Conversaciones con la naturaleza. Ensayos Cognitivos desde los Andes. Alejandra Delgado

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Conversaciones con la naturaleza.  Ensayos Cognitivos desde los Andes - Alejandra Delgado

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de la tecnología en la organización de la cotidianidad.

      La secularización mercantil, operada en la constitución y desarrollo del mundo moderno sobre todo en la era de la globalización, ha puesto fin a todo tipo de autoridad simbólica (religiones, utopías, ideologías, valores, etc.) La retirada de la autoridad simbólica provoca la destrucción del sujeto como sujeto de deseo, así como la de los objetos sustitutos con los cuales éste construye el relato imaginario que da sentido a su existencia. A su vez, sin sujeto no es posible el reconocimiento intersubjetivo que establece relaciones de interdependencia simbólico-social. En atención a lo dicho, el fin de la autoridad simbólica significa orfandad de mundo, lo que determina el aislamiento de los individuos en un proceso que algunos autores denominan narcisismo cultural o social, entendido como el fracaso del ser frente al devastado “mundo exterior” (Mires, 2005).

      Sin autoridad simbólica, los seres humanos deambulan en territorios sin mundo en busca de sustituciones excrementales (drogas, sectas, lujo, dinero) o simplemente se adaptan al medio ambiente, simbólicamente devastado, hasta el punto de alcanzar una despersonalización casi total (Mires, 2005). Se trata de individuos apáticos, conformistas, indiferentes y temerosos que tienden a encerrarse en sí mismos como forma de sobrevivencia.

      El aislamiento y atomización social se facilita y promueve por la economía libidinal del consumo capitalista. Se trata de la producción masiva de objetos mercancías que vienen a remplazar a los objetos simbólicos (objetos de deseo) y que producen en el consumidor la sensación de satisfacción total. Esta sensación de estar completos o sin falta es posible en la medida en que los objetos-mercancía crean la necesidad que van a satisfacer, lo que muestra la subordinación del deseo al mercado. Por su parte, la experiencia de estar completo es la experiencia de los adictos, que surge de su dependencia total al objeto excremental mercancía y no en la interdependencia con otros seres humanos. Se puede afirmar que los objeto mercancía son objetos de satisfacción (recarga libidinosa) y no de deseo.

      Cuando se señala que las mercancías son objetos de satisfacción, no es debido a que permiten la realización de una necesidad concreta humana, es decir por la realización del valor de uso. Todo lo contrario, la experiencia de la satisfacción se da por el dominio del valor de cambio sobre el de uso, por el fetichismo del objeto-mercancía, es decir, por la pura devoción al objeto, por el objeto mismo en lo que su valor mercantil representa. La sensación de satisfacción total experimentada por el individuo hace que éste quede adherido al objeto mercancía, sin posibilidad de recuperar el deseo.

      Cada vez que el individuo consume una mercancía, al contrario de permitirle tejer un mundo con el cual cubrir su falta estructural, lo que hace es que ésta se agrande hasta vaciar totalmente se existencia. Esta imposibilidad hace que el sujeto consuma más y más hasta quedar atrapado alrededor de la mercancía, que se ha convertido en un objeto resto (objeto a minúscula), que no le posibilita realizar la energía libidinal en la construcción de mundo. En otras palabras, la mercancía destruye al sujeto en tanto que sujeto de deseo y lo convierte en resto presimbólico, un individuo cosificado incapaz de interactuar con los otros y establecer relaciones sociales por medio del lenguaje.

      Adherido de un objeto-mercancía cualquiera, que encapsula la energía libidinal, el individuo se aísla cada vez más y desarrolla el más alto grado de narcisismo patológico, la esquizofrenia “…que surge de la imposibilidad del ser para acceder a la ‘realidad exterior’” (Mires, 2005, p.253). Todo lo dicho lleva a concluir que la sociedad actual asiste a un acelerado proceso de desocialización o entrada fallida en la sociedad, que muestra claramente la tendencia decreciente de la integración y por lo mismo crisis civilizatoria.

