Cristianismo Práctico. A. W. Pink
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«Venir a Cristo va acompañado de un sincero y honesto abandono a todo por Él (aquí Bunyan cita Lucas 14:26–27). Por estas y otras expresiones similares, Cristo describe al que verdaderamente ha venido como: el que echa todo tras sus espaldas. Hay una gran cantidad de personas que suponen haber ido a Cristo. Estos son como el hombre del cual se habla en Mateo 21:30 que respecto a la oferta de su padre dijo: “Sí, señor, voy. Y no fue”. Cuando Cristo por medio del Evangelio los llama, ellos dicen “Yo voy, Señor”, pero permanecen en sus placeres y deleites carnales».
En su sermón sobre Juan 6:44, C. H. Spurgeon dijo:
«Venir a Cristo incluye arrepentimiento, auto negación, y fe en el Señor Jesús, así como la suma de todas las cosas que son necesarias para los grandes pasos del corazón, tales como la fe y la verdad, las oraciones sinceras a Dios y la sumisión del alma a los preceptos de Su Evangelio».
También en su sermón sobre Juan 6:37 dice,
«Venir a Cristo significa apartarse del pecado y confiar en Él. Venir a Cristo es abandonar cualquier falsa confianza, es renunciar a cualquier amor por el pecado y es buscar a Jesús como la única columna inamovible de nuestra confianza y esperanza.
La fe salvífica consiste en la completa rendición de mi ser y vida, demandada por Dios: «sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor» (2 Corintios 8:5).
Esta es la aceptación sin reservas de Cristo como mi absoluto Señor, rendirse a Su voluntad y recibir Su yugo. Posiblemente alguien objetará ¿Entonces por qué a los cristianos se les exhorta como en Romanos 12:1? A esto respondemos, todo este tipo de exhortaciones son simplemente un llamado a que continúen como comenzaron: «Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en Él» (Colosenses 2:6).
Apunta bien esto, Cristo es «recibido» como Señor. Oh cuán lejos y muy por debajo del modelo del Nuevo Testamento está la manera moderna de llamar a los pecadores a recibir a Cristo como su Salvador personal. Si el lector consultara su concordancia, encontraría que en todo pasaje son puestos siempre juntos los dos títulos «Señor y Salvador» (Lucas 1:46; 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:18).
La fe salvadora o salvífica hace que los impíos se den cuenta de la pecaminosidad de su propia voluntad y sus propios placeres, los quebranta de manera genuina y los hace caer arrepentidos ante Dios, los vuelve dispuestos a abandonar el mundo por el Señor Jesucristo, los hace estar de acuerdo en vivir bajo gobierno de Dios, pero tan solo «depender» de Él para perdón y vida no es fe, sino una presunción descarada que solo añade sal a la herida. Y para tales, tomar el nombre de Dios y pronunciar con sus labios contaminados que son Sus seguidores, es la blasfemia más atroz, y de manera peligrosa esto pudiera venir a ser el cometer ese pecado que es imperdonable. ¡Ay de ese evangelismo moderno que solamente está alentando y generando criaturas monstruosas que deshonran a Cristo!
La fe que salva es un creer con el corazón: «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:9–10).
No existe tal cosa como una fe salvífica en Cristo en la cual no hay amor real por Él, y con «amor real» nos referimos a un amor que se ve evidenciado por la obediencia. El Señor Jesucristo declara que su amigo es aquel que hace lo que Él manda (Juan 15:14). Así como la incredulidad es una especie de rebelión, así la fe salvadora es una completa sujeción a Dios: por eso leemos sobre «obedecer la fe» (Romanos 16:26). La fe que salva es para el alma, lo que la salud es para el cuerpo: es un poderoso elemento para el funcionamiento, de completa vitalidad, trabajando siempre, llevando siempre buen fruto.
