E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—A lo mejor —señaló él—. Pero sólo quiero que sepas que sé todo lo que has hecho.
—Pónmelo todo en mi próximo informe de rendimiento.
—Maldita sea, Deanna. Sólo estoy tratando de mostrar un poco de agradecimiento.
—Muy bien —dijo ella, levantando las cejas—. Entonces iremos a cenar.
—Bien —Drew cerró la puerta del baño y sacudió la cabeza. ¿Cómo se le había ocurrido pensar alguna vez que era la mujer menos complicada y más predecible del mundo?
De repente reparó una vez más en las braguitas blancas. Lo único impredecible era ese interés que sentía por ella y que no hacía más que crecer. Masculló otro juramento y abrió el grifo de la ducha.
Fría.
—Tienes razón.
Dos horas más tarde, Deanna se echó hacia atrás en su silla, dobló la servilleta y la puso junto a su plato.
—La comida es muy buena.
—Por ese motivo, Red es un sitio muy conocido, incluso fuera de Red Rock —le dijo Drew, sonriendo—. No hay comida mejor en muchos kilómetros a la redonda.
Para ser un simple gesto de agradecimiento, la velada había tenido todos los ingredientes de una noche romántica. Él se había mostrado especialmente encantador y no le había mencionado nada de su padre, ni tampoco de la empresa. Sin embargo, en el fondo, Deanna sabía que no podía dejarse llevar. La mayor atracción para el resto de comensales estaba en el restaurante mismo, que había sido montado en una vieja hacienda restaurada, de las más antiguas de todo el estado. Incluso entre semana, el salón principal estaba lleno de gente. Marcos Mendoza, el apuesto hermanastro de Isabella, que regentaba el local, iba de un lado a otro, conversando con los habituales del lugar y regalando sonrisas a las féminas.
—No podemos irnos sin probar el famoso flan de María —dijo Drew mientras se tomaba el último vaso de sangría.
—Ya no me cabe nada más —le dijo Deanna.
Ni siquiera había sido capaz de terminarse el segundo plato, por muy delicioso que estuviera.
—Por lo menos prueba un poquito. Lo sirven encima de una especie de pastel con salsa de chocolate —le dijo, esbozando una sonrisa tentadora—. Creerás que estás en el paraíso.
Teniendo en cuenta lo mucho que la velada se asemejaba a una cita, Deanna creía haber llegado allí ya.
—Muy bien —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza—. Sólo un poquito. Quiero caber en mi ropa cuando vuelva a California.
—No creo que tengas problema en ese sentido —a la luz de la vela que ardía en el centro de la mesa, la mirada de Drew parecía más cálida que nunca.
Si hubieran estado en San Diego en ese momento, hubiera tenido la gorra de béisbol puesta, con la visera del revés, escondiendo toda clase de pensamientos corrosivos.
Deanna cerró los puños por debajo de la mesa. Tenía que repetirse una y otra vez que aquello no era una cita.
—Yo, eh, disculpa un momento —le dijo y quiso levantarse de la silla.
Pero él se levantó antes y le apartó la silla con caballerosidad. Llevaba un suéter negro que se le ceñía a los hombros, marcándole toda la musculatura. Su pecho estaba tan cerca que bien podría haberse rozado la mejilla contra él. Deanna respiró hondo, intentando deshacer el nudo de deseo que tenía en el pecho.
—Gracias —le dijo, buscando el aroma de los deliciosos manjares que los rodeaban por doquier para no sentir aquella exquisita fragancia masculina que la estaba volviendo loca.
Él sonrió sutilmente y ella se apartó con brusquedad; tanto así que estuvo a punto de chocar con una guapa camarera que llevaba una pesada bandeja hacia la mesa contigua. Por suerte, Drew la agarró a tiempo y la echó a un lado. La camarera sonrió y siguió su camino como si nada.
—¿Estás bien? —le preguntó él. Su aliento le sopló el pelo en la sien.
—Bien —dijo Deanna, casi sin aliento y echó a andar. Él la soltó de inmediato.
Unos segundos más tarde ya había llegado al aseo de señoras. Metió sus muñecas calientes debajo del grifo de agua fría y se miró en el espejo. Parecía tener los ojos demasiado grandes para la cara y el escote de aquel femenino vestido se le hacía más generoso que nunca.
—Esto no es una cita —murmuró.
—¿Disculpa?
Una señora cargada de joyas se detuvo frente al lavabo y sonrió.
—¿Te encuentras bien, cariño? Pareces un poco temblorosa.
—Sí, gracias —dijo Deanna, asintiendo.
—Supongo que hay un hombre muy guapo esperándote ahí fuera, ¿no? —le preguntó, sonriendo de oreja a oreja—. Eso siempre nos pone un poco nerviosas.
Deanna logró esbozar una sonrisa de vergüenza. Si una extraña era capaz de notárselo, entonces Drew también.
—Pero siempre recuerdo lo que mi madre me decía —la señora tomó una servilleta de papel del montón que estaba entre los dos lavabos—. No importa lo mucho que un hombre te traiga de cabeza, cariño. Si merece la pena, entonces hará todo lo posible por demostrarte que él siente lo mismo por ti antes de llevarte a… Ya sabes…
Deanna no puedo evitar echarse a reír.
—De acuerdo. Le agradezco el consejo.
—Bueno, entonces… Cuando quiera llevarte… a ese lugar… Vuélvelo loco —la señora le guiñó un ojo y salió por la puerta.
Deanna soltó una pequeña risita y cerró el grifo. Se secó las manos, se alisó la falda del vestido… No podía imaginarse volviendo loco de amor a Drew Fortune, pero la idea era de lo más tentadora.
—Esto no es una cita —se repitió una vez más.
Sintiéndose un poco más segura de sí misma, volvió al salón rápidamente. Para su sorpresa, había una mujer parada junto a Drew. Tenía una mano sobre su hombro y ambos se reían. Los dos se dieron cuenta de su presencia al mismo tiempo. La mujer, de unos setenta años, era un poco más baja que ella y también tenía más curvas, sobre todo con aquellos pantalones negros y la blusa roja que llevaba puesta.
—Bueno, aquí está la chica que le ha robado el corazón a nuestro Andrew —dijo, dando un paso adelante y agarrando la mano de Deanna. Sin vacilar ni un momento, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla—. Y no me extraña nada, con lo guapa que eres.
Deanna no tuvo más remedio que sonreír ante aquel efusivo recibimiento.
—Deanna, ésta es María Mendoza —dijo Drew—. Ella y su marido, José, montaron este restaurante.
—Sí, sí —María agarró a Deanna por la cintura y le dio un apretón—.