Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II. William Nordling J.

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Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II - William Nordling J. Razón Abierta

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pensadores afirman asimismo que, debido a su función integradora, la capacidad sintética debería identificarse como una consciencia básica, sensibilidad o consciencia animal (Peghaire, 1943, p. 123). La palabra «consciencia» puede ser tratada de esta forma ampliamente, como un sinónimo de «cognición» en el significado más general de la palabra (Ashley, 2013b, p. 154). La palabra «consciencia» también puede ser usada más estrictamente como sinónimo de «sintiencia», es decir, consciencia animal básica o sensibilidad (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 427a16; sobre esta forma de conocimiento de los sentidos en contraste con el conocimiento intelectual, véase Aquino, 1273/1981, I, 85.3). La consciencia, tal y como se entiende bajo la perspectiva realista actual, no se reduce solo a un producto epifenoménico de la actividad cerebral (Kolb y Whishaw, 2009, p. 652).

      Con respecto a nuestra consciencia básica, la consideración de la capacidad sintética se relaciona de nuevo con una cuestión abierta en la neurociencia filosófica, a saber, el problema de la identificación de los correlatos neuronales de los fenómenos conscientes elementales. Tal y como hemos señalado anteriormente, si la capacidad sintética (asociada a una red de conexiones intercorticales) es una capacidad perceptiva-cognitiva compleja que permite una experiencia sensorial unificada e integrada, entonces esta capacidad se correlaciona con —o es— la consciencia o el conocimiento básico (Goldstein, 2010, p. 39). Esta forma elemental de consciencia es distinta, y no se reduce a los procesos biológicos y materiales de la sensación primaria que integra. En el presente análisis, podríamos ir más allá y proponer que la consciencia básica, tal y como la describimos aquí, es cualitativamente distinta de los correlatos neurobiológicos asociados con su propia actividad (sobre la consciencia básica, véase Vitz, 2017). A la vez, esta consciencia básica constituye una expresión de la unidad de la experiencia de los animales. En lo que respecta a los seres humanos, recientes estudios en neurociencia consideran que las resonancias magnéticas realizadas a pacientes comatosos sugieren que la red neuronal asociada con la consciencia básica puede incluir una pequeña región del tronco encefálico (el tegmento pontino dorsolateral) y dos regiones corticales (la ínsula central anterior y el córtex del cíngulo anterior) (Fischer et al., 2016). A este respecto, la corteza insular y la corteza cingulada también podrían participar en la red de conexiones intercorticales que involucran a la corteza de asociación estudiada anteriormente.

      La consciencia o la consciencia animal no implican necesariamente la autoconsciencia (Ashley, 2013b, p. 152). Esto es evidente cuando entendemos el tipo básico de consciencia como una especie de reflectividad de objetos percibidos (Wojtyła, 1979, pp. 31-34). Pero la consciencia, interpretada como un espejo quedaría incompleta si se considera solo en sí misma, sin su orientación hacia los objetos percibidos (Wojtyła, 1979, p. 38). Un espejo no se refleja a sí mismo; refleja objetos que son ontológicamente distintos del propio espejo. Así pues, la percepción de la consciencia de uno mismo (autorreflexión o conocimiento de sí mismo) pertenece a una capacidad diferente, que está vinculada al lenguaje (Wojtyła, 1979, pp. 36 y 304, nota final 17; en cuanto a la consciencia de sí mismo y el lenguaje [qualia 2], véase Vitz, 2017; también el capítulo 6, «La persona como capas integradas»). Mientras que la consciencia general de los animales incluye la consciencia de sus sensaciones fisiológicas interoceptivas (como el dolor), la consciencia de uno mismo es algo más que la mera consciencia de la percepción (que es la actividad de la capacidad sintética como se ha descrito anteriormente, por ejemplo, percibir que uno está viendo u oyendo). Más bien, la autoconsciencia implica la percepción de uno mismo como el agente que está percibiendo (Ashley, 2013b, pp. 195 y 196). No obstante, esta actividad en particular no tiene por qué interpretarse como algo totalmente irrelevante. La neurociencia contemporánea, por ejemplo, ha identificado la corteza prefrontal media como operativa en los ejercicios cognitivos que implican la autorreferencia (Heatherton et al., 2006, p. 18; Pfeifer, Lieberman y Dapretto, 2007, p. 1324).

