Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen I. William Nordling J.

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Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen I - William Nordling J. Razón Abierta

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comprometidos. A través de un segundo tipo de llamada, el ser humano responde a los deseos naturales y trascendentes de entrar en estados vocacionales comprometidos: a) comprometerse con un marido o una mujer para formar una familia mediante el vínculo matrimonial; b) comprometerse a la bondad última en el servicio a Dios y a los demás, mediante compromisos de ordenación o religiosos, y c) buscar, en la integridad de la vida, contribuir con la inteligencia, la buena voluntad y los recursos propios a los demás y a la sociedad como una sola persona (Gn 2; Ef 5).

      4. Llamadas hacia el trabajo, servicio y ocio con sentido. Gracias a un tercer tipo de vocación, una persona se compromete en los diversos tipos de trabajo y servicio que debe hacer para prosperar personalmente y contribuir al bienestar de todos los miembros de su familia, comunidad y sociedad. Por ejemplo, algunas personas dicen sentirse atraídas por la belleza, el propósito y la naturaleza útil del trabajo con la madera, y se comprometen a aprender y practicar la carpintería de manera honesta, creando bienes para los demás y, por lo tanto, encontrando un sentido a su llamada al trabajo y al servicio (Gn 2:15; Mt 25:20). El trabajo tiene un gran valor en sí mismo, pero no trabajar también lo tiene. Hay una llamada a los tipos de ocio, es decir, al no trabajo significativo que permite no solo el descanso, el ejercicio y el cuidado de uno mismo, sino también la relación con la familia, las relaciones interpersonales y las actividades culturales, así como la contemplación de la verdad y la belleza y, finalmente, la participación en el culto a Dios y la vida de la Iglesia (Sal 46:10).

      VI. Realizada en la virtud

      La realización del ser humano implica un desarrollo teológico (intencional) de las capacidades y relaciones de la persona, a través de la virtud, la vocación y las prácticas relacionadas con la vida honesta. Por el contrario, gran parte del empobrecimiento y sufrimiento humanos son el resultado de experiencias traumáticas, malas elecciones, prácticas inadecuadas o relaciones degradadas, que a menudo pueden estar fuera de la plena responsabilidad de la persona.

      1. Inclinada hacia su realización y hacia Dios. Desde una perspectiva filosófica cristiana, cada persona, desde el primer momento de su existencia, tiene la capacidad de progresar hacia el bienestar temporal, la bondad moral y su realización final. Este movimiento teleológico da forma a la vida humana desde la concepción hasta la muerte. La persona tiene una capacidad natural para saber que existe una fuente y un propósito último de la vida humana (el Dios creador); de esta manera, los humanos expresan un deseo natural de Dios (Mt 5:8; He 17:27; GS §19).

      2. Inclinaciones naturales. Las capacidades humanas expresan inclinaciones positivas básicas hacia la existencia (ser), la verdad (conocimiento), la bondad (amor), las relaciones (familia, amigos y sociedad) y la belleza (integridad, orden y claridad). Estas inclinaciones naturales son las semillas de las virtudes humanas naturales, llamadas, y su realización. También son la base para reconocer la ley natural como una participación racional en la ley eterna (Rom 1 y 2).

      3. Desarrollo a lo largo del tiempo. La persona nace cuando su unidad cuerpo-alma viviente nace, durante la concepción. El despliegue de las múltiples capacidades de la naturaleza humana está sujeto al desarrollo a lo largo del tiempo gracias el crecimiento biológico, así como a las experiencias familiares y sociales, que preparan otro crecimiento entendido en términos de virtudes y vocaciones. La madurez de desarrollo se manifiesta en las relaciones, especialmente en el matrimonio y la familia, los amigos y la comunidad, el trabajo y el servicio, y la religión. A través de este desarrollo moral y espiritual, la persona busca superar la división de corazón, la discordia social y la indiferencia religiosa (1 Cor 13:11).

      4. Salud y enfermedad. La salud puede concebirse en términos de desarrollo humano integral. Es una función de la expresión, en el momento y grado adecuados, de las capacidades corporales, psicológicas y espirituales. La enfermedad es una función de alguna privación o deterioro del cumplimiento adecuado de una o más de estas tres capacidades (Sal 1:3).

