Cristianismo Práctico. A. W. Pink

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Cristianismo Práctico - A. W. Pink

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de Dios. El arrepentimiento es odiar el pecado, dolerse por él, es determinación por abandonarlo, y un serio y constante esfuerzo por hacerlo morir. Pero el pecado es tan querido y encantador para un hombre sin Cristo, que solo un poder infinito puede llevarlo al arrepentimiento. El pecado es más preciado para un hombre no regenerado, que cualquier cosa del cielo o la tierra. Para él es más preciado que la libertad, y se rinde por completo al pecado convirtiéndose en su siervo y su esclavo. Es más preciado que la salud, la fuerza, el tiempo y las riquezas, puesto que gasta todo esto en el pecado. Es más preciado que su propia alma.

      El pecado es parte del ego del hombre. Así como «yo» es la letra central de «pecado», el pecado es el centro, el combustible, la esencia del ego. [Nota del Traductor: el pronombre «I» (yo) es la letra central en la palabra «sin» (pecado)]. Por eso Cristo dijo, «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16:24).

      Los hombres son «amadores de los deleites» (2 Timoteo 3:2), que es lo mismo que decir que sus corazones están unidos al pecado. El hombre «bebe la iniquidad como agua» (Job 15:16); no puede vivir sin ella, está siempre sediento y debe satisfacerse. Ahora bien, el hombre que adora al pecado, ¿Qué podría cambiar su placer en dolor, su deleite en aborrecimiento? Solamente el poder del Todopoderoso.

      Aquí debemos señalar la locura de aquellos que tienen esperanza en el engaño, de que se pueden arrepentir cuando estén listos para hacerlo. Pero el arrepentimiento genuino no está a la entera disposición de la criatura. Es un don de Dios: «si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad» (2 Timoteo 2:25).

      Entonces, ¿qué locura mental es esa que persuade a las multitudes a dejar el esfuerzo para arrepentirse hasta el final cuando ya están en su lecho de muerte? ¿Ellos creen que cuando estén tan débiles que no puedan mover sus cuerpos, tendrán la fuerza para mover y apartar sus almas del pecado? Cuán grande alabanza entonces le debemos a Dios si Él nos ha llevado al arrepentimiento de la salvación.

      5. En producir fe en Su pueblo

      La fe en Cristo que salva no es un asunto tan sencillo como muchos vanamente creen. Muchísimos son los que suponen que es tan fácil creer en el Señor Jesús como creer en Julio Cesar o Napoleón, y lo más grave es que cientos de predicadores los inducen a esta mentira de que es igual de fácil creer en Él, así como creer en asuntos intelectuales, históricos y naturales. Yo podría creer en todos los héroes del pasado, pero tal creencia no cambiaría mi vida en lo absoluto. Yo podría tener una confianza inquebrantable en la historicidad de George Washington, pero ¿mi creencia haría disminuir mi amor por el mundo, provocando un odio por la carne? Una fe salvadora y sobrenatural en Cristo purifica la vida. ¿Es tal fe fácilmente alcanzada? No. El Señor dice: «¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?» (Juan 5:44).

      Y de nuevo, leemos, «Por esto no podían creer» (Juan 12:39). La fe en Cristo es recibirle tal como Él es ofrecido y presentado a nosotros por Dios (Juan 1:12). Dios nos presenta a Cristo no solo como Sacerdote, sino también como Rey; no solo como Salvador, sino también como «Príncipe» (Hechos 5:31). Note que «Príncipe» precede a «Salvador,» así, tomando Su «yugo» sobre nosotros va antes de encontrar «descanso» para nuestras almas (Mateo 11:29). ¿Los hombres están dispuestos a ser gobernados por Cristo así como lo están a que Él los salve? ¿Oran ellos tan seriamente por santidad así como lo hacen por el perdón? ¿Están tan ansiosos de ser liberados del poder del pecado así como lo están del fuego del infierno? ¿Desean la santidad tanto como desean ir al cielo? ¿Ven tan terrible el dominio del pecado, así como ven lo terrible de su paga? ¿La inmundicia del pecado los aflige así como la culpabilidad y condenación? El hombre que haga divisiones y omisiones de lo que Dios nos ofrece en Cristo, no le ha «recibido» realmente.

