El mundo prodigioso de los ángeles. Susana Rodriguez

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El mundo prodigioso de los ángeles - Susana Rodriguez

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como mediadores, identifican el problema fundamental de la relación entre el hombre y la divinidad. En este sentido vemos también cómo la figura de los ángeles cambia a través de los siglos paralelamente a la evolución de la cultura y la civilización.

      En cambio, en las religiones politeístas, los dioses aparecen a menudo individualmente y obran de modo directo en relación con los hombres. También en las religiones no monoteístas se encuentran a menudo figuras sobrenaturales intermedias que ejecutan algunas de las funciones propias de los ángeles: protección, consuelo, inspiración, guía y también custodia de los distintos elementos que constituyen el mundo natural. A pesar de ser seres bastante diferentes de los ángeles, acaban presentando muchas afinidades con estos. En la actualidad, desde Persia hasta Oriente, la idea de los ángeles tiende a hacerse cada vez más vaga e incierta.

      El origen de los ángeles

      En los inicios de la historia de la humanidad advertimos la presencia de espíritus benéficos de la naturaleza que presiden diversos elementos; a estos se contraponen los espíritus diabólicos que son una encarnación del mal y cuyas imágenes ya aparecían en las pinturas rupestres de la Prehistoria.

      Según algunas personas, los ángeles derivan de los manes, es decir, de las almas divinizadas de los difuntos; de hecho, en muchas culturas se cree que los espíritus humanos, después de la muerte, se convierten en protectores de los vivos y evolucionan gradualmente hacia formas que ocupan escalones cada vez más altos en la jerarquía celestial.

      De todos modos, debemos buscar el punto de inicio de una auténtica historia angelical en las religiones de Oriente Medio, en las cuales se consigue desarrollar completamente la idea de una entidad intermedia entre las dimensiones humana y divina. A partir de aquí se va deshaciendo la madeja que une las mitologías aria, asiriobabilónica, egipcia, persa, griega y gnóstica con las culturas hebraica, cristiana y, por último, islámica.

      Si se realiza un acercamiento estrictamente arqueológico, es inevitable darse cuenta de que todas las pistas que conducen a los orígenes de los ángeles convergen en la civilización sumeria, más de tres milenios antes de nuestra era. En esa época, efectivamente, están fechadas las más antiguas estatuas aladas descubiertas.

      El genio, bueno o malo, que representaba tanto a un ángel como a un demonio, surgió tempranamente como una de las figuras más recurrentes de la religión asiriobabilónica, tal como atestiguan las numerosas esculturas aparecidas durante las excavaciones llevadas a cabo en la zona (correspondiente al actual Iraq).

      Esas estatuas de Kâribu – término que, tras una evolución lingüística, se transformaría más adelante en querubín– son, sin duda alguna, las mismas que el profeta Ezequiel evocó en sus visiones. Además de un aspecto monstruoso – con un rostro que mezclaba lo humano, lo leonino y lo bovino–, estas esculturas estaban dotadas de un doble par de alas, superiores e inferiores, que se juntaban en el centro de su espalda.

      Junto con otros genios de una morfología tan insólita como la suya, por lo general representados con forma de toros alados, compartían una doble función respecto a la divinidad y al hombre, pues servían al uno y protegían al otro.

      Decir que esos genios mantienen una serie de vínculos especiales con los futuros ángeles de las religiones cristiana y musulmana no constituye en absoluto una herejía. Algunos historiadores resaltaron que rastros de sus perfiles podían encontrarse, siglos más tarde, en las esculturas de algunas catedrales románicas.

      Además, si se hace hincapié en que los primeros redactores de los textos bíblicos empezaron su obra tras el exilio de Babilonia, se pondrán en contexto las influencias espirituales y artísticas de las que fueron objeto.

      El amplio panteón de las divinidades asiriobabilónicas cuenta con, entre otros, el dios Anu (que en sumerio significa «cielo»), quien tenía a su servicio unos seres muy particulares llamados sukkali (concretamente, la mujer y una larga comitiva de hijos) a los que utilizaba para entrar en contacto con los seres humanos. De hecho, el término sukkal significa «mensajero».

      La función de protección del hombre se confiaba, en cambio, a divinidades personales que tenían la misión de contrarrestar desde el nacimiento los espíritus malignos, pero que abandonaban al individuo a su propio destino si cometía actos pecaminosos (algo que los ángeles bíblicos no hacen).

      También se atribuye a los asiriobabilónicos la definición de dos de las formaciones de ángeles más importantes: querubines y serafines.

      Asimismo, las religiones de la antigua Persia, como el zoroastrismo, cuentan con figuras que presentan muchas afinidades con los ángeles. El dios supremo Ahura-Mazda (el «Sabio Señor») generó seis entidades (Amesha Spenta, los «Benéficos Inmortales») que siempre están cerca de él, que participaron en la creación del mundo y que a menudo intervienen en los acontecimientos del mundo.

      El zoroastrismo, en particular, cree en la existencia de un ser con funciones análogas a las del ángel de la guarda, la Fravashi, que se configura como una especie de «doble» trascendente del individuo que lleva a cabo funciones protectoras. La existencia de las Fravashi de todos los seres humanos es anterior al nacimiento de los individuos, y en la eternidad se encuentran delante de Ahura-Mazda, quien las utiliza para gobernar el universo. Por ello constituyen una asamblea permanente de todos los que deben nacer, de aquellos que han nacido y de quienes han muerto.

      El judaísmo dio pie a la creación de una literatura rabínica muy rica constituida por los llamados Apócrifos veterotestamentarios; es decir, textos que, aunque trataban temas análogos a los que se encontraban en los libros «oficiales» de la Biblia, no se aceptaron como sagrados.

      En estos textos se reflexionaba también sobre muchos temas que más tarde se retomarían en el Talmud y en el Midrash. Los Apócrifos están dedicados en gran parte a la angelología (en particular, el Libro de Enoc, como veremos posteriormente), enriqueciéndola con elementos coreográficos y con descripciones minuciosas que están casi ausentes en los libros canónicos. Se habla, por ejemplo, del ángel de la escarcha, del granizo y de la nieve.

      Desde el mundo griego nos llega una contribución a la angelología: Homero, a través de sus poemas, da forma a las figuras de Hermes y de Iride, mensajeros de los dioses, única función que los emparenta, de alguna manera, con los ángeles bíblicos.

      Bastante más cercanos a ellos están los daimones (divididos entre buenos y malos): se trata de almas divinizadas de nuestros antepasados, que ejercen de mediadores entre dioses y hombres, que protegen a estos últimos y, además, tienen la función de regir los elementos de la naturaleza. Sobre estos seres intermediarios no sólo se habla en la religión y en la mitología, sino también en la filosofía, pues tanto Sócrates como Platón se refieren a ellos más de una vez.

      Sobre el papel de los ángeles en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hablaremos posteriormente en un capítulo independiente (véase la página 43).

      Los ángeles en la gnosis

      Los ángeles aparecen también, pero de forma muy original, en la propia cultura gnóstica que se desarrolla en Oriente durante el inicio de la era cristiana y que confluye en el cristianismo de los primeros siglos en forma de una herejía que los Padres de la Iglesia combatieron con dureza.

      La gnosis (que en griego significa «conocimiento») se manifiesta como una tendencia religiosa de tipo sincrético que recoge diversos elementos procedentes de las distintas religiones mistéricas, de las corrientes mágicas y astrológicas, del hermetismo, del judaísmo alejandrino y de las filosofías helenísticas, especialmente de la neoplatónica.

      Para

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