1984. George Orwell

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1984 - George Orwell Clásicos

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a asuntos sencillos, pudo darles trámite antes de que los Dos Minutos de Odio lo interrumpieran. Finalizada la trasmisión del Odio, regresó a su cubículo, tomó de un estante un diccionario de Neolengua, puso a un lado el hablaescribe, se limpió los anteojos y se dispuso a iniciar la labor realmente importante del día.

      Winston encontraba su mayor placer en el trabajo. Casi todo era una rutina tediosa, pero también incluía tareas tan difíciles y complicadas que se podía enfrascar en ellas como si se tratara de problemas de matemáticas —sutilísimos casos de adulteración para resolver, en los cuales sólo contaban con sus conocimientos de los principios del Socing y el criterio para calcular los propósitos del Partido—. Winston era todo un maestro en esta tarea. En cierta ocasión, le encomendaron incluso la rectificación de los editoriales del Times, totalmente redactados en Neolengua. Desenrolló el mensaje que había apartado antes. Decía así:

      times 3.12.83. informe ordendeldía g.h. nadabueno ref impersonas reredactar completo superaprobación antesarchivar

      En Viejalengua, o lenguaje común, decía:

      El informe de la Orden del Día del Gran Hermano en el Times del 3 de diciembre de 1983 deja muchísimo que desear e incluye referencias a personas que no existen; volver a escribirlo todo y presentar borrador ante un superior antes de archivar.

      Leyó Winston todo el artículo en cuestión. Parecía que la Orden del Día del Gran Hermano se dedicaba principalmente a elogiar la tarea de una organización denominada FFCC, que suministraba cigarrillos y otras comodidades a los marinos de las Fortalezas Flotantes. Un camarada, llamado Withers, afiliado destacado del Partido Interno, era objeto de especial mención y se le otorgaba la Orden del Mérito Conspicuo de

      Segunda Clase.

      Tres meses después se ordenó la disolución de la FFCC sin proporcionar explicaciones. Cabía suponer que Withers y sus colaboradores habían caído en desgracia, pero nada se dijo sobre el particular en la prensa o por la telepantalla. Eso no tenía nada de extraño, pues no era usual que los delincuentes políticos fueran procesados o se les denunciara a la opinión pública. Las purgas espectaculares, con millares de personas, el juicio público de los traidores e ideadelincuentes que hacían una abyecta confesión de sus culpas antes de ser ejecutados, eran despliegues de teatralidad organizados cada dos o tres años. Por lo general, quienes por algún motivo incurrían en el desagrado del Partido, sencillamente desaparecían sin dejar rastros. Era imposible dar con el menor vestigio de su paradero. Winston había conocido personalmente a no menos de treinta personas, incluidos sus padres, desaparecidos de esa manera.

      Winston se rascó la nariz con un sujetapapeles. En el cubículo de enfrente Tillotson seguía pegado al hablaescribe.

      Por un momento levantó la cabeza y otra vez se apreció un destello de animosidad en los cristales de sus anteojos. Winston se preguntó si Tillotson hacía la misma tarea que él. Era muy posible. Un trabajo tan engañoso como aquel no se lo confiarían a un solo empleado; por otra parte, encomendarlo a un comité habría equivalido a admitir en público que ocurría una adulteración de la verdad. Lo más probable era que una docena de personas trabajaran en ese momento en diversas versiones de lo que el Gran Hermano había dicho. A su debido tiempo, un cerebro maestro del Partido Interno elegiría una u otra versión, la cual se volvería a imprimir y se pondría en marcha el complejo mecanismo para manipular las referencias, y después todo pasaría a los registros y se convertiría en verdad.