3. Su dificultad
Probablemente, algunos de nuestros lectores se sorprenderán al oír sobre la dificultad de la fe salvífica. En casi todas partes se está enseñando por hombres que se dicen ortodoxos e incluso «fundamentalistas», que ser salvo es un asunto muy sencillo. Mientras la persona crea (Juan 3:16), y «descanse», o «acepte a Cristo como su Salvador personal,» nada más se necesita. Comúnmente se dice que el pecador no necesita más que poner su fe en el objetivo correcto: así como un hombre confía en su banco o una mujer en su esposo, que ejerza su profesión de fe en Cristo. Esta idea ha sido aceptada por muchos de una manera amplia, y cualquiera que diga lo contrario se arriesga a ser etiquetado de hereje. Sin embargo, este escritor, sin dudarlo denuncia esto como el insulto más grande contra Dios, una mentira del diablo. La fe natural es suficiente para confiar en algo terrenal, pero para confiar de manera salvífica en un objetivo Divino se necesita una fe sobrenatural.
A medida observamos los métodos que son empleados por los «evangelistas» y «líderes» modernos, nos damos cuenta que han reemplazado al Espíritu Santo por sus propios pensamientos; lo cierto es que muestran el más degenerado concepto de salvación, el cual es un milagro que solo Él puede hacer cuando transforma el corazón humano y lo rinde de manera genuina al Señor Jesucristo. En estos tiempos de tanta degeneración solo unos pocos tienen la idea de que la fe que salva es un hecho milagroso. En lugar de esto, la gran mayoría supone que la fe salvífica es nada más que un producto de la voluntad humana, la cual cada hombre es capaz de producir: todo lo que se necesita es presentarle al pecador unos cuantos versos bíblicos que describan su condición perdida, uno o dos que contengan la palabra «creer», luego un poco de persuasión para que «acepte a Cristo,» y listo el trabajo. Y lo peor de esto es que muchos no ven el error, y permanecen ciegos al hecho de que este procedimiento es una especie de droga del diablo para adormecer a miles de personas llevándolos a una paz falsa.
Muchos han sido persuadidos a creer que son salvos. Cuando en realidad su fe surgió de un procedimiento superficial de lógica. Por ejemplo, un «líder» se dirige a un hombre que no tiene preocupación alguna por la gloria de Dios ni la comprensión de su obstinación terrible contra él. Ansioso por «ganar otra alma para Cristo», saca el Nuevo Testamento y le lee 1 Timoteo 1:15. Este líder dice, «tú eres un pecador», y el hombre asienta con la condición de la que se le ha informado, «entonces este verso te incluye». Luego le lee Juan 3:16, y pregunta, «¿A quiénes incluye la frase “todo aquel”?» La pregunta es repetida una y otra vez hasta que la pobre víctima responde, «tú y yo, y a todos». Ahora le pregunta, «¿Lo crees? ¿Crees que Dios te ama y que Cristo murió por ti?» Si la respuesta es «Sí,» el líder le da la seguridad de que es ahora salvo. ¡Oh querido lector! Si de este modo tú fuiste «salvo», entonces fue con «palabras persuasivas de humana sabiduría» y tu «fe» esta «fundada en la sabiduría de los hombres» (1 Corintios 2:4–5) y ¡no en el poder de Dios!
Al parecer muchos piensan que es tan fácil para un pecador limpiar su corazón (Juan 4:8) como lavarse las manos; que la verdad Divina atraviese su alma y debilite su carne así como tirar de las persianas en la mañana para que la luz del sol entre; que se vuelvan de sus ídolos a Dios, del mundo a Cristo, de su pecado a la santidad, así como un barco cambia de dirección con el simple movimiento del timón. Querido lector, no seas engañado en este asunto tan importante; mortificar los deseos de la carne, ser crucificado al mundo, vencer al diablo, morir diariamente al pecado y vivir para la justicia, ser manso y humilde de corazón, confiado y obediente, piadoso y paciente, fiel y comprometido, amoroso y gentil; en una sola palabra, ser cristiano, el ser como Cristo, es una tarea que va mucho más allá de un pobre producto de la naturaleza caída del hombre.
Es por el hecho de que una generación ha crecido ignorante de la verdadera fe salvadora que ellos la estiman