceño. Era cierto.

      —No hubiera venido conmigo si no quisiera estar aquí.

      —¿Estás seguro?

      Drew asintió.

      En las últimas semanas había descubierto muchas cosas que no sabía de Deanna Gurney.

      Salía a correr todas las mañanas, usaba un champú que olía a manzana verde y de vez en cuando se la encontraba en la cocina tomándose una taza de té caliente. Té, no café… Siempre había valorado mucho su mente excepcional y le había sacado todo el partido que podía, pero recientemente se había dado cuenta de que también tenía un cuerpo glorioso. Y también sabía que sus ojos verdes se volvían color esmeralda cuando la emoción la embargaba; algo que jamás se hubiera esperado de una secretaria tan profesional y pragmática como ella.

      Había averiguado todas esas cosas en los diez días que habían pasado juntos en el Orgullo de Molly. Pero sin duda había muchas otras cosas que aún desconocía y que lo atormentaban. Cosas que lo tentaban…

      —Seguro. Es más fuerte de lo que parece —le dijo a Ross. Se guardó el mapa en el bolsillo y regresó a la camioneta.

      Capítulo 9

      OH, Dios mío —exclamó Deanna al llegar al pequeño claro entre los árboles donde había ido a parar el lujoso coche de William.

      El vehículo estaba destrozado. El capó estaba doblado en dos a causa de la roca contra la que había chocado. Eso había impedido que siguiera deslizándose cuesta abajo a lo largo del barranco. Tenía todas las lunas rotas, excepto una, y el techo estaba aplastado, como si hubiera caído rodando. La parte trasera del vehículo también estaba hecho un amasijo de hierros y la puerta del acompañante colgaba de las bisagras de puro milagro.

      Deanna apartó la vista.

      —¿Estás bien? —le preguntó Drew.

      A él no parecía faltarle el aliento después del largo camino a pie, ni tampoco por la horrible imagen del coche de su padre.

      —Debería ser yo quien te lo preguntara a ti — respiró profundamente. El aire olía a hierba y a tierra.

      Al emprender el camino no era consciente de lo difícil que sería caminar sobre un suelo de gravilla y rocas de un arroyo que no estaba del todo seco. Pero eso no había resultado tan duro como andar sobre la tierra húmeda de las orillas. Tenía los vaqueros cubiertos de barro hasta las rodillas y el lodo incluso se le había metido entre los dedos a través de los calcetines. Drew y Ross estaban igual.

      —Prefiero verlo antes que no saber nada —le dijo Drew, dándole su botella de agua—. Termínatela si necesitas más.

      Ella tomó la botella, pero no bebió. No quería dejarle sin agua. Ya tenía su propia botella. Ross había ido bien preparado. Drew se abrió camino entre las rocas y piedras hasta el amasijo de chatarra que había sido el Mercedes de su padre. Ross ya había llegado hasta el asiento delantero y lo estaba inspeccionando todo. Con mucho cuidado, Deanna dejó las botellas de agua junto a un tronco podrido y trató de abrirse camino hasta la zona. No veía nada excepto más lodo y más piedras, arbustos, maleza, árboles… ¿Cómo podría William haber salido ileso de aquel coche hecho añicos? ¿Cómo podría haberse abierto camino en un terreno tan hostil?

      —Cuidado —le dijo Ross de repente.

      Deanna se detuvo bruscamente. Se había llevado un susto de muerte.

      Ross señaló algo.

      —Eso es una huella —le dijo, rodeando la zona.

      Deanna no veía más que un trozo de lodo seco. Ross sacó una cámara digital, se agachó y tomó varias fotos de la huella. Después se incorporó y siguió un rastro que Deanna no era capaz de ver, deteniéndose de vez en cuando para sacar más instantáneas. En pocos minutos desapareció en la maraña de la vegetación, tan alta que apenas podía verle la cabeza. La joven volvió a mirar hacia el coche. Drew seguía dentro de la parte delantera, sentado en el asiento del conductor. Tenía las piernas apoyadas en el suelo. Respirando hondo, fue hacia él. En el habitáculo del coche se podían ver los restos de los airbags. Había tierra y piedras por todas partes y el parabrisas era una telaraña de grietas.

      —No hay sangre —dijo Drew—. Nada de nada.

      Deanna le miró a la cara. Ross les había dicho que la policía que había investigado el lugar del accidente había informado de que no había evidencias de daños humanos, pero, viendo el estado en el que había quedado el coche, resultaba muy difícil de creer.

      —Ni siquiera sé cómo lo pueden afirmar con tanta seguridad, sobre todo viendo cómo ha quedado el coche.

      Incluso había una rama bastante grande junto al asiento del conductor.

      —Una vez volqué un coche cuando estaba terminando la universidad —hizo una mueca y apartó la vista de ella. Deslizó una mano sobre el asiento del acompañante. Una capa de polvo saltó por los aires y brilló a través de la luz refractada que entraba por el agrietado parabrisas—. Estábamos tres en el coche. Todos terminados llenos de cortes y moratones, pero no fue nada como esto. Y sin embargo, sí que había sangre en las ventanillas, los asientos, las puertas…

      Deanna trató de no imaginárselo.

      —¿Salisteis malheridos?

      —Fue cuando me hice esto —le dijo él, tocándose la pequeña

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