Baila hermosa soledad. Jaime Hales
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Carlos Alberto nunca corría, sólo tenía el paso largo y enérgico de un jugador de golf, única revelación de sus apuros. Con las llaves en la mano y abrochándose el abrigo subió la escalera. Sus piernas largas y el excelente estado físico le permiten subir hasta el cuarto piso de modo constante y rítmico, sin detenerse en los intermedios, sin cansarse, sin que se agite el pecho salvo por la ansiedad de encontrar a su Patita, a su niña, convertida en mujer independiente, la ansiedad de encontrarla sola y que ella aceptara ir a tomar chocolate con leche, de ése que llena de calorcito el cuerpo en las tardes de frío y reconforta el espíritu cuando empieza a anidar la angustia o la melancolía...
O la sorpresa.
La puerta estaba abierta y desde el pasillo vio el desorden. Entró: los muebles del living fuera de su posición, los cuadros torcidos, el bergère que había sido de su madre, rajado de arriba a abajo, el florero en el suelo y las siemprevivas esparcidas, como si un huracán hubiera pasado por allí. Llamó a su hija en voz alta, pero sin gritar. Avanzó hasta el dormitorio, empujó la puerta y el espectáculo fue aun peor: la cama deshecha, el colchón en el suelo, el closet abierto y desordenado. El otro dormitorio estaba igual y los libros del estante esparcidos por el suelo y encima de la mesa-escritorio.
Su desconcierto se fue convirtiendo en certeza.
Él había escuchado de las detenciones, la propia Patricia se lo había contado, pero esto era demasiado. ¿Qué había pasado? ¿Por qué todo estaba así? ¿No sería quizás una pelea?
Aceptó la idea de que habían llegado a detener a otra persona, no a su Pata, al Moncho ése, seguro, que debe estar metido quizás en qué cosas, carajo, el muy carajo, entonces se debía haber resistido y los habían llevado a los dos. Ese miserable de mierda, ese tipejo, la había involucrado.
Por la misma mierda, que estas cosas le pasen a otros, pero no a él, no a su hija, a su familia.
No era posible.
Sonia lloró cuando se lo dijo y Juan Alberto sugirió ir al día siguiente al Comité de la Paz, porque ahí ayudan, dijo, presentan recursos y todo eso, pero Carlos Alberto, molesto por la proposición de su hijo, que calificó de impertinente, pretendió ser práctico y llamó inmediatamente a Francisco José, quien fue pololo de Patricia por tantos años, para que tú como abogado nos ayudes, pero él contestó fríamente, demasiado fríamente aun para él, que usted sabe, señor, que yo no soy de los abogados que se dedican a esas cosas, tal vez mañana le pueda dar algún nombre y aunque aceptó que había varios amigos suyos cumpliendo funciones en el Ministerio del Interior le dijo que no podía molestarlos para esto, pues ellos cumplen sus obligaciones bien precisas, don Carlos Alberto y cosas como estas están a cargo de los servicios de seguridad y quizás en qué estaría metida Patricia, usted sabe, señor, disculpe, con esos amigos que tiene ahora y su partido y el centro de alumnos, pero es cosa de tener paciencia, si no está metida en nada la van a soltar, hay que tener confianza en las Fuerzas Armadas que hacen todo a conciencia.
Chiquillo de mierda, pensó Carlos Alberto, no es problema de confianza sino de encontrar a Patricia. Muchas gracias y punto, eso era todo lo que podía esperar del que decía que tanto la amaba.
Quedaron los tres solos. Pasaron toda la noche entre los ataques de llanto Sonia y las acusaciones de “tú tienes la culpa, Carlos Alberto, porque la ayudaste a irse de la casa” y la respuesta de “no me hables así, Sonia, porque ella se fue porque tú le hacías la vida imposible y a todos por igual, que ya estamos hasta aquí contigo”, mientras Juan Alberto, el hermano, simplemente se entristecía en toda la profundidad posible.
Habló con todos sus conocidos. Incluso consiguió que lo recibiera el Almirante. Una vez habían estado juntos jugando al golf. Todos prometieron hacer algo, pronto se va a saber. Habló con las más variadas personas: coroneles, generales, miembros del poder judicial, abogados. Todos le recomendaban no presentar recurso de amparo, no armar escándalos, no decir una palabra en público, ya que si recurría a las Cortes o al Comité del Cardenal, las cosas se pondrían peor. Consiguió que un obispo de cuya lealtad no se podía dudar, se interesara privadamente en la situación. A los pocos días los recibió, en esos aires costeros cerca de la capital, para explicarles que, efectivamente Patricia había sido detenida, pues había una denuncia sobre actividades políticas subversivas, pero que pronto podrían visitarla y con los antecedentes de los padres todo se aclararía rápidamente. Mientras tanto no había que decir nada ni hacer escándalos.
Sonia estaba desesperada y Carlos Alberto le insistía en la necesidad de confiar, había que tener paciencia y confianza, ellos no eran cualesquiera, pero los días, las semanas y los meses pasaron y, después del aniversario del golpe de estado, en muchas partes se comenzó a hablar de personas que desaparecían o que habían sido detenidos y los ejecutaban sin proceso o no se sabía más de ellos.
Hasta su oficina llegaron algunas mujeres, diciéndole que habían sabido que su hija estaba detenida y que sería conveniente que se presentara un recurso de amparo, que ése era el camino para saber algo y que así las cosas serían mejores. El las olió de inmediato, se dio cuenta que eran comunistas y como ellas guardaron silencio cuando les preguntó si habían solucionado su problema con el recurso de amparo, con el Comité de la Paz, el obispo luterano, el cardenal y todo eso, las despidió y resolvió no recibirlas más, pues, tal como le había dicho el Coronel en la entrevista que le habían conseguido, esas son injurias y patrañas inventadas por los comunistas y la Iglesia, manejada por los demócrata cristianos, que se han empeñado en una tarea internacional de desprestigio y lo de la niña se arreglará, es cosa de unos días o algo así, no se preocupe, había dicho al alto oficial, que todo se arreglará, tenga confianza. Se notaba que el Coronel tenía poder, que era más importante incluso que varios generales.
Poco antes de Navidad se presentó en la casa de Carlos Alberto y Sonia un grupo de hombres vestidos de civil. El que hacía las veces de jefe fue muy amable. Dijo que lo de Patricia estaba en conformidad e iba a quedar en libertad, que ya todo estaba arreglado y que necesitaban llevarse ropa suya. Sonia pidió permiso para enviar una carta, en la que sólo le expresó que la querían mucho y la estaban esperando. Dos o tres días después se presentó un oficial, esta vez vestido de uniforme. Pidió hablar a solas con Carlos Alberto y en un tono excesivamente solemne, le dijo que su hija había quedado en libertad, pero no había aceptado que la enviaran donde sus padres, sino que quiso irse de inmediato al extranjero por lo que la habían dejado en una micro que iba a Mendoza. Parecía que amigos suyos la iban a ayudar con dinero. Solamente mandó un recado, que para mí señor, es muy doloroso darle a su esposa. Ella dijo que nunca más regresaría a vivir con padres que no la querían y no compartían sus ideas. Perdone, señor, pero eso es. No, el oficial no había hablado con ella, pero el Coronel si y era él quien había enviado tal recado. El Coronel.
Carlos Alberto estaba completamente desconcertado. Hizo todo tipo de gestiones para ubicar a su hija en Argentina, pero alguien vinculado