La transición española. Eduardo Valencia Hernán
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Barcelona era una ciudad relativamente tranquila envuelta en aquello que se llamó el «porciolismo», en honor del carismático alcalde, donde la burguesía catalana y la clase acomodada colaboraron con el régimen franquista; incluso algunos personajes que tuvieron gran protagonismo posterior en la Asamblea provenían de un pasado con actitudes confusas, como Agustí de Semir, que de concejal falangista del Ayuntamiento de Barcelona llegó a recalar en la oposición próxima al PSUC; o la de Felip Solé i Sabarís, médico y oficial falangista durante la Guerra Civil, que fue posteriormente destacado miembro de la Taula Rodona en 196666. No obstante, la característica más notable de aquel tiempo fue el deterioro significativo en la gestión pública, que aceleró el descontrol y la corrupción en los ayuntamientos y que en su vertiente urbanística provocó el desastre ecológico que supuso una falta de planificación razonable, efecto que en muchas zonas del país aún padecemos. Masías, bosques, restos históricos, arqueológicos y edificios modernistas, todo desaparecía a favor del cemento y el desarrollo incontrolado. Sin embargo, y quizás como reacción social a ese desvarío, fue donde nació el germen del nuevo movimiento urbano de los años sesenta, que supuso el incremento de protagonismo de las nuevas asociaciones de vecinos, más beligerantes y exigentes con la administración pública, editando boletines y revistas de información local. Los centros parroquiales, los curas-obreros, JOC, Cáritas Diocesana y otras asociaciones vinculadas a la Iglesia católica se organizaron, mientras que en la izquierda obrera clandestina se fueron gestando las llamadas Comisiones Obreras de Barrio (CC.OO.):
«La salida a la luz pública de las Comisiones Obreras en Cataluña y las grandes acciones organizadas por ellas, como son las manifestaciones del 23 de febrero y del 26 de marzo de 1965, cuentan entre los acontecimientos de más gran trascendencia política de los últimos años.»67
En 1965, el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) celebró su II Congreso con Gregorio López Raimundo al frente, justamente cuando hacía un año que se habían celebrado los XXV años de Paz con diversos actos propagandísticos presentados por el régimen. En los debates congresuales se planificaron las nuevas estrategias en la lucha antifranquista y fue allí también donde se fraguó la idea inicial que dio fruto a la Asamblea de Cataluña. Su carácter catalanista era innegable, incluso resulta sorprendente la alusión a un representante de la Iglesia catalana en una resolución política del PSUC según se expresa:
«Los comunistas catalanes identificamos el combate por los derechos y libertades nacionales de Cataluña con todas y cada una de las acciones en defensa de los intereses de las masas populares, con todas y cada una de las luchas por las libertades democráticas, en las cuales se integran las libertades culturales y nacionales del pueblo catalán. Consideramos necesario llevar la lucha a la calle con manifestaciones como la realizada el 11 de septiembre en homenaje a Rafael Casanovas, o la del 26 de marzo que exigía el retorno del abad de Montserrat. Hace falta exigir con más vigor las reivindicaciones culturales.»68
En las resoluciones del Congreso también se constataron las jornadas de huelga realizadas el 30 de abril y el 1º de Mayo del mismo año y el cambio de estrategia de la Iglesia española ante el pueblo oprimido:
«Los comunistas catalanes constatamos que a raíz del Concilio Vaticano II se está produciendo una evolución positiva en el sí de la Iglesia española y del movimiento católico, que marca un distanciamiento entre la Iglesia y el régimen. En diversos lugares de Cataluña observamos que se fortalece la unidad de acción entre los comunistas y el sector católico progresista, lo que ha contribuido a acelerar el desarrollo del movimiento antifranquista de masas en el último periodo.»69
Sin duda, fue en esta época cuando el PSUC asumió definitivamente el protagonismo del antifranquismo catalán aumentando sus actividades propagandísticas y de lucha. Crearon la revista Nous Horizons en la que colaboraron el escritor y periodista valenciano, Joan Fuster; el dirigente del Grup d’Independents pel Socialisme, Alexandre Cirici; y el dirigente socialista, Ernest Lluch. También entre 1964 y 1969 se impulsó el Moviment Democratic de Dones, y desde 1967 se incorporaron, junto con los sindicalistas de CC.OO., a las manifestaciones del 11 de septiembre, admitiendo de facto la simbología nacionalista, aunque sin especificar si fue solo como forma de lucha antifranquista70. Sin embargo, dentro del propio partido las inquietudes de la militancia provocaron situaciones límite que evolucionaron en las diferentes convulsiones y escisiones que hubo, siguiendo así la tónica ejercida en el PCE en el resto de España. Entre 1964-65 fueron expulsados del PSUC entre otros, Francesc Vicenç, Jordi Solé Tura71, Jorge Semprún72 y Fernando Claudin73. En 1967, al escindirse del PSUC el llamado Grupo Unidad, se constituyó en Cataluña el Partido Comunista de España Internacional (PCEi), formalizándose esta organización al año siguiente. Este grupo defendía los postulados marxistas.
64. RIQUER, Borja de, op. cit., p. 366.
65. MOLINERO, Carme, YSÀS, Pere, «La Dictadura de Franco», en MARÍN, José Mª, op. cit., pp. 137-138.
66. RIQUER, Borja de, op. cit., p. 378.
67. ANC, «Proyecto de resolución política», Fondo PSUC, n.º 230., Carpeta 12., 1965. p. 6.
68. Ibid., pp. 9-10.
69. Ibid., p. 11.
70. MORAN, Gregorio, Miseria y grandeza del PCE, 1939-1985, Planeta, Barcelona, 1986.
71. Militante comunista y después socialista recientemente fallecido. Ministro de Cultura (1991-93). Ampliar en SOLÉ TURA, Jordi, Una historia optimista. Memórias, Madrid, El País, 1999.
72. Militante comunista y ministro de Cultura (1988-91).
73. Claudín Pontes, Fernando. Dirigente comunista y presidente de la Fundación Pablo Iglesias (1979-90). Ampliar en CLAUDIN, Fernando, Santiago Carrillo.Crónica de un secretario general, Barcelona, Planeta, 1986.
1.6. Relaciones entre Cataluña y el Vaticano bajo el franquismo
Como resultado del Concilio Vaticano II, en 1965 surgió en Cataluña la llamada Iglesia progresista, que estaba muy vinculada a la lucha antifranquista y caracterizada por la ruptura con la tradicional unidad política de los cristianos a través de la lectura del evangelio como un mensaje de solidaridad con los oprimidos. La tendencia del pensamiento cristiano en los años sesenta se estaba decantando hacia un progresismo más abierto a la modernidad y a las corrientes políticas de la izquierda74, y desligándose de la directriz democristiana europea, de este modo proliferaron los llamados «curas obreros» caracterizados por su perfil progresista que los llevó en algunos casos a renunciar a la paga estatal y al uso de la sotana. En Cataluña tenemos algunos ejemplos, destacando entre otros: Jordi Llimona; Josep Dalmau, que ponía el caso de Polonia como un ejemplo de coexistencia entre la Iglesia católica y el partido marxista; Joan Gomis y Lluís María Xirinachs. Desde el final de la Guerra Civil, la actitud del Vaticano hacia Cataluña se había basado en el desconocimiento y la desinformación. De hecho, hasta la muerte del cardenal Vidal i Barraquer en su exilio suizo, Cataluña fue un problema sin solucionar ya que el régimen no deseaba el retorno de un eclesiástico que se había negado a firmar la carta en pro del bando franquista durante