1984. George Orwell

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1984 - George Orwell Clásicos

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el pasado, incluso con su naturaleza inalterable, nunca había sido alterado. Lo que era cierto ahora lo era desde una eternidad a otra. Era bastante simple. Sólo se necesitaba una interminable serie de victorias sobre la memoria propia. "Control de la realidad", le decían; en Neolengua, "doblepensar".

      —Descansen —ladró la instructora, un poco más amable.

      Winston hundió sus brazos a sus lados y poco a poco volvió a llenar sus pulmones de aire. Su mente se deslizó al laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, estar consciente de la veracidad absoluta mientras sé expresan mentiras elaboradas con cuidado, sostener al mismo tiempo dos opiniones que se cancelan entre sí, sabiendo que se contradicen y creyendo en ambas, emplear la lógica contra la lógica, repudiar los principios morales y atribuirse sus virtudes, creer que la democracia es imposible y que el Partido es el custodio de esa democracia, echar al olvido lo que conviene olvidar, para rescatarlo en la ocasión propicia y, si fuera conveniente, relegarlo una vez más al olvido; y por encima de todo, aplicar el mismo procedimiento al procedimiento en sí. Ese era el supremo artificio: inducir de manera consciente un estado de inconsciencia y luego, perder la conciencia del acto de hipnosis realizado momentos antes. Hasta para comprender la palabra doblepensar era necesario doblepensar.

      La instructora los llamaba de nuevo:

      —Y ahora veamos quiénes de ustedes pueden tocarse la punta de los pies —exclamó con entusiasmo. Doblen la cintura, camaradas: ¡Uno, dos! ¡Uno, dos!

      Winston aborrecía aquel ejercicio, que le producía intensos dolores desde los tobillos hasta las nalgas y solía terminar con otro acceso de tos. Desapareció el estado casi placentero de sus meditaciones. El pasado, reflexionó, no sólo había sido alterado, sino destruido en realidad. Pues ¿cómo sería posible verificar hasta el suceso más obvio, si no quedaba otro registro fuera de la propia memoria? Trató de recordar en qué año había oído hablar por vez primera del Gran Hermano. Debió haber sido en algún momento de los años sesenta, pero era imposible estar seguro. Según el historial del Partido, el Gran Hermano fue el conductor y prócer de la Revolución desde sus primeros días. Sus acciones habían retrocedido poco a poco en el tiempo, hasta que llegaron a la legendaria época de los años cuarenta y los treinta, cuando los capitalistas que usaban extravagantes sombreros cilíndricos todavía paseaban por las calles de Londres en sus automóviles relucientes, o en soberbios carruajes con ventanillas de cristal. No había manera de saber cuánto era real y cuánto inventado. Winston ni siquiera recordaba la fecha en que había surgido el Partido. No creía haber oído la palabra Socing antes de 1960, pero era posible que ya existiera antes de esa fecha, aunque definida en Viejalengua, es decir, socialismo inglés. Todo se perdía en la bruma.

      A veces, incluso se podía palpar una determinada falsedad. Por ejemplo, no era cierto lo que afirmaban los libros de historia del Partido, que éste hubiera inventado el avión. Winston recordaba haber visto aviones cuando era muy pequeño. Pero no era posible probar nada. No existía ninguna evidencia. Sólo una vez había tenido en sus manos una prueba documental fehaciente que demostraba la falsificación de un hecho histórico. Y en aquella ocasión...

      —¡Smith! —chilló la regañona voz de la telepantalla—. Smith W. 6079, iTú, sí, a ti te estoy hablando inclínate más! ¡Lo puedes hacer mejor! ¡No te estás esforzando! ¡Más abajo! Así está mejor, camarada. Ahora todos ¡en descanso!, y fíjense en mí.

      Un sudor febril brotó por todo el cuerpo de Winston. Su cara permanecía inescrutable. ¡Nunca había de evidenciarse desánimo! ¡Y menos mostrar resentimiento! Un simple parpadeo hubiera bastado para delatarlo. Se quedó mirando cómo la instructora levantaba sus brazos y no se podía afirmar que con garbo, pero sí con bastante limpieza y eficacia— se inclinaba y se tocaba con la yema de los dedos la punta de los pies.

