Friedrich Schiller. AAVV
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Con la terna de sustantivos candidatos a título se siguió el mismo procedimiento: primero se consultó el significado exacto de cada uno de ellos en el Diccionario de la Real Academia Española5 y, a continuación, se realizó una búsqueda más detallada de los usos de cada uno de los términos mediante herramientas de búsqueda textual en Internet (Google), ya que no siempre la descripción contenida en los diccionarios es el reflejo más fiel del uso actual de la lengua. Así pudimos constatar que tres de los términos que consideramos (proscrito, bandido y bandolero) tienen un origen similar: los tres sustantivos designan a «fugitivos de la justicia llamados por bando»,6 aunque el diccionario de Corominas7 asocia bandolero al término catalán bàndol en su acepción de «bando, facción, partido», es decir, bandolero sería el integrante de un bando, facción o partido.
Este trabajo de cala bibliográfica a través de la Red arrojó resultados inte resantes. Las connotaciones propias del término forajido y su asociación inmediata con los westerns hicieron fácil descartarlo: quedaban, pues, sólo bandidos y bandoleros como posibles títulos. En nuestra búsqueda por la Red encontramos un artículo sobre el mito romántico del bandolero andaluz que nos confirmó que Los bandidos era la mejor opción posible.8 En el artículo se citan las memorias de Julián de Zugasti, gobernador de Córdoba hacia 1870, quien tuvo entre sus metas acabar con el bandolerismo andaluz. Para realizar esa misión, se entrevistó en la cárcel con un bandolero conocido como el Garibaldino para conseguir información que permitiera atajar aquella lacra social. En el transcurso de la charla, la conversación recae sobre la figura de José María el Tempranillo, personaje considerado como el prototipo del bandolero andaluz. Reproducimos a continuación el fragmento que nos ayudó en nuestra decisión:
Cierta noche prolongué mi visita en la cárcel más de lo acostumbrado, departiendo con el Garibaldino, y habiendo yo de antemano hecho recaer la conversación sobre las aventuras, vida, carácter y rasgos generosos de algunos célebres bandidos, entre los cuales cité naturalmente al famoso José María [El Tempranillo].
Al citar este nombre convino conmigo en que había manifestado en alguna ocasión rasgos plausibles; pero añadió en seguida, con expresión desdeñosa, que, aparte el valor, era una figura muy vulgar, sin elevación alguna, sin grandeza de miras, y sin aquella intención social que sólo puede concebirse en un espíritu verdaderamente superior, ilustrado además por la educación y la cultura.
Confieso francamente que llamó sobremanera mi atención la inesperada frase de intención social, y en aquel momento, por una inevitable asociación de ideas, me acordé del famoso drama de Schiller titulado Los bandidos, en que se idealiza hasta el extremo la ruptura de todo vínculo con la sociedad, bajo el pretexto de reformarla, y maquinalmente exclamé:
–¡No era posible que José María fuese un Carlos Moor!
–¡Es cierto! ¿Conoce usted ese gran drama? –preguntóme el antiguo capitán Garibaldino.
–Sí, le conozco.
–¡He ahí la realización y apoteosis del ideal, que siempre he llevado en mi corazón y en mi mente! ¡Qué concepción tan gigantesca! ¡Qué tipo tan simpático y maravilloso!
Y el capitán Mena, con los ojos radiantes y con trágica entonación, comenzó a recitar en alemán largas tiradas de versos de este bellísimo y a la par deplorable drama.
Yo, entre tanto, le contemplaba silencioso, admirado y afligido.
Cuando hubo terminado sus recitaciones, exclamó:
–¡Carlos Moor es el verdadero bandido, bueno y honrado!
–¿Qué quiere usted decir?
–Que el verdadero bandido es aquel que, por la fuerza o por la astucia, viola las leyes, frecuentemente defensoras del privilegio y enemigas de la justicia, con la intención de proteger a los humildes y abatir a los soberbios, llegando a ser así la espada de la Providencia para corregir las irritantes y enojosas parcialidades de la fortuna, o por mejor decir, del crimen afortunado. Por eso, José María, Diego Corrientes y otros despojaban a los ricos para favorecer a los pobres, y bajo este aspecto eran verdaderos bandidos y merecen la fama que rodea sus nombres; pero lo eran por sentimiento, por instinto, alguna vez por casualidad, y siempre sin la conciencia y alcance moral y social de sus actos.9
La conversación termina con una reflexión de Zugasti en la que dice al Garibaldino que el mismo Schiller consideraba que intentar mejorar el mundo por el crimen y afirmar las leyes por actos ilegales era algo completamente insensato; sin embargo, Zugasti añade que, «a veces, es digno de admiración el valor y el ingenio que demuestran esos desgraciados que, más bien por una cruel fatalidad, que por perversión del alma, se colocan fuera de las leyes en abierta lucha contra la sociedad».10
Dejando aparte otro tipo de consideraciones, de este texto se deduce que el personaje de Karl Moor reúne todas las condiciones para ser considerado un bandolero en el sentido de ser una figura admirable por su valor e ingenio, por su gallardía, su bondad, características que convertían a los bandoleros en verdaderos héroes populares. Karl Moor es, sin duda, un héroe popular en su contexto, podría por tanto ser considerado bandolero. No obstante, del diálogo entre Zugasti y el Garibaldino se deduce que los implicados directamente en el fenómeno del bandolerismo se referían a sus iguales como bandidos, incluso cuando eran personajes con las cualidades morales mencionadas. Quedan despejadas, pues, las posibles dudas sobre la adecuación de Los bandidos para ser el título también de la nueva traducción del drama de Schiller.
4. CONCLUSIÓN
En este artículo se ha hecho un recorrido por algunas de las cuestiones más relevantes del trabajo del traductor a la hora de preparar una nueva edición de una obra clásica como Los bandidos. Tras encuadrar la obra en su contexto, se han comentado a título de ejemplo algunos de los retos de traducción más llamativos y se ha presentado una bitácora de la decisión tomada.
La necesidad de actualizar las traducciones de obras literarias cada cierto tiempo es algo ineludible: las lenguas son entes vivos sujetos a evolución constante y la percepción que se tiene del texto traducido también varía en consonancia con el estado evolutivo de la lengua a la que se traduce. Si pensamos que para muchos lectores las traducciones son su único acceso a la literatura escrita en otros idiomas, queda aún más clara la responsabilidad del traductor y eleva aún más el nivel de exigencia que debe imponerse éste para presentar un trabajo digno del original.
1 Las referencias a Los bandidos se harán en números romanos para el acto, en cifras arábigas para las escenas. Las traducciones son del autor de este artículo y proceden de Friedrich Schiller: Los bandidos, editada por Berta Raposo Fernández, traducción de José Antonio Calañas Continente. Madrid, Cátedra (= Letras Universales 387), 2006.
2 Cfr. Berta Raposo: Estudio introductorio a Los bandidos de F. Schiller. Madrid, Cátedra (= Letras Universales 387), 2006,