En Equilibrio. Eva Forte
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу En Equilibrio - Eva Forte страница 11
Dejaron el coche en un aparcamiento grande, a unos quilómetros de la fábrica que se divisaba en lo alto.
1 — ¿Te apetece caminar un poco? Hay cosas que se comprenden mejor si uno se sumerge en el paisaje que las contiene.
Sara no se lo pensó dos veces,
fascinada por los grandes árboles que delimitaban el camino de recorrida hasta llegar a la cima. La niebla de primera hora había dado lugar a los rayos del sol y al rocío que bañaba todas las pequeñas hojas del suelo. A parte de sus pasos sobre la grava lo único que se oía de vez en cuando era el graznido de algún pájaro que delataba su posición. Una paz inigualable para respirar a pleno pulmón con los ojos cerrados. Paolo cogió el teléfono, se giró hacia ella y empezó a sacar algunas fotos. — ¿Qué haces? —le preguntó Sara, riendo. — Es como si hubieras nacido para estas montañas, quiero tener una foto tuya para los días en los que estés lejos. Las nuevas emociones que estaban naciendo en ella impidieron que encontrara las palabras justas, temerosa de decir demasiado o demasiado poco. Siguió sonriendo y caminando, mirándole a los ojos de vez en cuando. Cuanto más avanzaba en la cuesta más alejada se sentía de la realidad que había dejado en Roma. La idea de vivir dos vidas diferentes y separadas le empezaba a gustar de verdad, y no sentía remordimientos a tanta distancia de su casa. Cada respiro ahí arriba tenía un olor diferente, y bastaba echar un vistazo alrededor para captar las diferencias. Las rocas frías a ambos lados del camino limitaban con los amplios prados que se extendían por el valle, revestidos de árboles de diferentes tipos, arbustos cubiertos de flores y animales pequeños que se escondían a su paso. Y luego estaba el sol, grande y de un intenso color, diferente al que se apreciaba en la ciudad. Era como vivir en otro mundo, en otra vida. Los rayos fragmentaban la sombra de las ramas y dejaban ver las nubes, que se movían velozmente con toda su plasticidad. Evasión, eso era lo que sentía al sumergirse en todo aquello. De repente, Paolo la detuvo, cogiéndola del brazo, y le puso un dedo en los labios para que guardara silencio. Le señaló un punto a su derecha, en mitad del bosque. Un cervatillo había interrumpido el paso al notar su presencia. El mundo se detiene ante estos espectáculos que parecen salidos de una película. Tras unos segundos interminables de observarse mútuamente, el animalillo salvaje corrió hacia la montaña y desapareció instantes después entre los abetos. Sólo entonces Sara se dio cuenta del contacto: Paolo había seguido cogiéndola del brazo, y poco a poco la atrajo hacia sí. En ese momento sonó el teléfono y el mundo
reanudó la marcha.
Era Elena, avisándoles de que había llegado. Dijo que les esperaría dentro y que aprovecharía para sacar alguna foto sin ser distraída. Mientras Paolo hablaba por teléfono Sara intentó localizar al cervatillo con la esperanza de que siguiera a su alcance visual. Se adentró en la maleza. Le pareció ver que algo se movía entre las rocas. Se quedó quieta para no hacer ruido pero no consiguió ver nada. No obstante, tuvo la sensación de ser observada y se imaginó al cervatillo escondido Dios sabe dónde, estudiándola.
Cuando colgó la llamada, reeemprendieron la marcha. Paolo le contó alguna que otra curiosidad sobre las plantas que se cruzaban en el camino, y se disipó por completo la sensación de no estar solos. Sara se sintió como una adolescente en mantillas, con el primer amor, cuando uno no sabe qué esperar ni cómo acabará. Esa sensación de rejuvenecimiento la hizo sentir tan bien que se hubiera quedado en aquél sendero mucho más tiempo. Sin embargo, tras sobrepasar un par de curvas más se encontraron ante el caserío de madera. A su izquierda una veintena de vacas pasturaban bajo la mirada atenta de un perro enorme y blanco que iba dando vueltas a su alrededor. Algunas, aburridas y rechonchas, descansaban en el prado; otras se movían con lentitud sin rumbo fijo, hasta que la orden de un pastor puso en guardia al perro y este las juntó y las escortó hasta el fondo del caserío. La fábrica en sí se encontraba más al fondo, en una gran construcción de piedra. La entrada de puertas correderas daba, por un lado, a la tienda donde se podían comprar sus productos caseros, y por otro, a una escalera empinada que llegaba a las salas donde podían observar las instalaciones y la elaboración de la leche y el queso.
1 — ¡Manos a la obra! —exhortó Paolo, dándole una palmada a la espalda.
En la primera sala se cruzaron con un grupo de niños de un colegio, embobados con un video que mostraba el proceso entero de producción. Llevaban la mochila colgada de la espalda, estaban sentados correctamente y tenían la boca abierta de par en par, asombrados. Uno de ellos, pequeño, que se encontraba de pie, tenso y apartado, les dijo con voz muy seria en cuanto se acercaron:
1 — Si sois buenos, cuando acabe esto os darán un vaso de leche.
Sara sonrió y le dio las gracias al niño por el consejo. Siguieron adelante, hacia las oficinas
donde les esperaba el propietario de la fábrica. A través de uno de los grandes ventanales de las plantas de elaboración vieron a Elena, concentrada en su labor. Para avisar de su llegada, Paolo golpeó ligeramente el cristal hasta que se giró. La saludaron con la mano, indicándose que se verían más tarde.
Los controles rutinarios fueron más rápidos de lo esperado. Los tres se reunieron en la planta baja, donde les habían preparado una selección de quesos y un vaso de leche fresca a modo de degustación.
1 — No es que sean lo más divertido del mundo, los controles de las fábricas… pero al menos podemos probar estos deliciosos productos.
1 — Si sois buenos…— dijo Sara, repitiendo las palabras del niño pequeño de la excursión, y los tres rompieron a reír.
Elena había estado en silencio todo el rato, consultando el teléfono de vez en cuando como si estuviera esperando algún tipo de comunicado.
1 — ¿Va todo bien?—le preguntó Paolo.
1 — Sí, todo bien, estoy esperando a que me confirmen el trabajo que tendré que hacer en la cascada esa que tenemos por aquí cerca. ¿Os apetece venir mañana? Me gustaría ir para hacer una inspección y si os apuntáis os puedo sacar alguna foto para probar la luz.
Paolo pareció molesto con la propuesta y la rechazó, alegando un compromiso fijado hacía tiempo y una reunión que no podía rehusar. Sara, en cambio, aceptó la invitación. Antes de irse se pusieron de acuerdo acerca del lugar donde se reunirían al día siguiente. Hacía tan poco tiempo que rondaba esas tierras que tenía más planes de los que normalmente era capaz de organizar en la ciudad. Para volver al valle aprovecharon el viaje de Elena, que los llevó en su Jeep blanco. Sara se metió dentro mientras los otros dos hablaban en la parte delantera sobre la pésima gestión de personal por parte de la empresa.