      Decadencia Política

      La globalización económica, dominada por las corporaciones transnacionales, tiende a comprimir el poder de las economías nacionales y con ello el poder del estado nacional, en lo que tienen que ver con el control económico -monopolio de las finanzas-. Según Wallerstein (2005):

      …los estados imponen las reglas sobre el intercambio de las mercancías, el capital y el trabajo, y en qué condiciones pueden cruzar sus fronteras. (…) Un estado soberano tiene en teoría el derecho a decidir qué puede cruzar por sus fronteras y en qué condiciones. A más fuerte el estado, mayor es la maquinaria burocrática y por lo tanto mayor es la capacidad de imponer las decisiones referida a transacciones que atraviesan sus fronteras. (p.68-69)

      En la era de la globalización, el poder del estado nacional, como centro de administración del poder, basado en el monopolio de las finanzas, se comprime.

      Los medios financieros que afluyen así a este poder central, sostienen el monopolio de la violencia; y el monopolio de la violencia sostiene el monopolio fiscal. Ambos son simultáneos; el monopolio financiero no es previo al militar y el militar no es previo al financiero, sino que se trata de dos caras de la misma organización monopolista. (Elías, 1988, p.345)

      Así, la pérdida del control financiero a nivel nacional es al mismo tiempo o en tiempo mediato la pérdida del control de la violencia, que provoca que el Estado deje poco a poco de ser un aparato administrativo permanente y especializado en la gestión de los recursos militares y financieros y, en esa medida, pierde su capacidad de restringir la violencia a través instituir códigos y reglas de control social. La precariedad del Estado nacional, sea por estrechamiento y fragilidad de sus funciones (monopolio de las finanzas y monopolio de la violencia física) o por la contaminación de sus instituciones por la infiltración de estructuras criminales o paraestatales, es una muestra clara de la crisis civilizatoria.

      Las luchas económicas, política y culturales que tienen lugar dentro de los estados nacionales, sobre todo aquellas que lleva adelante el crimen organizado, fragmentan el territorio nacional en una especie de “pequeños señoríos” controlados por los cárteles y que en cierta medida están por fuera del control estatal, o protegidas por el narco estado. México, Colombia e incluso en Estados Unidos viven de alguna manera esta realidad. La güetificación de zonas marginales de la población también tiende a desintegrar el control del Estado en los territorios que ocupan las poblaciones expulsadas. Brasil es un claro ejemplo de lo dicho. Estos procesos, entre otros, generan pequeños centros de dominación política paralelos al Estado, que pone en riesgo el control político de este monopolio de poder y dominación centrado e integrador. La organización monopolista de la violencia se debilita y grupos pequeños hasta individuos aislados tienen cada vez más libre disposición sobre los medios militares, que estaban reservados al poder central del Estado. Esta liberación del uso de recursos bélicos tiene que ver mucho con el negocio de las corporaciones armamentistas, por ejemplo. Lo mismo sucede con la facultad de recabar impuestos sobre la propiedad o sobre los ingresos de los individuos, el Estado como poder central pierde paulatinamente esta competencia, por la presencia más fuerte de organizaciones paraestatales. Se refiere lo dicho a las grandes corporaciones empresariales sean de carácter legal o ilegal (cárteles y mafias).

      Es conocido el poder que tienen las corporaciones transnacionales sobre los estados nacionales, incluso los más poderosos. La influencia que ejercen las corporaciones capitalistas sobre los estados, por ejemplo, para volverlos compradores a gran escala de sus productos con precios excesivos, es manifiesta. A su vez, es conocido también como las estructuras de la economía ilegal atraviesan las instituciones del Estado, ante todo las militares y financieras.

      Los grandes capitales, sean legales o ilegales, tienden a ejercer todas las funciones de dominación, que, administradas con su propia maquinaria, se convierten en poderes paralelos al Estado. En la expansión y defensa de sus intereses y propiedad corporativa el capital, por ejemplo, utilizan seguridad privada; verdaderos ejércitos paraestatales forman parte de estos poderes alternos. La demanda sobre territorios, mercados y conocimiento para la producción, reproducción y acumulación de capital provoca una competencia a muerte que se libra con los medios de la violencia bélica y financiera por fuera del control estatal. En esta lucha abierta, algunos grupos

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