Al oriente del Edén. Francisco López Taboada

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Al oriente del Edén - Francisco López Taboada

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969 años de vida, al menos, no existe constancia de ello.

      El que ocupa el noveno lugar en la lista es Lamec, curioso nombre que aparece en la genealogía de Set como sucedió también en la de Caín; con la salvedad que si el Lamec descendiente de Caín se caracterizó por corromper el orden matrimonial que Dios había establecido y su extremada violencia, el personaje de Lamec que nos muestra el texto de hoy (que proviene de la descendencia de Set), se caracteriza por ser un hombre sabio que aprendió a vivir en la piedad y el temor de Dios. Fue profeta y supo ver en su hijo Noé la liberación de parte de Dios, de aquella generación corrupta, perversa y altamente violenta.

      Finalmente nos encontramos con Noé, varón semejante a Enoc, quien como él, también anduvo en los caminos del Señor. Noé es considerado un ‘tipo’ de Cristo, y el ‘arca’ que construyó por mandato de Dios, a su vez es ‘tipo’ también de la salvación que Cristo ofrece a todo aquel que en Él cree, se arrepiente y acepta su obra redentora de la cruz.

      A continuación los iremos enumerando de uno en uno:

      ADÁN

      De Adán no diremos mucho más de todo lo que se ha dicho hasta ahora. Fue el primer ser humano creado directamente por Dios, tomando como materia prima el mismo barro de la tierra, y hecho a su imagen y semejanza. El nombre de «Adám», o Adán en castellano, es a la vez nombre propio, como nombre común, significando también «ser humano», «persona», «gente» y «varón». Proviene de una raíz hebrea que significa «rubor (en el rostro)» o «rojizo» (Strongs 119 y 120). Os recordamos que a su vez el nombre en hebreo «haadam» también proviene de la raíz «haadamah» que significaba «barro de la tierra».

      De Adán queremos destacar el hecho de que la Escritura le designa por el nombre de «hijo de Dios», título al que hace referencia el Evangelio en Lucas 3:38. Quizás estamos tan acostumbrados a este término de «hijo de Dios», que pasamos por él de corrido sin darnos cuenta de la carga que esto tiene en realidad. En el Antiguo Testamento este título sólo aparece en 5 ocasiones, y está siempre vinculado a seres o personas que han sido objeto de una creación directa de la mano de Dios; como lo fueron Adán y Eva, y las miríadas angelicales que sirven noche y día al Señor. Son hijos de Dios tanto los ángeles que están en la presencia de Dios, como los que se rebelaron contra Él siguiendo las órdenes de Lucifer o Satanás, nuestro principal enemigo aquí en la tierra. Este concepto es relevante para entender algunos de los textos bíblicos que veremos más adelante.

      En el Nuevo Testamento este término se refiere a todo aquel que ha creído en Cristo y le ha aceptado como su único y suficiente Salvador, los cuales son llamados «hijos de luz» o «hijos de Dios». A esto se refiere la Escritura en Juan 1: 12-13: «Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios». Esto implica un ‘Nuevo Nacimiento’, una ‘Nueva Creación’ creada directamente por nuestro Señor. Por eso podemos llamarnos con propiedad «hijos de Dios», aunque también con humildad, porque eso no depende de nosotros, sino que es un don de Dios. A eso se refería Jesús en Juan 3 cuando hablando con Nicodemo le decía que para pertenecer al Reino de los cielos tenía que nacer de nuevo.

      Hermano, querido amigo, ¿eres consciente de lo que significa nacer del agua y del Espíritu? La Palabra está diciendo que Dios te ha dado el título de ‘hijo de Dios’ porque Él te ha vuelto a crear, Él ha hecho de ti una nueva creación, y esta vez no hecha con barro de la tierra, sino de su propia esencia, ¡de su Espíritu!, ¡a su verdadera imagen y semejanza! Ha cambiado tu ADN material por un nuevo ADN espiritual, semejante al suyo. ¡¡Eres inmortal!! Y el Apóstol Pablo tercia en el asunto recordándonos: «Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Rom. 3:17).

