En Equilibrio. Eva Forte

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En Equilibrio - Eva  Forte

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por las certezas que ahora tenían otro sabor. Empezó a verse desde fuera, en las dos vidas paralelas que tenían para ella un significado real y concreto por más que parecieran incompatibles una con otra. Esas nuevas emociones calaron tanto en ella que apenas pudo comerse la mitad de la pizza. Se la terminó Tommaso, ansioso por acabarse las sobras de todos los platos. Su hijo pasaba por esa fase de la vida en la que no se es ni mayor ni pequeño. Sara adoraba observarlo a escondidas, estudiando cada uno de sus movimientos, que le recordaban los años en los que no era más que una bolita dando los primeros pasos en el mundo. La

      despreocupación podía leerse en sus ojos y en su sonrisa, decidido a creer en cada palabra de su padre, siempre con admiración. Desde pequeño no había hecho más que intentar ser como él, complacerle y contar con su aprobación. Era tan bonito verles juntos y compartir las mismas pasiones… Se veía de lejos que eran el uno para el otro, sin olvidar nunca el amor que ambos sentían por ella.

      Mientras esperaban el postre empezó a notar el cansancio del día y del viaje y cada segundo que marcaba el reloj se le hizo eterno. Dejó de pensar en la respuesta que podría enviarle a Paolo, anhelando volver a su cama y apoyar la mejilla en la almohada fría y perfumada. Cuando volvió al fin a su habitación después de darles las buenas noches a sus hijos se sentó en la butaca que había al lado de la cama con los pies desnudos apoyados en el suelo y recobró la circulación que le recorrió las piernas y le irrigó el cuerpo. Luca se había quedado en el comedor, sentado en el sillón, en la penumbra, leyendo un libro como ritual preparatorio para dormir.

      Sara finalmente reunió coraje para levantarse y ponerse el camisón, que cayó deslizándose por su cuerpo donde antes estuviera el vestido negro, que descansaba ahora en el suelo. Antes de apagar la luz puso el móvil a cargar sobre la mesita con el deseo ferviente de leer el mensaje de buenas noches que hubiera querido recibir, a quilómetros y quilómetros de distancia. Antes de quedarse dormida pensó en los mensajes de Paolo y empezó a sentirse incómoda cuando recordó que volvería verlo en cuestión de días. Esas pocas frases, tan íntimas, habían cambiado inevitablemente una relación que aún no había encontrado cabida en su vida y que la hacía sentir tan viva que se moría de ganas de volver a esas montañas. Quería saber qué pasaría cuando volviera.

      Cuando se levantó a la mañana siguiente estaba sola en la cama. Luca siempre había sido madrugador y le oyó en la cocina. El aroma del café invadía toda la casa. Para no romper el silencio apagó el teléfono para desconectar de todo lo que se encontrara

      fuera de esas cuatro paredes, Paolo incluido. Fue a la cocina, donde encontró a su marido desayunando y leyendo el periódico que había comprado después de su habitual hora de ejercicio en el parque.

      Cuando la vio se quitó las gafas de leer y con una gran sonrisa le dio los buenos días. Acto seguido le ofreció una taza de café recién hecho. El próximo año Luca cumpliría cincuenta, pero aparentaba muchos menos, sobre todo en su tiempo libre, cuando se ponía el chándal deportivo en vez del traje gris de trabajo. Desayunaron juntos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos y en la lectura matutina. La luz del día entraba a través de la ventana, tímida, reflejándose en la mesa vacía que capturaba sus rayos. Una corriente de aire que venía de fuera les permitía sentir el aire fresco de primera hora de la mañana y el perfume de la panadería que había debajo de su casa.

      CAPÍTULO 5

      NOSOTROS DOS

      Sara se quedó mirando a su marido con la taza humeante en la mano mientras sus dedos se calentaban con la cerámica y el humo movía figuras pálidas nuevas ante sus ojos. Cuando este se dio cuenta le devolvió la sonrisa y se apresuró a darle una porción de la tarta que su hermana le había dejado la noche anterior.

      1 — Los niños se han ido a jugar a tenis, no es que se parezcan mucho a ti.

      Se acercó a ella y la besó en la frente antes de irse.

