Historia del pensamiento político del siglo XIX. Gregory Claeys

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Historia del pensamiento político del siglo XIX - Gregory  Claeys Universitaria

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su lealtad.

      La insistencia de los románticos en que la relación entre el Estado y sus súbditos era consecuencia de la fe, no de un contrato ni del temor, fue un elemento clave para su intento de reemplazar la concepción legalista del Estado por otra basada en un sentimiento de identidad comunitaria. El Estado como comunidad se basaba en valores afectivos y solidarios, como el amor, y no en fórmulas jurídicas diseñadas para proteger el interés individual. Para Schlegel, el Estado era «un gran individuo moral», forjado en el afecto y en la fe; no era un artilugio mecanicista generado por contrato y mantenido gracias al poder de un monarca absoluto o de un pueblo soberano (Schlegel, 1964, pp. 122-124; cfr. Faber, 1978, p. 60).

      Müller era partidario de estos sentimientos, pero consideraba al Estado una totalidad autárquica y no lo relacionaba con la meta universal de la perfección humana. Inscribió este relato del Estado en su concepción de la estructura bipolar del mundo natural y el mundo social (Müller, 1804; Berdahl, 1988, pp. 165-166; Klaus, 1985, pp. 40-41; Koehler, 1980, pp. 20, 53, 59, 79-80, 86, 98; Reiss, 1955, pp. 29-30). En política, el principio conservador y el innovador, la edad avanzada y la juventud, generaban, junto al principio masculino de la ley y el femenino del amor, una unidad centrada en la «idea de Estado», definido por Müller como «la íntima asociación de todo el patrimonio físico y espiritual [en un] todo grandemente energético, infinitamente activo y vivo. El Estado es ese punto en el que coinciden todos los intereses físicos y mentales de un ser humano» (Müller, 1922, I, p. 39; Reiss, 1955, p. 150; cfr. Immer­wahr, 1970, p. 34).

      Existen grandes paralelismos entre la crítica que hace Müller a la base contractual del individualismo político y la aplicación (con claros tintes antiindividualistas) de la tradición del derecho común defendida por Edmund Burke en la década de 1790. Las ideas de Burke eran bien conocidas en Alemania, donde era admirado por Müller y otros contemporáneos suyos. Pero los románticos alemanes combinaban su idea historicista del derecho con elementos que guardaban cierta afinidad con las teorías patriarcales del gobierno (Kraus, 2004, p. 203; Sweet, 1941, pp. 20-23). Müller, por ejemplo, negaba que las relaciones entre los miembros del estado fueran estrictamente jurídicas. Había que equilibrar el derecho con amor para dotar al Estado de un aura de afecto familiar y convertirlo en un objeto bello (Koehler, 1980, p. 29). Müller creía que las familias reales eran la máxima expresión de estos sentimientos, pero la idea fue descrita más vívidamente en un panegírico de Novalis al joven rey y la joven reina titulado Glauben und Liebe oder Der König und die Königin:

      Una auténtica pareja regia es para la persona lo que la constitución es para su razón. El único interés que suscita una constitución es el mismo que provoca una letra del alfabeto. Si el signo no es una imagen hermosa, un canto, depender de ella es la más perversa de las inclinaciones. ¿Qué es el derecho si no es la expresión de una persona amada y respetada? ¿Acaso el monarca místico no precisa, como cualquier idea, un símbolo? ¿Y qué mejor símbolo que una persona espléndida, digna de ser amada? (Novalis, 1969c, n.o 15).

