El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren

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El mediterráneo medieval y Valencia - Paulino Iradiel Murugarren Historia

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en tres tipos fundamentales y hasta en tres maneras o formas distintas de leer a Marx:

      a) Los que, basándose en un criterio de «permanencias feudales» o de un «sistema esencialmente feudal», minimizan las transformaciones habidas entre los siglos XIII y XVI. Estas transformaciones, en vez de poner en crisis las estructuras esenciales de una sociedad básicamente rural, habrían provocado en cierta medida su consolidación. De ahí la rigidez aplastante de ese «bloque feudal» de larga duración y los paralelos procesos de feu-dalización-refeudalización, descomercialización, desindustrialización, etc., que duran hasta el siglo XIX, cuando no hasta nuestros días. Esta lógica «feudal» se basa en la estaticidad de los rendimientos agrícolas y de las técnicas de cultivo, de las relaciones sociales de producción y en los cuadros generales de la vida material que confirmarían la permanencia de las estructuras económicas y sociales.

      b) Los que, en una posición más matizada, pero bastante cercana a la anterior, ponen el acento en la desigual distribución geográfica de las transformaciones en la economía y en la sociedad. La expansión bajomedieval es considerada como un período de profundos cambios en las estructuras económicas y sociales en el que, sin embargo, no se superan los límites impuestos por los elementos de carácter feudal todavía dominantes. La baja Edad Media y los primeros siglos de la Moderna son considerados como «época de transición». La expansión medieval sería, por tanto, solo un crecimiento producido por la coyuntura. Las estructuras profundas de la economía permanecerían todavía feudales e incluso los ciclos sucesivos de decadencia o recesión aparecerían explicados como procesos de refeudalización.

      c) La tercera posición, recientemente definida por Wallerstein, coloca la transición en un cuadro cronológico y espacial diferente. En vez de confundirse con el paso de la sociedad rural a la sociedad industrial, la transición se efectúa en dos etapas sucesivas. La primera corresponde a la génesis, en torno a 1450, de una nueva economía que es una economía mundial y de dirección capitalista. La segunda corresponde a la Revolución Industrial propiamente dicha, que comienza tardíamente a partir de 1780. Los tres siglos anteriores aparecen dominados no tanto por la mayor o menor rapidez del proceso de transición en los países de la Europa Occidental cuanto por las transformaciones o modificaciones que tienen lugar en la estructura interna de esta economía-mundo, dominada por la oposición entre centro, periferia y semiperiferia.

      De los posicionamientos anteriores, y de las críticas dirigidas a la obra de Wallerstein, se deduce que para superar la crisis abierta para el final de la «leyenda de la burguesía y del comercio» se descubre el feudalismo como carácter sustantivo de la historia europea del siglo XIII al XVIII. Para suplir el concepto de capitalismo bajomedieval y moderno, que carecía de toda especificidad histórica, se corre el riesgo de proponer una nueva «leyenda del feudalismo» no menos carente de cualquier especificidad histórica. Y si el intento de encontrar una causalidad económica unilineal que fundamente el concepto de transición parecía poco consistente, también parece problemática una interpretación satisfactoria de larga duración válida para la Europa de los siglos XIII al XVIII y capaz de integrar los trends económicos con los mecanismos del modo de producción precapitalista.

      El cuestionamiento de una propuesta de continuidad, de permanencias feudales y de procesos anárquicos de feudalización-aristocratización, donde el concepto de feudalismo acabe por perder toda especificidad y por transformarse en una especie de categoría residual, me lleva también a rebajar el contenido del concepto de «transición del Feudalismo al Capitalismo». Este puede ser entendido si se trata de la identificación, en sectores económicos históricamente definidos, de una dinámica real de transición. Pero si se trata de un proceso plurisecular, el problema de la transición me parece más un problema de historiografía que de historia. Es decir, creo que las discusiones en torno a este concepto están destinadas a permanecer esencialmente como testimonio de un intento de actualización o puesta al día crítico, de un esfuerzo llevado a cabo por los historiadores para superar las dificultades que inevitablemente se presentan cuando se considera el feudalismo como un modo de producción definido una vez por todas y que habría caracterizado un bloque de diez o quince siglos de la historia económica y social europea.