      Sara se quedó sola en la gran cocina blanca y acabó de desayunar sin prisas. Luca empezó a preparar el baño para darse una ducha. El repiqueteo del agua llenó el silencio entre estrofas de canciones ya cantadas antes de meterse bajo la ducha. Sara se acercó poco convencida a la habitación y cuando pasó por delante del baño le vio completamente desnudo, envuelto en el vaho que formaba el calor del agua. A pesar de los años que habían pasado desde que estaban juntos seguían sintiéndose fuertemente atraídos el uno por el otro. Cuando él la vio acercarse a la puerta del baño la llamó con dulzura, invitándola a meterse con él. Sara, sin pensárselo dos veces, dejó que el camisón cayera al suelo, descubriendo un cuerpo esbelto de curvas perfectas. Luca la cogió de la mano, atrayéndola hacia sí con dulzura. Comprimidos bajo la lluvia de agua se envolvieron en un beso largo y apasionado que les hizo retroceder en el tiempo, cuando eran unos adolescentes enamorados y alocados. Luca cogió un poco de jabón, la hizo girarse y empezó a besarle el cuello mientras le enjabonaba lentamente la espalda. Los pezones empezaron a endurecérsele, excitada, y la respiración se fue intensificando. Seguidamente la atrajo hacia él y deslizó las manos por sus pezones, masajeándolos y llenándolos de espuma. Sara puso las manos sobre las suyas, acompañando con delicadeza los movimientos circulares cada vez más intensos acompañados de los labios que encontraron los suyos. En aquél momento deseó que aquel instante fuera eterno. Con los años,

      la comprensión sexual con su marido se había acrecentado, y aunque a veces fuera demasiado mecánico, ambos sabían como satisfacer al otro. Sin embargo, la pasión se extinguió cuando Sara vio cómo su marido echaba una ojeada al reloj de pared y se escabulló de la ducha sin darle lo que deseaba.

      Justo después salió ella, envolviéndose en la toalla que el marido le había dejado sobre la pica. Pasados unos minutos volvió a entrar en el baño, preparado para irse con los niños a jugar a tenis. Al verla un poco contrariada, la estrechó con fuerza y le prometió que retomarían aquello por la noche. Sara sabía perfectamente que difícilmente lo cumpliría, pero las palabras pronunciadas en un abrazo y un beso en la frente la reconfortaron a la vez que se sintió pequeña e indefensa. Cuando Luca cerró la puerta a sus espaldas decidió salir del baño. El silencio de la casa le provocó un escalofrío y se apresuró a encender el mp3, colgado del equipo de música sobre la cómoda. Empezó a sonar la banda sonora de El piano, llevándola lejos de esas frías y vacías paredes. Se había encontrado la casa en perfecto estado. La chica de la limpieza le echaba una mano a la familia, así que ahora no había nada que hacer excepto lavar la taza que había usado para desayunar. Decidió ponerse el chándal y los zapatos de deporte y sintió unas ganas repentinas de sentarse en el sofá para mirar fotos de sus hijos. De vez en cuando tocar los álbumes de fotos con la historia de su familia, pasar página tras página y notar siempre el mismo perfume a pesar de los años la hacía sentir bien. Esta vez, al ver las primeras fotos de su hija pequeña en brazos del padre se puso a llorar en silencio, dejando caer las lágrimas sobre las imágenes ligeramente desgastadas por los bordes. Al principio ni siquiera ella misma entendió el motivo de ese malestar. Viendo esas fotografías con toda su alma sólo veía una familia feliz y llena de amor. De repente, sin embargo, se sintió en otra parte, completamente alejada de las personas retratadas en aquellas capturas, ella incluida; un sentimiento desconocido que le hizo cerrar al instante el álbum

      de los recuerdos, incómoda, mientras en su interior miraba a las personas que estaban a su lado. Apenas levantarse del sofá vio el reloj y se dio cuenta de que aún faltaba más de media hora para que su familia volviera. Pasó junto al teléfono pero no tuvo el coraje suficiente de mirar si le había llegado algún mensaje. Para abandonar del todo el estado de ansiedad en el que había sucumbido decidió dedicarse a las plantas que tenía en la gran terraza que rodeaba la casa. Se puso una chaqueta corta y salió fuera, refugiada al instante por el calor del sol y una brisa ligera que le hizo entrecerrar los ojos al primer contacto.

      Cada vez que salía fuera tenía la sensación de ser acogida

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