DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS. VICTOR ORO MARTINEZ
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Apenas tuve los papeles de la vivienda a mi nombre pensé mudarme de allí, pero la envidiable posición del lugar me hizo desistir de la idea y empecé entonces a buscar trabajo. Encontrar una pincha suave, que tenga buen salario y donde se puedan resolver cositas extras no es fácil, de eso me di cuenta cuando me metí casi tres meses buscándola y no apareció. Ya los fonditos que había traído de la casa y los pocos pesos que dejó Simón debajo de una colchoneta se habían esfumado o más bien fumado. A diario hacía un par de pesos vendiendo hielo a otros vecinos que no tenían refrigerador, pero aquello no satisfacía mis aspiraciones.
Un vecino me propuso vender ron, otro carne de res, otra cemento de una micro brigada, pero tenía terror de que me sorprendieran in fraganti en aquellas ilegalidades y fuera a parar a la cárcel, de esa siempre me cuidé. Por fin recalé de operador de una máquina conformadora de plástico con un merolico que fabricaba argollas, aretes, hebillas de pelo, pozuelos, peines y mil baratijas más. Aparte de recibir diariamente veinte pesos de salario podía llevarme alguito, que luego vendía por mi cuenta, por lo tanto en general escapaba con unos treintaicinco o cuarenta pesos cada día. Una verdadera fortuna para la época.
Ahorrando al máximo al cabo de tres meses tenía ya casi cuatro mil cabillas, que dos meses después ascendían a doce mil. Tuve la suerte además de que me sorprendiera en la Habana el alboroto de las salidas masivas para los Estados Unidos por el Mariel. Un hermano de mi patrón era cantinero de una de las villas turísticas de Guanabo, creo que de Playa Hermosa y lo oí diciendo que necesitaban un ayudante de cocinero contratado para darle servicio a los tripulantes de las miles de embarcaciones recaladas en el puerto. Enseguida me ofrecí, qué título ni un carajo, le dije, a ti lo que te hace falta es un cocinero y ese soy yo. Su hermano logró convencerlo de que yo era responsable y trabajador y me aceptó.
Dos días después estaba balanceando mi mareo inicial en un barco langostero, uno no, dos barcos unidos por fuertes cabos trenzados, que fondearon en el centro del puerto y que fungían como área de venta. Con la mentalidad de hoy allí hubiera hecho un pan, pero en aquel entonces si te cogían con un dólar en el bolsillo, aunque fuera con uno solito te buscabas una salación. De todas maneras siempre pude escapar como se dice, baste decir que a diario, después del cuadre entregábamos más de cinco mil fulas, aparte de dos mil o tres mil pesos cubanos, sí, porque los que hacían su segundo o tercer viaje yo no sé cómo se las arreglaban para andar con dinero nacional.
Lo menos que yo hice fue cocinar, parrillaba langostas, camarones y bistecs de res y cochino. Pollo se vendía bastante, lo mismo crudo que frito. Otra cosa que compraban mucho, yo diría que lo que más compraban era ron Havana Club, me imagino que para después revenderlo en la Yuma y también cocos, panes galletas. Aquello era una locura, ni por las noches teníamos descanso. Yo pude salir si acaso unas seis veces a la casa a dormir un rato, entonces era cuando aprovechaba y escondidos dentro de unas piñas, que calaba previamente por debajo, sacaba mis fajitos de dólares y pesos. En ese tiempo un dólar se vendía en bolsa negra a cuatro o cinco pesos.
Yo me pasé la mayor parte de ese tiempo, casi dos meses, prácticamente anestesiado, me metía una botella y pico de ron al día y no era tanto por el gusto de tomar por tomar, sino para aliviar el cansancio. Allí perfeccioné un poco mi inglés, porque aunque casi todos los clientes eran cubanos yo aprovechaba para sacar guara con ellos y les preguntaba el nombre de las cosas que compraban, y cómo se dice esto y cómo se dice lo otro. Aquello era un paraíso marítimo, nunca podré olvidar aquel tiempo. Los que si dicen que tuvieron que mamársela como el chivo eran los escorias que se iban. Los tenían concentrados en unas áreas grandes alambradas y dicen que las piñaceras que allí se formaban eran del carajo pa’lante. Por una caja de cigarros se llegó a pagar allí hasta cien pesos. Yo conozco gente, de los vecinos del lugar, que se hicieron prácticamente ricos en un par de meses revendiendo cosas.