      —¡Eso es, camaradas! Quiero ver cómo lo hacen. Fíjense en mí. Tengo treinta y nueve años y cuatro hijos. Observen —Se volvió a inclinar—. Ya ven que no doblo mis rodillas. Todos pueden hacerlo si se lo proponen —agregó mientras se enderezaba—. Quien tenga menos de cuarenta y cinco años puede perfectamente tocarse los pies con las manos. No todos tenemos el privilegio de luchar en el frente, pero al menos todos podemos mantenernos sanos y fuertes. Piensen en nuestros soldados que luchan en el frente de Malabar! Y en nuestros marinos a bordo de las Fortalezas Flotantes! Recordemos lo que ellos están obligados a soportar. Eso ya está mejor, camarada, bastante mejor —agregó la mujer con tono alentador mientras Winston, mediante un violento esfuerzo, conseguía tocarse los pies sin doblar las rodillas por vez primera en muchos años.

      IV

      Con un suspiro hondo e involuntario, que ni la proximidad de la telepantalla podía impedir que exhalara todas las mañanas al comenzar sus tareas diarias, Winston jaló el hablaescribe, desempolvó el micrófono y se puso los anteojos. Después desenrolló y unió con un sujetapapeles cuatro pequeños cilindros de papel que ya había sacado del tubo neumático, situado a la derecha de su escritorio.

      En la pared de su oficina había tres aberturas: a la derecha del hablaescribe, un pequeño tubo neumático para las comunicaciones por escrito; a la izquierda, otro de mayor tamaño, para los periódicos; y sobre el muro lateral, al alcance de la mano de Winston, una ranura larga protegida por una rejilla metálica, que servía para deshacerse de los documentos descartados. Había miles o decenas de miles de ranuras similares en todo el edificio, no sólo en cada oficina, sino a lo largo de los pasillos. Por alguna razón les llamaban agujeros para la memoria. Cuando uno sabía que un documento debía destruirse o cuando se encontraba un papel suelto cerca, era un acto automático levantar la rejilla del agujero para la memoria más cercano y arrojarlo, desde donde era absorbido por una corriente de aire caliente hasta los gigantescos incineradores ocultos en los recovecos del edificio.

      Winston revisó las cuatro tiras de papel que acababa de desenrollar. En cada una de ellas se leía un mensaje de uno o dos renglones, escrito en lenguaje abreviado —que sin ser Neolengua precisamente, incluía muchos términos de su vocabulario— y que el Ministerio empleaba para el servicio interno. Este era su contenido:

      times 17.3.84, áfrica publicaerror discurso g.h. rectificar

      times 19.12.83. erratas predicciones 4° trimestre 83 verificar edición actual

      times 14.2.84. chocolate malinterpretado miniplenaria rectificar

      times 3.12.83. informe ordendeldíag.h. nadabueno ref impersonas reredactar completo superaprobación antesarchivar

      Con una leve sensación de alivio, Winston hizo a un lado el cuarto mensaje. Era un asunto complicado y de responsabilidad por lo que sería mejor abordarlo al último. Los otros tres eran asuntos de rutina, aunque era probable que el segundo implicara perderse en extensas listas de cifras.

      Winston marcó "números atrasados" en la telepantalla y solicitó los ejemplares atrasados del Times, los cuales aparecieron por el tubo neumático unos minutos después. Los mensajes recibidos se referían a artículos o noticias que, por una u otra razón, era necesario alterar o, de acuerdo con el léxico oficial, rectificar. Por ejemplo, en el Times del diecisiete de marzo se informó que el Gran Hermano, en su discurso del día anterior, había predicho calma en el frente del sur de India, pero que en breve comenzaría una ofensiva de Eurasia en África del Norte. Pero sucedió que el Alto Mando de Eurasia lanzó su ofensiva en el sur de la India, y no atacó África del Norte. Por lo tanto, era necesario volver a redactar un párrafo del discurso del Gran Hermano para que predijera lo que había sucedido en realidad. Mismo asunto: el Times del diecinueve de diciembre había publicado los pronósticos oficiales de la producción de diversos artículos de consumo para el cuarto trimestre de 1983, que era al mismo tiempo el sexto del Noveno Plan Trienal. La edición actual

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