      Uno de los rasgos característicos de la Europa bajomedieval y moderna es la coexistencia de dos principales formas de organización productiva y social, feudalismo y capitalismo, uno y otro con caracteres diversos de sus respectivos modelos, medieval y contemporáneo. Hay que reconocer, sin embargo, que los análisis corrientes de los diversos modos de producción no agotan de ninguna manera las exigencias de la investigación histórica de los fenómenos concretos. Existen formaciones económico-sociales que resulta problemático definir con exactitud. Esto que probablemente es verdad para numerosas regiones europeas, lo es más aún para las sociedades meridionales de la baja Edad Media y principios de la Moderna en que el planteamiento quizá más satisfactorio sea la individualización de formas de transición cuyos elementos característicos, tanto a nivel económico como social, resultan compuestos de diversos modos de producción.

      Naturalmente, en este contexto, se trata de indagar los mecanismos internos, las reglas de funcionamiento de estas formaciones. Los trabajos más recientes, algunos de ellos ya señalados, proporcionan ciertos elementos válidos y estimulantes para la discusión y la investigación de los que conviene destacar dos propuestas a mi modo de ver importantes:

      La propuesta del «modelo mercantil» y de la expansión comercial de la economía europea a partir de mitad del siglo XIII-XV, que ha sido considerada, quizá apresuradamente, como elemento externo y puramente accidental al sistema productivo y de relaciones dominantes. En la formulación más reciente de Wallerstein, las formaciones sociales periféricas son vistas como distintos modos de producción precapitalistas. Esto contradice la visión, ampliamente constatada por los historiadores de la Edad Moderna, según la cual la formación de fuertes desequilibrios regionales era inevitable y consecuencia estructural del intercambio no equivalente y del desarrollo desigual del capitalismo. Pero también es verdad que esta constatación, por sí misma, no proporciona la solución al problema que debe buscarse tanto en los condicionamientos internacionales y en las relaciones económicas entre los diversos países, como en las estructuras internas y en los modos de su evolución. La explicación del porqué unas zonas avanzaron y otras, en cambio, entraron en una fase de regresión o decadencia debe tener en cuenta uno y otro tipo de factores.

      Este es uno de los temas más complejos y discutidos de la historia europea del siglo XVII. Los términos periferia o semiperiferia usados por Wallerstein para indicar las zonas de atraso económico no son aceptables porque soslayan la constatación de que las áreas que permanecieron marginadas fueron aquellas en las que en el siglo XVII se mantuvieron más rígidamente las estructuras de tipo feudal y donde la acción del Estado o la iniciativa de las fuerzas sociales no logró limitar sustancialmente las formas tradicionales de dominio de los grupos privilegiados. Sin embargo, la fórmula de Brenner, esto es, la causalidad de las relaciones internas de clase y de «extracción de excedente», también ofrece una imagen parcial de la realidad, puesto que no tiene en cuenta el proceso de acumulación capitalista que tiene como terreno de desarrollo el «mercado mundial», proceso metodológica y marxianamente distinto de la acumulación originaria, ni los cambios cualitativos que el inicio de la acumulación capitalista introduce en las relaciones entre formaciones sociales diferentes. Historiadores de diverso signo han insistido abundantemente sobre estas cuestiones: su necesaria complementariedad y la arbitrariedad de separar y relegar cualquiera de estos procesos básicos en la génesis y desarrollo del capitalismo.

      Aparentemente, una de las pruebas más convincentes para mostrar la escasa incidencia de elementos «burgueses» y mercantiles, y para testimoniar el mantenimiento de formas feudales en una situación todavía tradicional, consiste en documentar el limitado impacto cuantitativo de los aspectos innovadores y, en nuestro caso, de las ciudades y sobre todo de las actividades comerciales e industriales. En buena medida, en el debate sobre la transición, y el reciente

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