Las guerras de Yugoslavia (1991-2015). Eladi Romero García

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Las guerras de Yugoslavia (1991-2015) - Eladi Romero García Laertes

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serbio frontera), y habían sufrido muchos avatares, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los croatas fascistas se propusieron exterminarlos. De ahí que escuchar a Tuđman banalizando las matanzas de serbios llevadas a cabo por el régimen ustaša, cuando todavía quedaban supervivientes que podían contar lo realmente sucedido, les hacía temer lo peor. La propaganda nacionalista, dirigida por el presidente serbio Milošević desde Belgrado, tampoco ayudaba a mantener la calma.

      Mapa con la proporción de población serbia en la Croacia de 1991.

      Con estos antecedentes históricos revoloteando por su cabeza, los serbios de Croacia comenzaron también a organizarse políticamente, confiando en la ayuda bien del ejército federal, bien de sus hermanos de Serbia, dirigidos ahora por un Slobodan Milošević que se las daba de nacionalista y que alentaba sus aspiraciones. El 17 de febrero de 1990 fundaron el Partido Democrático Serbio (Demokratska Stranka Srpska, SDS), organizado por Jovan Rašković, un psiquiatra nacido en 1929 en Knin, la capital de la Krajina serbia y nudo ferroviario a 60 km de la costa dálmata, entonces con unos 10.000 habitantes. El SDS participó en las primeras elecciones democráticas en Croacia en abril y mayo de 1990, logrando un 1,55% de los votos en la primera vuelta, y el 2% en la segunda ronda, consiguiendo varios escaños en el Sabor croata. Después de los comicios, Rašković se entrevistó con Tuđman, quien imprudentemente apenas le hizo caso. De inmediato, el principal objetivo confeso del SDS fue el de proteger a la población serbia, que se consideraba en peligro de extinción según la nueva Constitución de Croacia, un texto adoptado en diciembre de 1990 que dejaba sin efecto toda consideración sobre la minoría serbia (o cualquier otra minoría) al considerar a la república como el «estado nacional de los croatas». Para muchos serbios, aquello significaba volver a los tiempos de los ustaše.

      Rašković, miembros de la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes, parte de cuya familia también había sido asesinada por los ustaše, había publicado en 1990 en Belgrado un libro titulado País de locos, donde aplicaba las teorías siquiátricas al problema nacionalista. Y eso es lo que escribía al respecto: «Los croatas, afeminados por la religión católica, sufren de un complejo de castración que les conduce a una total incapacidad para ejercer una mínima autoridad. Una humillación que compensan con su elevada cultura. En cuanto a los musulmanes de Bosnia y Herzegovina y de las regiones vecinas, estos son víctimas, como diría Freud (el conocido cocainómano), de frustraciones rectales que los llevan a acumular riquezas y refugiarse en comportamientos fanáticos. Finalmente, los serbios, ortodoxos: pueblos edípico que tiende a liberarse de la autoridad de su padre. Su valor como guerreros reside en esta capacidad de resistencia, y por ello son los únicos capaces de ejercer una autoridad real sobre los otros pueblos de Yugoslavia. No debería sorprender que en estos países se desarrolle una situación de odio total y paranoia». Palabras como estas animarían a muchos a seguir el camino de las armas para imponer su pretendida superioridad.

      Faltos de influencia política, pero animados por sus líderes, los serbios de la Krajina optaron por la senda de la defensa activa, dirigida por el segundo de Rašković en el SDS, un dentista llamado Milan Babić que ejercía de alcalde en Knin. Este, en colaboración con el jefe de la policía local Milan Martić, se negó a disolver a la policía serbia de la ciudad, lo que obligó al gobierno de Zagreb a desplazar, el 9 de julio, a su viceministro del Interior Perica Jurić, quien fue incapaz de poner orden en la región y tuvo que salir casi huyendo de Knin. Es más, los agentes serbios y fuerzas paramilitares que se fueron organizando a su alrededor, se dedicaron a instalar troncos y controles en las carreteras (la denominada «revolución de los troncos», comenzada el 17 de agosto en el municipio de Benkovac), que dificultaron las comunicaciones, separaron Dalmacia del resto del país y amenazaron a los viajeros croatas. Una medidas que habían sido aconsejadas por el propio ministro del Interior federal, el general serbio Petar Gračanin. En estas barricadas se colocaban banderas yugoslavas, acompañadas de las típicas cruces chetniks con las cuatro C cirílicas (sonido S), abreviatura de la frase Samos sloga Srbina spasava (Solo la unidad salvará a los serbios).