      Es tanto lo que implica el título de ‘hijo de Dios’ y el hecho de pertenecer a su familia, que cada vez que de ahora en adelante pienses en ello (y espero que lo hagas muy a menudo), deseo que tu espíritu y tu alma experimenten un gran ‘subidón’ de fe y esperanza ante tal realidad, independientemente de la situación buena o mala por la que estés atravesando en ese momento. Y todo esto no por nuestros méritos, sino por el poder y los méritos del Señor Jesús en la cruz, con quien también nos identificamos en sus padecimientos; si es que queremos ser glorificados juntamente con Él: «pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimiento» (Rom. 8:17). Amén y amén.

      SET

      Sabemos que Set fue el tercer hijo de Adán y Eva que se menciona en las Escrituras. Después del nacimiento de Set, Adán y Eva tuvieron muchos más hijos e hijas durante los 800 años de vida que el Señor les permitió vivir. Nació cuando Adán tenía 130 años y su cara era el vivo retrato de su padre. A Eva le recordó cómo era su esposo cuando le conoció, y tal como vimos, le puso por nombre Set (que significa substituto o substituido), porque vino a ocupar el gran vacío que dejó su hermano Abel.

      A la edad de 105 años Set tuvo un hijo que le llamó Enós, y después de él vivió otros 807 años en los que tuvo otros hijos e hijas. En total Set vivió 912 años, poco menos que su padre, y después murió, tal como afirma la Escritura, como todos los seres mortales, excepto Enoc y Elías a quienes Dios los llevó consigo sin pasar por los rigores de la muerte. La relevancia de Set viene dada en primer lugar por su linaje. Fue padre de Enós, de quien hablaremos a continuación, así como por ser el antepasado de Noé, de quién todos hemos acabado siendo hijos. En segundo lugar por su constancia y perseverancia en iniciar a sus hijos en el temor de Dios y la esperanza de salvación, en un mundo cada vez más hostil y violento.

      Posiblemente Enoc —del que se nos dice en las Sagradas Escrituras que era amigo de Dios— enseñó a amar a Dios a su tátara-tátara-nieto Noé, sentado sobre sus rodillas. Todo un ejemplo para nosotros de cómo trasmitir la Palabra de Dios a nuestras futuras generaciones. Es curioso el hecho que desde la Creación hasta el Diluvio hay 11 generaciones (de Adán a Sem); del Diluvio a Egipto otras 11 generaciones (de Arfaxad a Jacob); y de Egipto hasta la monarquía más estable de Israel también 11 generaciones (de Judá a David). Las tres suman un total de 33 generaciones. En total 60 generaciones entre Adán y Cristo. Es un 6x10. Cuando menos curioso ¿verdad?

      ENÓS

      Las pocas referencias que tenemos en la Biblia de Enós es que era hijo de Set, murió también cargado de días a los 905 años (algo menos que su padre), que tuvo muchos hijos e hijas, entre ellos Cainán, que se hizo famoso en su generación, y finalmente que en su tiempo la gente empezó a invocar el nombre del Señor. «Enósh» en el original hebreo significa «hombre mortal» y a la vez «débil, enfermo y desesperado».

      Esto nos recuerda las palabras del salmista cuando dice: «¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?» (Salmo 8:4). En los tiempos de Enós los hombres se dieron cuenta de su situación de alejamiento y su rebeldía contra Dios y buscando restablecer su relación con el Señor, empezaron a invocar el nombre de Dios.

      Pero mientras unos lo hacían para alabar y enaltecer el nombre de Jehová, como fue en el caso de la línea genealógica de Set, no debemos olvidar lo que sucedía simultáneamente con Caín y sus generaciones, tal como recordamos en días anteriores. El mismo ‘Targum de Jerusalén’ dice referente a los días de Enós: “Esa fue la generación en cuyos días comenzaron a descarriarse, y a hacerse ídolos, y a llamar a sus ídolos por el nombre de la Palabra del Señor”. Los hombres debieron aplicarse el nombre de Dios a sí mismos o aplicarlo a otros hombres, por medio de quienes pretendían acercarse a Dios en adoración; y quizás aplicando incluso el nombre de Dios a objetos de idolatría.

      CAINÁN

      De Cainán o ‘Queinán’ como aparece en el original

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