      CAPACIDAD DE MEMORIA

      Las impresiones sensoriales individuales de primer nivel, originadas en los sentidos primarios, así como las de segundo nivel, originadas por la capacidad sintética, se almacenan y recuerdan mediante la capacidad de memoria (Aquino, 1266/2005c, q. 13). La memoria que consideramos aquí es una capacidad perceptivo-cognitiva de orden superior que implica actividad neurológica. Nuestra presentación, siempre que no indiquemos lo contrario, considerará la simple memoria, que es similar en muchos aspectos a la que se encuentra en los animales superiores. Esta memoria sensorial-perceptiva es diferente, y a un nivel inferior, que la memoria intelectual, es decir, la memoria no material, que pertenece al intelecto del alma y que puede subsistir sin el cuerpo (capítulo 8, «Plenitud personal», y capítulo 15, «Racional»; véase asimismo Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 430a18; con respecto a la memoria intelectual, véase Aquino, 1273/1981, I, 79.6-7; Aquino, 1259/1954, 10.2, especialmente el anuncio 1). Nuestras consideraciones se centrarán únicamente en esta capacidad de almacenamiento y recuperación sensorial-perceptiva, basada en correlatos neuronales y no en la memoria que pertenece a la capacidad superior del intelecto, que trasciende dichos correlatos neuronales.

      El acto de recordar implica una consciencia básica de revivir conscientemente una percepción pasada (lo que incluye una «reactivación» de las vías neuronales asociadas al recuerdo). Se puede llegar a decir que, de alguna manera, esa revitalización también implica la reactivación de la consciencia pasada; esto explica los desconcertantes síntomas psicológicos asociados con la reexperimentación de eventos de trauma o de vergüenza intensa (Keyes, Underwood, Snyder, Dailey y Hourihan, 2018; Linley y Joseph, 2004; Schore, 2002; Sokolowski, 2000, p. 68, p. 71). Al considerar la memoria debemos diferenciar entre la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo (Kolb y Whishaw, 2009, pp. 434, 513-518; Stillings et al., 1995, pp. 40 y 41). Asimismo, es posible diferenciar entre recuerdos explícitos e implícitos: mientras que un recuerdo explícito es un recuerdo consciente de un acontecimiento experimentado, el recuerdo implícito se ejemplifica a través de una respuesta espontánea a una percepción (Kolb y Whishaw, 2009, p. 493; Siegel, 2012, pp. 88 a 90). Esas respuestas pueden producirse de maneras que la persona desconozca (por ejemplo, una persona puede temer espontáneamente un hospital, solo con verlo, pero sin entender por qué). La memoria implícita también se ejemplifica mediante una habilidad o hábito adquirido, que analizaremos más tarde cuando tratemos las disposiciones cognitivas (Kolb y Whishaw, 2009, p. 493, p. 705). Frecuentemente, asociados con recuerdos implícitos también puede haber recuerdos explícitos, entrelazados con las respuestas emocionales (Bear, Connors y Paradiso, 2007, p. 582; Siegel, 2012, pp. 88 a 90). Los recuerdos explícitos dependen de un circuito neuronal que involucra el hipocampo, la corteza rinal, en el lóbulo temporal, y la corteza prefrontal en el lóbulo frontal, mientras que los recuerdos implícitos dependen por completo de la neocorteza y de las estructuras dentro de los ganglios basales (Kolb y Whishaw, 2009, p. 499, p. 510).

      CAPACIDAD IMAGINATIVA

      Las percepciones de la capacidad sintética, junto con sus sensaciones constitutivas, se conservan a través de una capacidad perceptiva diferente llamada imaginación (Aquino, 1273/1981, I, 78.4). Esta capacidad, de orden superior, permite a una persona producir copias mentales o réplicas de sensaciones y percepciones. Estas réplicas pueden entonces ser percibidas a su vez (como, por ejemplo, cuando uno evoca una imagen mental de un árbol ante su «ojo interno» después de haber visto un árbol real con sus ojos corporales). Tales réplicas son parecidas a las «semejanzas» residuales de las experiencias primarias, similares a la impresión de una imagen dejada en la cera o un boceto de un objeto (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 450a31). A veces se han denominado «fantasmas» (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 428a1). En este caso, las llamaremos «imágenes mentales» (con la salvedad de que este término también lo usaremos para denotar sonidos, gustos, olores y sensaciones táctiles replicadas, así como objetos completos captados por la capacidad sintética).

      Es la capacidad sintética que percibe una imagen mental producida por la imaginación (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 450a10-11). Cuando la consciencia de la capacidad sintética percibe una imagen

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