Cristianismo Práctico. A. W. Pink
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Dios ejerció el «poder de Su fuerza» cuando resucitó a Cristo. Hubo un extraordinario poder que buscaba afectar, incluso a Satanás y todas sus huestes. Hubo una dificultad extraordinaria que vencer, incluso la conquista de la gracia. Hubo un resultado extraordinario que lograr, es decir el darle vida a Uno que estaba muerto. Sólo Dios mismo podía realizar a un milagro tan estupendo. Exactamente parecido a esto es ese milagro de la gracia el cual activa la fe salvadora. El diablo emplea todas sus artes y poderes para retener sus cautivos. El pecador está muerto en sus delitos y pecados, y no puede resucitarse a sí mismo, así como no puede crear al mundo. Su corazón está cubierto de vestidos fúnebres de los deseos de la carne, y solo la Omnipotencia puede levantarlo a una comunión con Dios. Bien puede todo verdadero siervo del Señor imitar al apóstol Pablo y orar fervorosamente para que Dios ilumine a Su pueblo concerniente a esta maravilla de maravillas, de modo que, en lugar de atribuirle su fe a un producto de su propia voluntad, ellos puedan libremente darle toda la honra y la gloria a Aquél Quien es el único a quien pertenecen.
Si tan sólo los cristianos profesos de esta generación comenzaran a obtener un entendimiento correcto de la verdadera condición de todo hombre por naturaleza, pudieran tener menos inclinación a vacilar en contra de la enseñanza de que solo un milagro de la gracia puede capacitar al pecador para que crea en la salvación de su alma, si ellos pudieran solamente ver que la actitud del corazón hacia Dios de los más refinados y moralistas no difiere en lo más mínimo a los vulgares y viciosos; y que el que es amable y bueno hacia sus semejantes no tendrá más deseo por Cristo del que lo tiene el egoísta y obstinado; entonces esto hará evidente el poder Divino que opera para cambiar el corazón. Divino el poder que se necesitó para crear, pero uno mucho mayor se necesita para regenerar un alma; la creación es tan sólo el hacer algo de la nada, pero la regeneración es la transformación no solamente de algo no hermoso, sino de algo que resiste con todo su poder los diseños de la gracia del Alfarero celestial.
No es que simplemente el Espíritu Santo se acerca a un corazón en el cual no hay amor por Dios, sino que Él lo encuentra lleno de enemistad contra Él, e incapaz de sujetarse a Su ley (Romanos 8:7). Lo cierto, es que la persona quizás este un tanto desapercibida de esta verdad tan terrible, y también preparada para negarlo. Pero esto es fácil de notar. Si esta persona ha oído solamente sobre el amor, la gracia, la misericordia y la bondad de Dios; sería un hecho sorprendente que lo odie. Pero una vez que el Dios de las Escrituras se da a conocer en el poder del Espíritu, la persona se dará cuenta que Dios es el Gobernador de este mundo, el cual demanda sumisión incondicional a todas Sus leyes; pues Él es inflexiblemente justo y «de ningún modo tendrá por inocente al malvado»; Él es soberano, ama a quien desea y odia a quien quiere; está lejos de ser un Creador ligero, tolerante y complaciente (que pasa por alto la maldad de Sus criaturas), Él es indudablemente santo, por lo tanto Su justa ira arde contra los hacedores de iniquidad; entonces las personas serán conscientes de la enemistad que surge contra Él desde su propio corazón. Y solamente el maravilloso poder de Su Espíritu puede vencer esa enemistad y hacer que cualquier rebelde genuinamente ame al Dios de las Santas Escrituras.
El Puritano Thomas Goodwin correctamente dijo, «Es más fácil que un lobo se case con un cordero, o un cordero con un lobo, que un corazón carnal se sujete a la ley de Dios, la cual era su antiguo esposo» (Romanos 7:6). Esto consiste en transformar una cosa en algo completamente diferente. El convertir el agua en vino (aunque tiene un significado simbólico) es un milagro. Pero convertir un lobo en cordero, convertir fuego en agua, es un milagro aún mayor. Entre nada y algo existe una distancia infinita, pero entre el pecado y gracia hay una distancia mucho mayor de la que puede haber entre nada y el ángel más alto del cielo (...) Destruir el poder del pecado en el alma del hombre es una obra mucho más grande que quitar la culpabilidad del pecado. Es más fácil decirle a un ciego: “Ve”, y a un paralítico, “Camina”, que a un hombre que yace bajo el poder del pecado: “Vive, sé santo”, porque existe aquello a lo que voluntad no se ha de sujetar».
