¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar. Patrick Delaroche

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¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar - Patrick Delaroche Cuestiones de padres

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existe tanto en el sector privado como en el público, es decir, en los servicios hospitalarios o en las consultas de los psiquiatras infantiles instalados por su cuenta, pero curiosamente es menos habitual en los centros medicopsicológicos, los cuales, en su inmensa mayoría, tienen una visión basada en el psicoanálisis.

      ¿De qué se trata exactamente? Caricaturicémoslos un poco para ver más claramente las diferencias, por ejemplo, relativas a los TOC ya citados. Aquellos que, en diferentes grados, no quieren «hurgar en el inconsciente», como dicen ellos mismos, tienden a banalizar estos trastornos impresionantes y angustiantes en ocasiones. Para estos, médicos organicistas y padres generalmente de buena fe agrupados en asociaciones, su origen solo puede ser orgánico, es decir, neurológico y hereditario. Como ciertos estudios han demostrado el interés de los medicamentos antidepresivos, mandemos al niño a tal hospital que practica estos tratamientos, y como tiene un «componente» psicológico, le indicaremos una terapia del comportamiento sin actuar en el inconsciente, con la idea de no condicionar al niño y de ayudarlo a actuar por voluntad propia. Este tipo de tratamiento codificado, lo que en términos médicos se conoce como protocolo, puede hacer estragos, pero también puede «resultar cómodo» a todo el mundo: al médico, que trabaja con datos simples y respuestas codificadas; a los padres, a los que se les evita el dolor de ser puestos en tela de juicio, y también al niño o al adolescente, que no tiene muchas ganas de participar activamente en su tratamiento, sobre todo para descubrir unos deseos que le incomodan. «De todos modos, si es psicoanalista, no abrirá la boca», también piensan.

      En el lado opuesto, los jóvenes émulos de ciertas escuelas psicoanalíticas para los cuales todo tiene que ver con la psicología no concebirían recurrir a una «atención» psicoanalítica desde la primera visita, compuesta por silencios acompañados de «hum, hum», priorizando ciertas palabras en detrimento de los verdaderos interrogantes sobre el paciente y su familia. Esta actitud, sin embargo, está muy desfasada actualmente, porque la verdadera atención psicoanalítica, sobre todo en una primera cita, no está reñida con el sentido común. Este equilibrio, de todas maneras, depende de lo que pide la familia y del modo en que presenta las cosas: el profesional no tendrá la misma actitud si los padres vienen obligados por la escuela, que no puede más, o si vienen a hablar en confianza con alguien que les han recomendado.

      Si bien los prejuicios pueden afectar a todos los protagonistas, no se pueden hacer desaparecer del todo (ni los de los padres ni los de los psiquiatras). Así se entiende que algunos psiquiatras infantiles, especializados en tal o tal forma de tratamiento, tiendan a indicar uno más que otro. Por mi parte, quizás tiendo a indicar con facilidad el psicodrama individual, porque puede ser muy eficaz, pero para mi descarga también debo decir que en ocasiones lo he olvidado… para mal.

      ¿Cuándo no debemos dudar?

      Los padres pueden haber observado un problema o haber sido alertados por las personas cercanas al niño: maestros, educadores, canguros, otros miembros de la familia… Se puede decir que la inquietud es la que guía a los padres, pero el grado de ansiedad es muy variable según el sujeto: un padre que no está preocupado cuando varias personas sí lo están debería escuchar sus avisos y consultar con un especialista. Por otro lado, cuando la escuela es la que propone que el niño vaya a ver al especialista, aunque algunos maestros fuercen un poco el recurso al psiquiatra, puede escucharse el consejo y consultar, pero después no debemos sentirnos obligados a rendir cuentas con el profesor. Este asunto debe permanecer en el ámbito de lo privado.

      ♦ Algunos signos que deben alertar

      A veces, para los padres es difícil observar signos de sufrimiento en su hijo. ¿Por qué? Simplemente porque las familias viven en una especie de simbiosis, y es poco habitual que una señal llegue realmente a provocar una ruptura en este equilibrio.