      5. Virtudes. Las virtudes se distinguen por las capacidades que perfeccionan y los fines que consiguen. Por ejemplo, la virtud moral de la prudencia perfecciona la inclinación humana para actuar a la luz de la verdad y la capacidad intelectual para alcanzar objetivos razonables mediante una acción adecuada, al igual que cuando una madre o un padre se aconsejan, toman decisiones y actúan concretamente para criar a sus hijos con honestidad y cariño. La naturaleza de la persona exige que las virtudes sean expansivas e interconectadas, por ejemplo, que la prudencia sea también amorosa (1 Cor 13:1-3), y que se cumplan a la vez los criterios de justicia y misericordia.

      6. Tipos de virtudes. Las virtudes perfeccionan las capacidades humanas, ya que su objetivo es la plena realización. Se diferencian en tres tipos principales. En primer lugar, las virtudes teológicas (fe, esperanza y caridad o amor), que son dones divinos que también influyen en las otras virtudes (véase la premisa III, puntos 2-4 de este capítulo), este es el caso, por ejemplo, de cuando la esperanza teologal fomenta la confianza de una persona a la hora de llevar a cabo actividades cotidianas. En segundo lugar, se adquieren virtudes naturales, también llamadas cardinales (prudencia, justicia, coraje y templanza o autocontrol), y reúnen virtudes interrelacionadas o fortalezas de carácter, como la paciencia y la perseverancia. En tercer lugar, las virtudes intelectuales son teóricas (sabiduría, comprensión y conocimiento o ciencia) o prácticas (arte y sabiduría práctica).

      7. Conexión de las virtudes a través de las prácticas. Las virtudes básicas, las virtudes asociadas y las prácticas crean los caminos interconectados del desarrollo intelectual, moral y espiritual. Las virtudes se conocen mejor en la actuación. Por ejemplo, la virtud natural de la valentía (una virtud básica o cardinal), junto con las virtudes naturales de la esperanza y la perseverancia (dos de sus virtudes asociadas), deben formarse mediante prácticas particulares, como cuando se forma a una persona para experimentar la esperanza, practicar el autocontrol y mostrar coraje y perseverancia al enfrentarse a situaciones de emergencia. Aunque cada una de las virtudes perfecciona principalmente una de las capacidades humanas (enumeradas más adelante en el capítulo sobre la virtud), se interrelacionan en una conexión dinámica de fortalezas intelectuales, morales y teológicas (1 Cor 13:13; Gál 5:22-26).

      8. Desorden moral y maldad. A menudo, la gente toma malas decisiones creyendo que son buenas debido a interpretaciones y acciones distorsionadas previas (interpretaciones defensivas, negación de compromisos, racionalización de ideologías, etc.). Debido a la existencia de diversos desórdenes morales a nivel personal y social, los humanos tienden a buscar desmesuradamente el placer, el poder y el reconocimiento. Las emociones, cogniciones o violaciones distorsionadas impiden la realización, como cuando el miedo provoca el fracaso para actuar correctamente, o cuando la ira bloquea el verdadero amor y la justicia (Gál 5:19-21).

      9. Vicio. La tradición cristiana identifica el orgullo como la raíz de todo pecado, y los siete pecados capitales o vicios mortales como la vanidad, la envidia, el odio (y la ira), la pereza, la codicia, la gula y la lujuria. Ante el mal y el vicio moral, los seres humanos necesitan no solo el desarrollo, sino también la curación, el perdón y la reconciliación a nivel personal, interpersonal y religioso (Lc 15; Mt 1:21).

      10. Prevención. El desarrollo humano integral en la virtud ayuda a prevenir y superar insuficiencias en juicios morales, tales como el relativismo (la negación de la verdad objetiva), el emotivismo (la interpretación de los juicios éticos como meras expresiones de emociones positivas o negativas sobre una cosa), el subjetivismo (la afirmación de que la propia percepción o conocimiento de uno es necesariamente correcto), el consecuencialismo (la determinación de la bondad solo por las consecuencias de un acto y la negación de que cualquier acto es intrínsecamente malo) y el materialismo (la reducción de la persona a determinantes biológicos, como los procesos genéticos y neuronales).

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