      Winston ignoraba por qué Withers había caído en desgracia. Pudo ser corrupción o incompetencia. O bien el Gran Hermano simplemente se deshizo de un subordinado demasiado popular. O también podría ser que Withers o alguien de su círculo fuera sospechoso de ideas heréticas. O si no —y era lo más factible— todo se debía a que las purgas y las evaporaciones eran elementos indispensables de la mecánica gubernamental. El único indicio estaba en aquello de "ref impersonas", lo cual significaba que Whiters ya había dejado de pertenecer al mundo de los vivos. No siempre se podía que ocurriera eso a todas las personas arrestadas. A veces eran puestas en libertad y estaban en libertad durante uno o dos años antes de ser ejecutadas. En ocasiones, una persona a quien se daba por muerta desde tiempo atrás, reaparecía de pronto, como un fantasma, en algún juicio público, donde luego de comprometer con sus declaraciones a cientos de personas, volvía a desaparecer, esta vez para siempre. Sin embargo, Withers ya era una impersona. Ya no existía ni jamás había existido. Winston pensó que no sería suficiente con invertir simplemente los conceptos expresados por el Gran Hermano en su discurso. Sería mejor que su texto no mencionara en absoluto el tema original.

      Podría convertir el discurso en una de las habituales denuncias de traidores e ideadelincuentes, pero eso hubiera sido demasiado obvio; mientras que inventar una victoria en el frente, o superar la producción del Noveno Plan Trienal, habría complicado demasiado los registros. Lo que se imponía era un tema que fuera pura fantasía. De pronto saltó a su mente, como hecho de medida, el recuerdo de cierto camarada Ogilvy, que poco tiempo atrás había muerto en el campo de batalla, en circunstancias heroicas. En ciertas ocasiones, el Gran Hermano dedicaba su Orden del Día para exaltar a algún modesto afiliado al Partido, cuya vida y cuya muerte presentaba como ejemplo digno de seguir. En ese caso celebrarían al camarada

      Ogilvy. Claro que el tal Ogilvy jamás había existido en la vida real, pero unos cuantos renglones impresos y un par de fotografías falsas bastarían para darle vida.

      Winston lo pensó un rato, después acercó el hablaescribe y se puso a dictar en el estilo peculiar del Gran Hermano, estilo a la vez marcial y pedante, fácil de imitar, porque se reducía a formularse preguntas y a responderlas uno mismo. ("¿Qué enseñanzas obtenemos de todo esto, camaradas? La enseñanza —que es también uno de los principios fundamentales de Socing— de que..., etcétera".)

      A los tres años de edad, el camarada Ogilvy sólo aceptaba como juguetes un tambor, una ametralladora y un modelo de helicóptero. A los seis —un año antes de la edad reglamentaria, por un permiso especial— se incorporó a los Espías y a los nueve ya era jefe de pelotón. Cumplidos los once, delató a un tío suyo a la Policía del Pensamiento por haberle escuchado ciertas palabras consideradas como de tendencia delictuosa.

      A los diecisiete, organizó en su barrio la Liga Anti-Sexo Juvenil. A los diecinueve, inventó una granada de mano, aceptada luego por el Ministerio de la Paz, y que al ser probada por primera vez, causó la muerte de treinta prisioneros de Eurasia con una sola explosión. A los veintitrés, perdía la vida en combate. Perseguido por los aviones a chorro del enemigo mientras volaba sobre el Océano índico con mensajes muy importantes, lastró su cuerpo con una ametralladora y se arrojó desde su helicóptero al mar, con mensajes y todo; un final —aseguraba el Gran Hermano—, que era como para despertar la envidia de todos. El Gran Hermano agregó algunos comentarios sobre la pureza y la rectitud de la vida del camarada Ogilvy. No fumaba ni bebía alcohol; no conocía otras diversiones que una hora diaria en el gimnasio, y había formulado voto de celibato, por creer que el matrimonio y las cargas del hogar eran incompatibles con el cumplimiento del deber las veinticuatro horas del día. Sólo hablaba de los postulados del Socing, y su objetivo en la vida era la derrota del enemigo de Eurasia y la persecución implacable de espías, saboteadores, ideadelincuentes y traidores en general.

      Winston sopesó si convenía o no conferir al camarada Ogilvy la Orden del Mérito Conspicuo. Al fin resolvió no otorgársela, debido a las referencias innecesarias que eso conllevaba.

      De nuevo echó una mirada en dirección a su rival del cubículo de enfrente. Algo pareció decirle que, sin duda alguna, Tillotson trabajaba en lo mismo que él. No había modo de saber cuál de los dos trabajos sería aceptado, pero Winston tenía la profunda convicción de que sería el suyo. El camarada Ogilvy, que hacía un momento no existía ni en la imaginación, era ya una realidad. Le pareció curioso que fuera posible crear hombres

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