      Novalis dotaba al rey y a su consorte de cualidades místicas ante las que los súbditos respondían como un acto de fe. Derivaba la autoridad política de las cualidades personales y del «carisma» del gobernante (Beiser, 1992, pp. 264, 272; Gooch, 1965, pp. 235-236; Scheuner, 1978, pp. 72, 76). El interés que despertaba la individualidad activa, cuestión central del primer Romanticismo, estaba relacionado con la concepción de la monarquía y con la idea de que el Estado debía ser amado por sus miembros (Beiser, 1992, p. 230). Vemos otros vestigios de esta preocupación en las despectivas referencias a la «indolencia» fomentada por el absolutismo, y en el comentario de Müller de que el soberano debía «estimular» a la par que coaccionar a sus súbditos (Meinecke, 1970, pp. 53, 103-104; Reiss, 1955, p. 148). El análisis más concienzudo de este problema es el de Schleiermacher, quien creía que la comunidad era el resultado de una «sociabilidad libre» (de una interacción espontánea e informal), capaz de fomentar la integración de los individuos que emprendían la senda de la perfectibilidad persiguiendo diversos objetivos (Schleiermacher, 1988, pp. 183-184, 1967, II, pp. 129-130; Bruford, 1975, pp. 82-84; Hoover, 1990, p. 252). Se precisaba una estructura política pluralista y descentralizada para dar cabida a la diversidad, de ahí que Schleiermacher rechazara la forma de monarquía absoluta propia del siglo XVIII. Sin embargo, no tenía objeciones contra la monarquía en sí, al contrario; en su opinión, el monarca podía ser un órgano vinculado al inconsciente colectivo por medio de una forma de gobierno descentralizada. La rígida centralización del Estado absoluto era consecuencia del debilitamiento de la conciencia colectiva de los súbditos. Tras aniquilar las bases mismas de la sociabilidad, el Estado del siglo XVIII se había visto obligado a generar, externamente, elaboradas manifestaciones de unidad (Schleiermacher, 1845, pp. 139, 111-112; Dawson, 1966, pp. 148-149; Hoover, 1989, p. 310).

      El hecho de que la monarquía auténtica de Schleiermacher fuera un símbolo de la conciencia colectiva y no una unión holística, como la familia, daba un aire claramente «liberal» a esta forma de Romanticismo político. Para otros románticos alemanes, sin embargo, la analogía entre la familia y el Estado no estaba pensada para favorecer al Estado absoluto con ayuda de imágenes de la teoría política patriarcal convencional. El hincapié que hacía Novalis en la fe, la idea de Schlegel de que la base del Estado era la creencia, y el interés de Müller por la estimulación sugieren que, en su opinión, las relaciones políticas debían hacer gala de ciertas cualidades específicas para ser satisfactorias. El poder personal del monarca no derivaba del consentimiento, pero su relación con otros miembros del Estado era cualitativamente diferente a la existente entre un monarca absoluto y sus súbditos emocionalmente aletargados. Al relacionar a la monarquía con las intuiciones de la inteligencia poética, los románticos alemanes procuraban transformar la severidad fría y mecánica del monarca Hohenzollern en una figura autoritaria pero emocionalmente atractiva: un patriarca regio idealizado. Al hacerlo, se centraron en las necesidades afectivas y estéticas de los seres humanos; no recurrían a la imagen de la familia para evocar el poder del Padre. La novedad de su enfoque se aprecia en el papel adscrito a la cabeza femenina de la familia real por Novalis (Novalis, 1969c, n.os 30-32, 42), así como en la observación de Schlegel de que «una familia sólo puede surgir en torno a una mujer amorosa» (Schlegel, 1996b, n.o 126; Beiser, 1996, p. 136).

      Los románticos parecían creer, que redescribiendo la relación entre el monarca y sus súbditos podrían casar una concepción fuerte de la soberanía con la dignidad moral del gobernado (Scheuner, 1980, p. 71). Pasaron por alto las cuestiones mecánicas, relacionadas con el peso y la dirección del poder soberano, así como con las fuerzas capaces de constreñirlo, y se centraron, en cambio, en el estrecho vínculo existente entre las potencialidades del monarca y las necesidades estéticas y afectivas de la humanidad. También analizaron el sentido individual de pertenencia a la comunidad y la participación en ella. En el momento álgido de su radicalismo político, Schlegel llegó a identificar a la auténtica republica con la democracia, y afirmó que la monarquía debía ser coherente con el auge o declive de las culturas políticas republicanas (Schlegel, 1996a, pp. 102-106). Novalis, en cambio, quiso promover la idea de un gobierno republicano que no fuera hostil a la monarquía. Su enfoque recordaba a formulaciones más antiguas de la res publica y prefería la identificación emocional

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