En 2 Corintios 10:4, el apóstol describe la naturaleza de la obra a la cual los verdaderos siervos de Cristo son llamados. Es un conflicto con las fuerzas de Satanás. Las armas de su milicia «no son carnales», ¿cómo podrían ir la batalla los soldados modernos usando únicamente espadas de madera y escudos de papel?, así entonces como piensan muchos predicadores modernos ¿pueden ser liberados los cautivos del diablo por los medios de la apelación humana, métodos carnales, anécdotas sentimentales, música atractiva y muchos otros medios más? Pues no, «sus armas» son la «Palabra de Dios» y «toda oración» (Efesios 6:17–18); y aun estas son poderosas solo «por Dios», esto es por Su bendición directa y especial sobre almas particulares. En lo que sigue, se da una descripción donde se puede ver el poder de Dios, especialmente en la oposición que éste encuentra y vence; «derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:5).
Es aquí donde está el poder de Dios: cuando le place ejercerlo en la salvación de un pecador. Él corazón de ese pecador está fortificado en contra de Él: se hace de hierro contra Sus demandas, y Sus reclamos de justicia. Ha determinado no someterse a Su ley, ni abandonar los ídolos que Él prohíbe. Ese rebelde altivo ha dispuesto su mente a que no dejará los deleites de este mundo ni los placeres del pecado para darle a Dios el lugar supremo en sus afectos. Pero Dios ha determinado vencer su oposición pecaminosa, y transformarlo en un ser amoroso y leal. La figura que aquí se usa es la de una ciudad sitiada: el corazón. Sus «fortalezas»: el poder reinante de la carne y los deseos mundanos, son «demolidos»; la voluntad propia se rompe, el orgullo es sometido, y el rebelde arrogante es hecho cautivo a la «obediencia de Cristo». La frase «poderosas en Dios» señala hacia este milagro de la gracia.
Hay otro detalle apuntado en la enseñanza sacada de Efesios 1:19, 20, la cual ejemplifica el gran poder de Dios; al decir, «y sentándole (a Cristo) a su diestra en los lugares celestiales». Los miembros del cuerpo de Cristo son predestinados a ser conformados a la gloriosa imagen de su Cabeza glorificada: en proceso ahora; y perfectamente en el día venidero. La ascensión de Cristo era contraria a la naturaleza, pues se oponía a la ley de la gravedad. Pero el poder de Dios venció esta oposición y trasladó el cuerpo de Su Hijo resucitado al cielo. De igual manera, Su gracia produce en Su pueblo algo que es contrario a la naturaleza, el vencer la oposición de la carne, y alinear sus corazones a las cosas de arriba. Cuan sorprendente seria para nosotros ver a un hombre extender sus brazos, y de repente dejar la tierra, subiendo desde el suelo hasta el cielo. Sin embargo, es aún más maravilloso cuando podemos contemplar el poder del Espíritu haciendo que una criatura pecadora se levante por encima de las tentaciones, la mundanalidad y el pecado, y respire la atmósfera del cielo, cuando a un alma humana se le hace odiar las cosas de esta tierra y encuentra así su satisfacción en las cosas de arriba.
El orden histórico con respecto a la Cabeza en Efesios 1:19–20, es también el orden en la práctica con respecto a los miembros de Su cuerpo. Antes de sentar a Su Hijo a Su diestra en los lugares celestiales, Dios Lo levantó de la muerte; de modo que antes de que el Espíritu Santo ajustara el corazón de un pecador con Cristo, Él primero debía darle una nueva vida. Primero debe haber vida antes de que haya vista, fe o buenas obras realizadas. Uno que está físicamente muerto es incapaz de hacer nada; así el que está espiritualmente muerto es incapaz de realizar algún ejercicio espiritual. Primero se le dio vida a Lázaro, y luego se le removió la ropa fúnebre que lo ataba de manos y pies. Dios debe regenerar antes de que pueda haber una «nueva criatura en Cristo Jesús». El lavamiento de un niño sigue a su nacimiento.
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