Cuando se acabó todo me metí casi una semana durmiendo, me levantaba nada más que a comer y a mear. Estaba prieto que parecía un carbón.
De inmediato con los fondos ingresados me dediqué a poner cuqui el apartamento, arreglé y pinté las puertas, paredes y ventanas, compré manteles, cortinas, una nueva tasa sanitaria y un lavamanos, también una cocinita de gas, un aire acondicionado y un televisor Caribe new paquet.
Me quedaba una buena porción de dinero todavía y aspiraba en breve a comprarme una moto Riga, que no sería gran cosa, pero gastaban poca gasolina y servían para moverte a cualquier lugar. Eso era lo que pensaba, pero no sé porque a mí, y me imagino que a todo el mundo le pase igual, siempre que tengo un proyecto casi cuadrado en la mente se me va al piso. Cuando yo digo que el Destino es lo más grande del mundo.
Había ido una tarde a ver una película cubana que estrenaban en el cercano cine “Payret” y cuando salgo de allí, venía con la vista gacha encendiendo un cigarro y miro para el frente del Capitolio veo una gente conocida. El corazón me dio un brinco, no podía ser. Agucé la mirada y aun así me parecía que estaba soñando. Mis pies, creo que sin que el cerebro se lo ordenase ya me estaban acercando a ella. No me había visto y cuando le hablé, bajito por la duda de estar equivocado, la voz me salió gruesa y era por el nerviosismo
_ ¡¿Bety?!
Se volvió poniéndose al mismo tiempo las manos en la cabeza.
_Pero Rey, si tú me has caído del cielo, mi Patico_ y al momento comenzó a llorar emocionada.
Sí, era mi Bety, la rubita alocada de aquellas noches camagüeyanas.
_Pero muchacha, ¿qué tú haces aquí? Yo te hacía en Rusia ¡Cálmate! Ven, vamos a conversar.
Sentados en la escalinata del Capitolio me pasó todo el casete. Cuando abordó el barco para Odesa debía haber caído con la menstruación desde una semana antes, pero no le dio mucha importancia al asunto pensando que el nerviosismo por el viaje era el culpable del atraso. Le ayudó a corroborar la idea de que no estaba embarazada, el hecho de que fue una de las que menos vomitó a causa de los mareos en el viaje, que dice que entre hembras y varones hizo estragos debido al mal tiempo que los acompañó.
Llegaron a Odesa después de veintiún días de navegación y nada de regla, llegaron a Tula la ciudad donde iban a estudiar y nada, pasó otro mes y empezó a preocuparse seriamente, pero no fue al médico. Me contó que allá los servicios de salud eran un desastre, olvídate de lo que publican en Spútnik, me dijo que aquello había que verlo para creerlo. En definitiva cuando fue y le corroboraron que tenía casi tres meses y que no se lo podían sacar decidió continuar fingiendo, pues sabía que estaba prohibido estrictamente a las estudiantes salir embarazadas. Se le ocurrió ponerse una faja y como estaban a fines de otoño y en el invierno los largos y gruesos abrigos que debían usar le escondieron la barriga pudo seguir ocultando el hecho hasta que ya en febrero, con siete meses, la bomba explotó. Se enteró el representante de los alumnos, después el jefe de la oficina, luego otro funcionario de la embajada, hasta que decidieron enviarla de regreso a Cuba.
La madre, que había sido informada de todo, le prohibió viajar en aquel estado a Camagüey para evitar el qué dirán de los vecinos y la pena, y le ordenó quedarse en la capital en casa de una tía hasta que pariera y después ver qué solución se le daba a todo. Ahora el bebé tenía un año y tres meses de nacido. Mi bebé, así me lo hizo saber, juró y perjuró que desde que Ricardo la dejó por la profesora en marzo del año anterior sólo había tenido relaciones sexuales conmigo. Además el cálculo que hicimos de los nueve meses de embarazo y la edad del niño coincidía totalmente. Se parece a ti, deja que lo veas, me dijo riendo emocionada.
Realmente la noticia