Cristianismo Práctico. A. W. Pink
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Oh mi querido lector, no seas engañado; Dios no libra a ninguno de la condenación a menos que sea de aquellos «que están en Cristo» (Romanos 8:1), y «si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron (no «deberían pasar»); he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). La fe salvífica hace que un pecador venga a Cristo con un alma sedienta de beber agua viva y de Su Espíritu (Juan 7:38–39). El amar a nuestros enemigos y bendecir a los que nos maldicen, el orar por los que nos ultrajan, está muy lejos de ser una cosa sencilla, y aun así esta no es la única tarea que Cristo entrega a los que desean ser Sus discípulos. Al actuar así, Él nos ha dejado un ejemplo para seguir Sus pasos. Y Su «salvación», en su aplicación presente, consiste en revelar a nuestro corazón la necesidad obligatoria de ser dignos de Su alto y santo estándar, comprendiendo nuestra impotente capacidad de serlo; y creando en nosotros hambre y sed de justicia, y un volverse diario hacia Él clamando por la gracia y fuerza necesarias.
4. Su Comunicación
Desde el punto de vista humano, las cosas están mal en el mundo. Pero desde el punto de vista espiritual las cosas están mucho peor en la esfera religiosa. Qué triste es ver los cultos anticristianos creciendo por todos lados, pero lo más grave para aquellos que son enseñados por Dios, es descubrir que gran parte del «evangelio» que se les está predicando en muchas «iglesias fundamentalistas» no son más que engaños satánicos. El diablo sabe que sus prisioneros están asegurados mientras que la gracia de Dios y la obra consumada de Cristo sean proclamadas «fielmente» a ellos, pero siempre y cuando la única manera en que los pecadores reciben las virtudes salvíficas de la Expiación sea, sea infielmente escondida. Mientras que la autoridad y el mandato al arrepentimiento sean excluidos, mientras las condiciones de Cristo para el discipulado (es decir, como ser un cristiano: Hechos 11:26; Lucas 14:26, 27, 33) sean retenidas, y mientras la fe salvífica sea reducida a un simple acto de la voluntad humana, hombres ciegos continuarán siendo guiados por predicadores ciegos, para ambos caer en el mismo hoyo.
Las cosas están mucho peor en sectores «ortodoxos» de la cristiandad, incluso más de lo que la mayoría del pueblo de Dios cree. Las cosas están podridas incluso desde su misma base, porque, salvo en muy raras excepciones, el camino de Dios para la salvación ya no está siendo enseñado. Miles de personas están «siempre aprendiendo» cosas sobre profecía, sobre sus tipos, el significado de los números, como dividir las «dispensaciones», pero sin embargo, «nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad» (2 Timoteo. 3:7) de la salvación misma —no pueden porque no están dispuestos a pagar el precio (Proverbios 23:23) el cual consiste en una entrega total a Dios. Hasta donde el escritor entiende esta situación, le parece que lo que hoy se necesita es dirigir la atención de los cristianos profesantes hacia preguntas tales como: ¿Cuándo Dios aplica las virtudes de la obra consumada de Cristo al pecador? ¿Qué he sido llamado a hacer, a fin de apropiarme de la eficacia de la expiación de Cristo? ¿Qué es lo que me da una entrada a las bondades de Su redención?
Estas preguntas son sólo tres maneras diferentes de formular la misma duda. Ahora la respuesta común que se recibe es: «Nada más se le requiere al pecador que crea en el Señor Jesucristo» Anteriormente hemos intentado mostrar que semejante respuesta es engañosa, insuficiente, errada; y esto, porque ignora todas las otras partes de la Escritura donde se establece lo que Dios demanda del pecador: esta respuesta excluye las demandas de Dios al arrepentimiento (con todo lo que requiere e incluye), y las condiciones para el discipulado claramente definidas por Cristo en Lucas 14. El limitarnos a nosotros mismos a una sola condición de un tema en la Escritura o a un grupo de pasajes que usan esa condición, resulta en una concepción errada del tema. Quienes limitan sus ideas sobre la regeneración a solo la figura del nuevo nacimiento caen en un grave error en cuanto a esto. Así que quienes limitan su pensamiento sobre cómo ser salvos solamente a la palabra «creer» son fácilmente engañados. Se necesita ser diligentemente cuidadoso para reunir todo lo que las Escrituras enseñan acerca de cualquier tema si queremos tener una perspectiva precisa y correcta.
