La transición española. Eduardo Valencia Hernán

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bastantes años después, la campaña de protestas preparadas bajo el lema: Volem Bisbes Catalans del año 1966 hizo cambiar la actitud vaticana respecto al Principado75. Habría que recordar que el último obispo catalán en ocupar la sede de Barcelona fue Josep Miralles entre 1926 y 1930 y que, posteriormente bajo el régimen dictatorial, gracias al acuerdo que permitió el privilegio de presentación entre España y el Vaticano de junio de 1941, no hubo obispos catalanes en todo el periodo franquista siendo el obispo Narcís Jubany, años después, el primero en romper dicho acuerdo76. Con respecto a esta campaña todavía hay cierta discrepancia sobre su auditoría, pues, aunque fue atribuida a Jordi Pujol, Josep Benet también lo reivindica asegurando que se gestó en casa de él mismo cuando estaba enfermo de gripe, justo el día en que Rafael de Carreras vino a casa de este a informarle sobre el nombramiento del cardenal Marcelo González como arzobispo de Barcelona, según había escuchado en Radio Vaticano. Posteriormente, Josep Benet y Albert Manent editaron el libro Le Vatican et la Catalogne en —según ellos— Toulouse, aunque consta que fue en Ginebra donde se publicó. Otra anécdota de importante significado con la implicación de nuevo de Josep Benet fue el robo y la devolución posterior de la imagen de la Mare de Deu de Nuria el 9 de julio de 1967. Sobre este asunto cabe decir que una hoja clandestina distribuida y firmada por sacerdotes y militantes de diversos movimientos de Acción Católica explicaba el motivo por el que se escondió la estatua, aludiendo —según los firmantes— a la clara explotación anticatalana de la devoción popular por La Mare de Deu77. Según las memorias del cardenal Vicente Enrique Tarancón78, en los últimos cinco años del régimen franquista el Vaticano intervino en numerosas ocasiones en asuntos delicados de Estado que afectaban a la política interna del gobierno, algunos protagonizados por el propio Papa Pablo VI79. Tómese como ejemplo la petición de clemencia cursada desde el Vaticano en contra de las últimas penas de muerte efectuadas por el franquismo, una de ellas la del dirigente de ETA, Juan Paredes Manot «Txiqui», causa que fue desestimada por el propio dictador; o la efectuada por el todavía cardenal Montini, abogando este por la suspensión de la pena capital al anarquista Jordi Conill en 1962, en cuyo desarrollo también intervino Josep Benet. Sin embargo, otros activistas como Julián Grimau, fusilado el 20 de marzo de 1963, no tuvieron tanta suerte. Otro acto destacable a favor del catalanismo identitario se produjo en marzo de 1965 cuando el abad de Montserrat, Aureli Mª Escarré, se exilió de Cataluña en acto de protesta contra la represión franquista, instalándose en el monasterio de Viboldone en la Lombardía italiana. Al año siguiente, en conmemoración de la Diada del 11 de septiembre de 1966, unos dos mil catalanes fueron a Sant Miquel de Cuitxà a homenajear a un exiliado de lujo, el músico Pau Casals, que interpretó emotivamente en tierras catalanas El Pesebre. Al acto asistió el abad Escarré que participó en el encuentro tan emotivo bajo los inevitables gritos alegóricos de «¡Visca Catalunya!» y «¡Visca l’Abat!», eso sí, bajo el control disimulado pero estricto de agentes de la policía española. Dos años después, el 21 de octubre de 1968, el abad Escarré retornó de su exilio para morir en tierras catalanas. En su entierro había coronas de laurel de diversos partidos y organismos políticos de carácter catalanista, entre ellos UDC, FNC, CC.OO., PSUC y del presidente de la Generalitat en el exilio. Posteriormente, se cantó públicamente Els Segadors delante de las autoridades gubernativas y de la propia policía. Con la desaparición del abad, los catalanistas perdieron uno de sus símbolos más carismáticos en la lucha por las libertades en Cataluña; véase como ejemplo el artículo publicado en el prestigioso periódico francés Le Monde donde afirmaba que «El régimen español se dice cristiano, pero no obedece a los principios de base del cristianismo»80. No obstante, mediante el amparo de la encíclica Populorum Progressio, se abrieron nuevas posibilidades de colaboración con la oposición antifranquista, aumentando así las protestas y la presión sobre el régimen. El nuevo abad de Montserrat, Cassiá Mª Just, continuó en la misma línea reformista que su antecesor, apoyando la crítica pública sobre la relación de los obispos con el sistema dictatorial presentada en un documento por diez y nueve sacerdotes de la Diócesis de la Seo de Urgel, junto con el escolapio Jordi Fullat, el jesuita Artur Juncosa y el capuchino Jordi Llimona. Pero fue sin duda el nombramiento en febrero de 1966 para la Diócesis de Barcelona del prelado castellano Marcelo González Martín, que tomó posesión el 19 de mayo siguiente, lo que colmó el vaso y no hizo más que envalentonar al clero catalanista y aumentar el ritmo de protestas encabezadas por el eslogan «¡Volem bisbes catalans!», donde Josep Benet, Albert Manent y Rafael Carreras de Nadal alcanzaron cierto protagonismo. El resultado de estas insistentes protestas condicionó en parte a que después de 1967 todos los obispos en Cataluña (Lérida, Tarragona, Tortosa, Urgel y obispos auxiliares), hablasen el catalán. Por su parte, Marcelo González accedió al Cardenalato de Toledo, siendo sustituido por Narcís Jubany81.