      La «revolución de los troncos» en la Krajina croata.

      El 19 de agosto, un referéndum organizado entre los serbios de la Krajina aprobó por abrumadora mayoría el derecho a la soberanía y a la autonomía de la región. Lógicamente, el gobierno de Zagreb lo consideraría sin valor legal. De hecho, dos días antes había intentado evitar su celebración desplazando diez vehículos blindados y tres helicópteros, pero los primeros fueron detenidos por los paramilitares serbios y los segundos devueltos a sus bases por los propios cazas de la fuerza aérea federal, que amenazaron con derribarlos. El nuevo presidente de la federación, el croata Stjepan Mesić, contrario a estas acciones, protestó ante el general Blagoje Adžić, un serbobosnio que ejercía la jefatura del Estado Mayor yugoslavo, quien se limitó a repetir sus amenazas contra los croatas.

      Con sus nuevos gobiernos democráticos ya elegidos, tanto en Eslovenia como en Croacia, temerosas de una intervención del ejército federal que acabara con sus pretensiones de independencia, cada vez más manifiestas, iniciaron un proceso de creación de un ejército propio lo suficientemente armado para hacer frente a dicha amenaza. En el caso de Croacia, ese ejército resultaba aún más necesario tanto por su posición fronteriza con Serbia y Bosnia, como por la insurrección de Krajina (que proclamó su autonomía el 21 de diciembre de 1990) y Eslavonia oriental. En esta última región, habían surgido también fuerzas paramilitares serbias en torno a localidades como Vukovar, que recordaban a los viejos chetniks monárquicos de la Segunda Guerra Mundial, con sus águilas bicéfalas en sus gorros de lana y algunos símbolos religiosos ortodoxos.

      En Eslovenia y Croacia no se podía contar con el ejército federal, claramente partidario de la unidad, con muchos oficiales de origen serbio y por ello más bien convertido en enemigo de las repúblicas secesionistas. Ese era, pues el enemigo a batir, a expulsar de sus propios territorios. Para ello disponían de sus propias policías y de la denominada y ya mencionada Defensa Territorial, un sistema creado por Tito mediante la Ley de Defensa Nacional de 1969 para proteger Yugoslavia en caso de una invasión exterior como la acaecida en Checoslovaquia un año antes. Dicha defensa implicaba a civiles reservistas tanto varones como mujeres de entre 15 y 65 años de edad, que sumaban entre uno y tres millones de personas y estaban encuadradas en unidades locales. De vez en cuando, un total de hasta 860.000 soldados de la Defensa Territorial podían ser llamados para participar en maniobras y otras actividades militares en su zona de residencia. Más de 2.000 municipios, fábricas y otras empresas organizaron pequeñas unidades del tipo de las compañías armadas con armas ligeras, que al luchar en sus lugares de origen, ante la eventual agresión exterior mantendrían la esencial producción local de pertrechos para el esfuerzo de la defensa. También funcionaban unidades mayores tipo batallón o regimiento, más fuertemente equipadas, incluyendo algunos vehículos blindados. Aunque lo más destacado de esta fuerza reservista era su organización altamente descentralizada e independiente. Las unidades de la Defensa Territorial fueron organizadas y financiadas por los gobiernos de cada una de las repúblicas constituyentes, es decir, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia, así como por cada una de las dos provincias autónomas de Vojvodina y Kosovo.

      Los altos mandos de la Defensa Territorial pertenecían al ejército federal, lo que permitió al gobierno de Yugoslavia, en la primavera de 1990, retener buena parte de su armamento e iniciar su desmantelamiento, ante la perspectiva de que eslovenos y croatas intentaran basar sus propios ejércitos en dicha defensa. En este sentido, fueron los eslovenos los que lograrían una organización militar más eficaz, conservando el 30% de las armas de la Defensa Territorial, reclutando a 70.000 hombres y comprando secretamente armamento en países como Alemania o en el mercado negro, hasta el extremo de conseguir unas 5.000 piezas de artillería ligera en parte robadas de los depósitos del ejército federal. Una tarea de la que se encargó el flamante ministro de Defensa

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