Para ser más precisos, en Romanos 10:13 leemos: «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.» Ahora, ¿Quiere esto decir que todo el que, con sus labios, clame al Señor, que quienes en el nombre de Cristo hayan buscado a Dios para que tenga misericordia de ellos, han sido salvos? Quienes responden afirmativamente han sido engañados por el simple sonido de las palabras, como está engañado el Romanista que contiende por la presencia del cuerpo de Cristo en el pan, porque Él dijo: «esto es Mi cuerpo». Y ¿cómo demostramos que tal Romanista está engañado? comparando la Escritura con la Escritura. Así también aquí. El escritor bien recuerda haber estado en un barco en una gran tormenta en la costa de Newfoundland. Todas las escotillas estaban aseguradas y por tres días ningún pasajero podía subir a cubierta. Los reportes de los que estaban a cargo eran inquietantes. Todos, incluso los hombres más fuertes estaban atemorizados. Según la brisa aumentaba y el barco navegaba cada vez peor, muchos hombres y mujeres fueron oídos clamando el nombre del Señor. ¿Los salvó el Señor? Uno o dos días después, el clima cambió y, ¡esas mismas personas estaban bebiendo, maldiciendo y jugando a las cartas!
Quizás alguno pregunte, «¿Pero no es eso lo que Romanos 10:13 dice?» Por supuesto que sí, pero ningún verso de la Escritura muestra su significado a gente perezosa. Cristo mismo nos dice que hay muchos que lo llaman «Señor» a los cuales Él les dirá «Apartaos de mí» (Mateo 7:22, 23). Entonces, ¿qué es lo que se debe hacer con Romanos 10:13? Pues, compararlo de manera diligente con los demás textos que dan a conocer lo que debe hacer el pecador para que Dios lo salve. Si solo el temor a la muerte y el terror de ir al infierno es lo que motiva al pecador a clamar al Señor, es lo mismo que clamar a los árboles. El Todopoderoso no está a la orden de cualquier rebelde que ruega por misericordia cuando está aterrorizado:
«El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable» (Proverbios 28:9).
«El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13).
Él único «llamado a Su nombre» que el Señor atiende es el de un corazón quebrantado, penitente, que aborrece del pecado y anhela la santidad.
El mismo principio se aplica a Hechos 16:31; y que dice de forma similar «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo». Para un lector casual, esto parece asunto simple, sin embargo, un estudio más profundo a esas palabras mostrará que implica más cosas de las que se ven a primera vista. Vemos que los apóstoles no le dijeron al carcelero de Filipos que solamente «descansara en la obra consumada de Cristo», o que «confiara en Su sacrificio expiatorio». En lugar de eso, fue una Persona quien fue presentada delante de él. De nuevo, no fue simplemente un «cree en el Salvador», sino «el Señor Jesucristo». Juan 1:12 claramente nos muestra que «creer» es «recibir», y que para que un pecador sea salvo debe recibir a Uno que no es solo es Salvador sino también «Señor», sí, él debe recibirlo como «Señor» y luego Él se convierte en el Salvador de esa persona. Y recibir a «Jesucristo el Señor» (Colosenses 2:6) implica necesariamente la renuncia a nuestro señorío pecaminoso, el arrojar las armas de nuestra guerra contra El, y el sometimiento a Su yugo y a Sus reglas. Antes de que cualquier humano rebelde sea llevado a hacer eso, un milagro gracia Divina tiene que ser forjado dentro de él. Y esto nos trae inmediatamente al aspecto que nos ocupa en nuestro tema.
La fe salvífica no es un producto del corazón del ser humano, sino una gracia especial proveniente de lo alto. «Es don de Dios» (Efesios 2:8). Es operada por Dios (Colosenses 2:12). Es el «poder de Dios» (1 Corintios 2:5).