      74. COLOMER, Josep Mª, «Tornant-hi a pensar (VII). El progresisme catòlic», L’Avenç, n.º 53, 1982, p. 45.

      75. FABRÉ, Jaume, HUERTAS, Josep Mª, «Catalunya i el Vaticà sota el franquisme», L’Avenç, n.º 54, 1982, p. 16.

      76. Ibid.

      77. FABRÉ, Jaume, op. cit., p. 14-16.

      78. Para ampliar ver TARANCÓN, Vicente Enrique, Confesiones, Barcelona, Circulo de Lectores, 1997.

      79. Pablo VI (Giovanni B. Montini), Papa desde el 21-6-1962 hasta el 6-8-1978, finalizó el Concilio Vaticano II el 8-12-1965.

      80. SURROCA, Robert, «Escarré, L’Abat de Catalunya», L’Avenç, n. º 70, 1984 p. 28. También ver FABRÉ, Jaume, op. cit., p. 16.

      81. RIQUER, Borja de, op. cit., p. 387.

      1.7. Los medios de comunicación en la Cataluña franquista

      En Cataluña, como en el resto del territorio español, los medios de comunicación reflejaban la imagen de una sociedad inmersa en un clima social fuertemente oprimido. Sin embargo, el aislacionismo internacional instalado en España prácticamente desde el final de la II Guerra Mundial, no tardó mucho en ir desgajándose lentamente, permitiendo la entrada de los nuevos modelos de progresismo europeizante que se filtraban desde el otro lado de la frontera, pautas que ayudaron al cambio sociocultural que se asemejaba, cada vez más, al estilo de vida de la Europa Occidental. En ese contexto, el propio almirante Carrero Blanco afirmó en 1972 ante el Consejo Nacional del Movimiento:

      A finales de los años cincuenta, la radio todavía conservaba el protagonismo entre los medios de comunicación; sin embargo, todo cambió cuando en 1959 la televisión llegó a Cataluña y, a partir de entonces, su expansión fue imparable llegando en 1970 a ocupar el centro del 80% de los hogares en Barcelona y provincia. No obstante, esta novedad tecnológica no contribuyó a la difusión de la lengua catalana que era casi imperceptible en los medios audiovisuales del país, dado el alto control y censura informativa, lo que podría haber paliado la reivindicación identitaria que posteriormente se hizo prioritaria bajo el lema de «¡Llibertat d’Expresió!».

      En 1964, hizo su aparición

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