      La fe es un don de Dios (Efesios 2:8–9). Es implantado en el elegido por medio del «poder de Dios» (Colosenses 2:12). El pasar al pecador de la incredulidad a la fe salvífica en Cristo, es un milagro tan grande y maravilloso, como lo fue la resurrección de Cristo de entre los muertos (Efesios 1:19–20). Más que un concepto erróneo del camino de salvación de Dios, la incredulidad es una especie de odio contra Él. Así también la fe en Cristo está mucho más lejos que una aceptación mental de lo que se dice de Él en las Escrituras. Los demonios hacen eso (Santiago 2:19), más esto no los salva. La fe salvífica no es solo el corazón despojado de todo objeto de confianza que no sea Dios, sino también un corazón que detesta todo objeto que compite con Él para ganar los afectos. La fe salvífica es la que «obra por el amor» (Gálatas 5:6), un amor que es evidente al obedecer Sus mandamientos (Juan 14:23); pero por su misma naturaleza todos los hombres odian Sus mandamientos. Por esto, donde haya un corazón regenerado que sea devoto a Cristo, estimando al Señor por encima de sí mismo y del mundo, un milagro poderoso de gracia ha sido hecho en el alma.

      6. En comunicar perdón

      Cuando un alma ha sido grandemente herida por las «saetas del Todopoderoso» (Job 6:4), cuando la inefable luz del santo Dios ha brillado sobre un corazón oscuro, exponiendo su inmundicia y corrupción desmedida; cuando sus incontables iniquidades han sido colocadas frente a su rostro, hasta que el pecador se ha dado cuenta de que va directo al infierno, y se ve a sí mismo incluso como si estuviera parado en el borde del abismo; cuando es llevado a sentir que ha provocado a Dios de tal manera, que entiende que está lejos de toda posibilidad de perdón (y si tu alma no ha pasado a través de tales experiencias, querido lector, usted nunca ha nacido de nuevo), entonces solo el poder Divino puede levantar de la desesperación a esa alma y producir en ella esperanza de misericordia. Para levantar al pecador afligido por encima de sus aguas oscuras que tanto lo atemorizan, para alumbrar un corazón lleno de inmundicia con la luz que conforta, así como la luz que trae convicción, se necesita un acto del Omnipotente. Dios puede sanar solamente el corazón que Él ha herido y al cual le ha calmado la tempestad furiosa dentro de él.

      Los hombres podrían contar las promesas de Dios y los mensajes de paz hasta que sean tan ancianos como Matusalén, pero no será de provecho para ellos hasta que la mano Divina les coloque «el bálsamo de Galaad». El pecador no es capaz de aplicarse a sí mismo la Palabra de alivio cuando está bajo el horror de la ley de Dios, y retorciéndose bajo los golpes de convicción del Espíritu de Dios; así como tampoco es capaz de resucitar los cuerpos podridos en los cementerios. Volverlo al gozo de la salvación, era para David, un acto de poder soberano similar a crear en él un corazón limpio (Salmos 51:10). Si ponemos a todos los Doctores en Teología juntos, son tan incapaces de sanar un espíritu herido, como los médicos en reanimar un cadáver. El silenciar una tormenta tempestuosa de la consciencia es un acto mayor que hacer que los vientos y la lluvia obedezcan al Señor. Solo el poder infinito de Dios puede borrar la culpa del pecado. Solo el poder infinito de nuestro Señor puede eliminar la desesperación que trae esta culpabilidad.

      7. En la conversión real de un alma

      «¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas?» (Jeremías 13:23). No, así sean pintados o cubiertos de alguna pintura. Así, uno que no está en Cristo podría frenar los pecados externos, pero no puede mortificar los internos. Convertir el agua en vino fue un milagro, pero convertir el fuego en agua seria uno mucho mayor. Crear al hombre del polvo de la tierra fue una obra del poder Divino, pero recrear al hombre, para que un pecador se convierta en santo, un león sea transformado en cordero, un enemigo convertido en amigo, el odio se derrita en amor, es la maravilla más grande del Omnipotente. El milagro de la conversión el cual es realizado por el Espíritu Santo a través del evangelio, es descrito así:

      «porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:4–5).

      Bien

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