Cristianismo Práctico. A. W. Pink

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Cristianismo Práctico - A. W. Pink

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los deseos de la carne (Colosenses 3:5), ser crucificado al pecado cada día (Lucas 9:23), ser manso y humilde, paciente y benigno; en una palabra, ser como Cristo, es una tarea que va más allá de nuestras fuerzas; es una tarea en la cual ninguno quisiera aventurarse, o el que se aventure muy pronto la abandona. Pero al Señor le complace perfeccionar Su fuerza en nuestra debilidad, y Él es «grande para salvar» (Isaías 63:1). Para que esto pueda ser más evidente para nosotros, consideraremos ahora algunas características del poder operante de Dios en la salvación de Su pueblo.

      1. En la regeneración

      Pocos se dan cuenta de que mucho mayor que el poder que Dios ejerció en la primera Creación, es el que Dios ejerce en la nueva Creación, al rehacer el alma y conformarla a la imagen de Cristo. Existe una mayor distancia entre el pecado y la justicia, entre la corrupción y la gracia, entre la depravación y la santidad; que la que hay entre la nada y algo, entre la inexistencia y la existencia; y la distancia que hay es en el poder de producir algo. Mientras más grande es el cambio, mayor es el milagro. Así entonces, hay más muestra de poder al regresar a un hombre muerto a la vida que a un hombre enfermo a la salud; es mucho más maravilloso el acto de cambiar a un incrédulo a la fe y de la enemistad al amor, que simplemente crear algo de la nada. Esto se nos ha dicho, que el evangelio «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16).

      El Evangelio es el instrumento que Dios usa, cuando lleva a cabo la más maravillosa y bendita de todas Sus obras, es decir tomar gusanos miserables de la tierra y hacerlos «aptos para participar de la herencia de los santos en luz» (Colosenses 1:12).

      Cuando Dios formó al hombre del polvo de la tierra, aunque el polvo no contribuyó en nada al acto por el cual Dios lo hizo, no tenía en sí mismo, ningún principio contrario al diseño de Dios. Pero al dirigir el corazón del pecador hacia Él, no hay ningún tipo de asistencia o ayuda del hombre en esta obra, sino más bien toda la fuerza de su naturaleza lucha contra el poder de la gracia Divina. Cuando el evangelio es presentado al pecador, no solo está su entendimiento ignorante de su maravilloso contenido, sino también su voluntad completamente perversa está contra él. No solo es el no desear a Cristo, sino que existe una evidente hostilidad contra Él. Solo el poder del Dios Todopoderoso puede vencer la enemistad de una mente carnal. Cambiar el curso del océano no sería un acto tan poderoso como lo es cambiar la inclinación perversa del corazón del hombre.

      2. Convenciéndonos de pecado

      La «luz de la razón» de la cual el hombre presume tanto, y la «luz de la consciencia» la cual otros estiman mucho, son absolutamente inútiles en cuanto a dar alguna inteligencia para entender las cosas de Dios. Justamente fue sobre esto a lo que Jesús se refirió cuando dijo

      «Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?» (Mateo 6:23).

      Sí, tanta es la oscuridad que los hombres «a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20).

      Es tanta la oscuridad que las cosas espirituales son «locura» para ellos (1 Corintios 2:14). Tanta es la oscuridad que son completamente ignorantes de esto (Efesios 4:18), como también completamente ciegos a su condición. El hombre natural no solo es incapaz de liberarse de esta oscuridad, sino que tampoco tiene el deseo de hacerlo, por el hecho de estar espiritualmente muerto, no tiene consciencia de ninguna necesidad de liberación.

      Es debido a su terrible condición que, sin la regeneración del Espíritu Santo todos los que escuchan el evangelio están completamente incapacitados de logar un entendimiento espiritual del mismo. Muchos de los que escuchan el Evangelio piensan que son salvos, que son cristianos verdaderos y que ningún argumento del predicador ni poder sobre la tierra, podría jamás convencerlos de lo contrario. Diles: «Hay generación limpia en su propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30:12), y esto no dejará ninguna huella en ellos. Adviérteles que, «antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (Lucas 13:3), y esto no los moverá de ninguna manera. No, ellos suponen que no tienen nada de que arrepentirse, y ellos consideran «que no hay que arrepentirse» (2 Corintios 7:10). Ellos tienen tan alta opinión de sus profesiones religiosas, que están fuera de peligro del infierno. Por esto, al menos que un milagro poderoso de gracia sea hecho en ellos, al menos que el poder Divino destruya su ego, no habrá esperanza alguna para ellos.

      Que un alma sea convencida de pecado para salvación, es una maravilla mucho más grande que si una fuente putrefacta generara aguas dulces. Para que un alma entienda que «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6:5), necesita que el poder del Omnipotente se lo haga ver. Por naturaleza el hombre es independiente, autosuficiente, confiado de sí mismo: ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando ahora él siente y acepta su incapacidad! Por naturaleza el hombre piensa bien de sí mismo; ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando acepta, «que en mí (...) no mora el bien» (Romanos 7:18)! Por naturaleza los hombres son «amadores de sí mismos» (2 Timoteo 3:2); ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando los hombres se aborrecen a sí mismos (Job 42:6)! Por naturaleza el hombre piensa que le está haciendo un favor a Cristo al adherirse al Evangelio y al promover Su causa; ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando descubre que es completamente indigno de Su santa presencia, y clama «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lucas 5:8)!

      Por naturaleza el hombre está orgulloso de sus habilidades, logros; ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando sinceramente reconoce, «estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo»! (Filipenses 3:8).

      3. En la expulsión del diablo

      «El mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19), hechizado, encadenado, desvalido. A medida que revisamos las narraciones del Evangelio y leemos sobre diferentes casos de poseídos por demonios, nos vienen pensamientos de compasión por esas víctimas infelices, y cuando contemplamos al Salvador liberando a estas miserables criaturas, nos llenamos de admiración y alegría. Pero, ¿Se ha dado cuenta el lector que también nosotros estuvimos una vez en la misma situación? Antes de la conversión éramos esclavos de Satanás, el diablo ejercía su voluntad en nosotros (Efesios 2:2), al tiempo que estábamos «siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire». ¿Qué fuerza teníamos para liberarnos a nosotros mismos? Una menor a la que tenemos para detener la lluvia y el viento. La imagen de la incapacidad del hombre para librarse del poder de Satanás, es mostrada por Cristo en Lucas 11:21, «Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee». El «hombre fuerte» es Satanás; lo que «posee» son las almas cautivas.

      Pero bendito sea Su nombre, «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Esto fue expresado por Cristo en la misma parábola: «Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín» (Lucas 11:22).

      Cristo es más poderoso que Satanás, Él lo venció el día de Su poder (Salmos 110:3), y de esta manera libera a los cautivos (Isaías 61:1). Viene con Su Espíritu a «pregonar libertad a los cautivos» (Lucas 4:18), por lo tanto, se dice del Señor: «el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13) arrancándonos y arrebatándonos del poder que nos tenía cautivos.

      4. En producir arrepentimiento

      El hombre sin Cristo no puede arrepentirse: «A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hechos 5:31). Cristo fue exaltado como «Príncipe,» de

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