Las guerras de Yugoslavia (1991-2015). Eladi Romero García
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Los temores de Eslovenia
En Eslovenia se venía tomando nota, como hemos anunciado, de todo aquello desde hacía bastante tiempo. Aunque fuera una república étnicamente casi pura, sin minorías serbias ni de otras nacionalidades destacables, los cada vez mayores anhelos de independencia hacían temer una previsible intervención del ejército federal, acaso la única institución con poder que podía representar un peligro.
Porque Eslovenia, una república montañosa tradicionalmente centroeuropea, que recordaba a su vecina Austria, poseía el nivel de vida más elevado de Yugoslavia, y no deseaba perderlo por favorecer a los más empobrecidos serbios o macedonios. Su objetivo ahora era integrarse en la próspera Europa occidental, cada vez más unida y eficiente. Su nacionalismo creciente contrastaba con el serbio, pues aquí todo era cultura (sobre todo en publicaciones filonacionalistas) y discreción, sin exageradas reivindicaciones irredentistas ni nostalgias de batallas perdidas. Buena muestra de ello fue la publicación, en febrero de 1987, del Programa Nacional Esloveno en el n.º 57 de la revista mensual y de índole cultural Nova Revija, clara respuesta al memorándum de la academia serbia. Aunque el problema central que se abordaba era el desarrollo de la sociedad civil eslovena, de las libertades políticas y de los derechos humanos, implícitamente se trataba también del marco estatal en que ese desarrollo sería posible. El tono general de las contribuciones era de abierta insatisfacción por el estatuto de Eslovenia como república federada dentro de Yugoslavia, y los autores de algunos de los artículos propugnaban con bastante claridad la independencia. Este hecho provocó que el director de la revista fuera despedido.
Otra revista eslovena radical era el semanario Mladina (Juventud), que buscó en el ejército federal yugoslavo al mayor enemigo de la futura independencia eslovena. Sus artículos denunciaban el enorme gasto que representaba mantener 180.000 soldados, cuyo monto sumaba casi la mitad del presupuesto federal. La gota que colmó el vaso de los militares yugoslavos fue un escrito aparecido el 13 de mayo de 1988, titulado La noche de los cuchillos largos, donde se publicaban los planes del ejército, expuestos en un documento secreto redactado en enero de aquel año y destinados a tomar el control de Eslovenia en caso de que esta organizara revueltas nacionalistas. Janez Janša, el autor del artículo, otro periodista y un sargento que había filtrado el documento, fueron arrestados el 31 de mayo. En un juicio militar a puerta cerrada, donde se empleó el serbocroata en lugar del idioma esloveno, Janša sería condenado a 18 meses de prisión por divulgación de secretos militares. Su compañero, el director de Mladina Franci Zavrl (detenido dos semanas después que los otros tres) y el suboficial también recibieron parecidas penas. No obstante, encontraría muchos apoyos entre sus conciudadanos, incluidos el presidente de la república de Eslovenia Janez Stanovnik y el presidente de la Liga de los Comunistas Eslovenos Milan Kučan (aunque Janša llegaría a acusar a este de mostrar, en un principio, cierta pasividad ante su arresto). Un momento que mucha prensa local calificaría de primavera eslovena.
El encargado de investigar el suceso, detener e interrogar a los detenidos fue el coronel general de los servicios secretos yugoslavos (conocidos como KOS, siglas de Kontraobavještajna služba o Servicio de contrainteligencia) Aleksandar Vasiljević, ya experto en estos asuntos tras colaborar en represión de los kosovares en 1981. Sus bravatas y amenazas provocaron la creación de un comité para la defensa de los derechos humanos al que se adhirieron cerca de cien mil voluntarios, que ejercieron toda la presión posible para defender a los acusados, incluso mediante manifestaciones públicas. Dicho comité acabaría cristalizando en enero del año siguiente en un partido político, la Unión Democrática Eslovena, meses antes ya de que la Liga de los Comunistas Eslovenos renunciara al monopolio político. Uno de sus fundadores fue el propio Janez Janša, liberado tras pasar seis meses en prisión.
Llegados a 1989, y como respuesta a las enmiendas constitucionales serbias, Eslovenia puso en marcha las suyas en septiembre de dicho año, aprobadas por su Parlamento el día 27. Al rechazar la preeminencia de las leyes federales sobre las propias, se abría un paso claro hacia la secesión. La tensión entre Serbia y Eslovenia aumentó notablemente, y Milošević inició una serie de tácticas intimidatorias. Él y sus partidarios de los gobiernos serbio y federal organizaron en diciembre acciones de protesta que fueron prohibidas por el gobierno esloveno. Los trenes procedentes de Serbia, cargados de potenciales manifestantes, fueron registrados mediante una activa tarea de la policía eslovena, que encontró colaboración en sus homólogos croatas. La respuesta serbia fue el boicot a los productos eslovenos y la interrupción de las relaciones económicas de 130 empresas serbias con la díscola república. Todo ello pasó bastante desapercibido en Europa, cuya atención estaba en asuntos como la caída del muro de Berlín o el fin de las dictaduras comunistas en países como Hungría, Polonia, Checoslovaquia o Rumanía.
Por fin, del 27 de septiembre, el Parlamento esloveno, ya desvinculado de su anterior ideología comunista, concedía vía libre legal a la existencia de otros partidos en su república. Además, en una enmienda a la Constitución de 1974, establecía el derecho de la república a separarse de Yugoslavia. Un intento de Milošević por organizar el 1 de diciembre en Liubliana una «manifestación de la verdad», en la que debían participar numerosos serbios y montenegrinos desplazados allí para desestabilizar al gobierno esloveno, fue neutralizada al prohibir este dicha manifestación y emplear a su policía para evitar que se llevara a cabo.
Las elecciones democráticas de 1990
En el marco de los profundos cambios que estaba viviendo la Europa del Este, donde los particos comunistas iban cayendo uno tras otro en sucesivas elecciones generales, a lo largo de 1990 las distintas repúblicas de Yugoslavia se aprestaron a celebrar sus primeros comicios democráticos y pluripartidistas, después de varias décadas de dictadura comunista. Un proceso iniciado en Eslovenia, donde la Liga de los Comunistas de la república pasó en febrero a llamarse Partido de la Renovación Democrática, y que constituyó una nueva vuelta de tuerca en el que la euforia nacionalista iba a estallar principalmente en esa misma república y su vecina Croacia.
Pero antes tuvo lugar el XIV Congreso extraordinario de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, planteado ya desde el verano de 1988 y que Milošević quería aprovechar para meter en cintura a los díscolos, confeccionar una nueva constitución a su medida y, si los eslovenos no aceptaban, invitarles a abandonar la federación. El congreso se inauguró en Belgrado el 20 de enero, y la delegación eslovena se presentó ciertamente inquieta, pero con propuestas