      Es cierto que la comparación con otro niño (o la opinión del pediatra) puede ayudar a los padres a plantearse preguntas útiles cuando observan, por ejemplo:

      – cambios repentinos de humor: el niño está irritable, rompe a llorar, tiene rabietas, se cierra en sí mismo y deja de confiar en él cuando parecía sentirse bien;

      – cambios de comportamiento: no presta atención, está excitado o completamente ausente;

      – si hasta ahora era buen alumno, deja de trabajar, o trae malas notas aunque sí estudia: los trastornos de concentración tan habituales suelen indicar que el niño está preocupado, sin necesariamente saber por qué (véase el capítulo 1);

      – si es buen alumno, está muy serio, no juega, parece querer complacer demasiado a los adultos, o le gusta hacer juegos regresivos que ya no son de su edad;

      – dificultades de aprendizaje, del desarrollo motor, afectivo o intelectual: sigue pareciendo un bebé, lloriquea todo el rato, no consigue tener amigos, irrita a todo el mundo, sus compañeros lo maltratan;

      – trastornos del sueño, enuresis (diurna o nocturna), ensucia la ropa interior o se niega a hacer de vientre regularmente.

      En realidad, ninguna lista es exhaustiva, porque la expresión de un sufrimiento psíquico puede ser muy variada e ilógica.

      ¿Cuándo prestar atención a estos signos, algunos de los cuales pueden parecer banales?

      – Cuando duren mucho tiempo, podemos fijarnos en otros niños (de hecho, no dejamos de hacerlo), en la escuela, en el comportamiento con relación a los otros hermanos, con los compañeros y los amigos (el niño sabe diferenciarlos rápidamente). También puede observarse si existe un desfase importante entre, por ejemplo, el desarrollo intelectual y afectivo, incluso físico (torpeza…).

      – Un cambio brutal, como hemos visto, puede ser señal de un sufrimiento que afecta sobre todo a los padres (cambio de carácter, trastornos del sueño, nerviosismo).

      – La persistencia: la gran sensibilidad de los padres frente a las dificultades potenciales de su hijo puede incitarlos a consultar rápidamente o a llamar el mismo día de su aparición al psiquiatra infantil. Cabe recordar, ciertamente, que ninguna visita resulta inútil, pero el niño tiene derecho a manifestar un signo de sufrimiento pasajero sin que por ello se lo lleve al psiquiatra. Además, tal signo puede estar «dirigido» al padre. Un empeoramiento momentáneo de los resultados escolares, por ejemplo, es habitual y no debe dramatizarse. El niño puede resolver por sí solo esta dificultad pasajera, momento en que el síntoma desaparece. En cambio, la persistencia de un síntoma, confirmada por el entorno, justifica la consulta al especialista; indica que el niño no consigue superar solo la dificultad y que necesita ayuda.

Un caso particular: el niño superdotado

      Cada vez es más frecuente que los padres, o el maestro, planteen el problema de un don que requiere una escolaridad aparte o pasar a un curso superior. Este problema se ha convertido en un auténtico fenómeno de sociedad, y los psicólogos privados, especializados en este ámbito, están saturados. El niño es realmente superdotado cuando su coeficiente intelectual, el famoso CI (que es una media estadística), supera claramente el umbral de 130. Se trata por lo general de niños hipermaduros, que se aburren en clase, donde a veces obtienen malos resultados, que dominan sin ningún tipo de placer a sus compañeros que los rechazan («sabelotodo» no es un insulto presente solo en los institutos del extrarradio) y que prefieren mantener conversaciones de alto nivel con los adultos. Estos niños (pocos, en realidad) pueden necesitar un entorno protegido. Por debajo de 130, en cambio, encontramos a niños de entornos favorables que pueden dar fácilmente rienda suelta a sus facultades y cuya madurez no siempre se corresponde con su capacidad intelectual. Poner a estos niños en un curso superior no siempre es una buena solución. Es mejor, si van sobrados, proponerles alguna formación complementaria (instrumento musical, idioma…) que los estimule y favorezca su realización dentro

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