El Retorno. Danilo Clementoni
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Azakis se apresuró a entrar en el módulo de transferencia más cercano. «Cubierta», ordenó categóricamente al sistema de control automatizado.
Después de cinco segundos, la puerta se abrió silbando y en la gran pantalla central de la sala de mandos aparecÃa, aún muy desenfocado, el objeto que se encontraba en trayectoria de colisión con la nave.
Casi al mismo tiempo, otra puerta cerca de él se abrió y entró Petri sin aliento.
«¿Qué demonios está sucediendo?», preguntó el amigo. «No deberÃa haber meteoritos en esta zona», exclamó asombrado, observando también la gran pantalla.
«No creo que sea un meteorito».
«Y si no es un meteorito, ¿entonces qué es?», preguntó Petri visiblemente preocupado.
«Si no corregimos inmediatamente la trayectoria, lo podrás ver con tus propios ojos, cuando nos lo encontremos clavado en la cubierta».
Petri toqueteó inmediatamente los mandos de navegación y configuró una ligera variación de trayectoria respecto a la establecida anteriormente.
«Impacto en 90 segundos», comunicó sin emociones la cálida voz femenina del sistema de alarmas de proximidad. «Distancia del objeto: 276.000 kilómetros, acercándose».
«¡Petri, haz algo, y hazlo rápido!», gritó Azakis.
«Ya lo estoy haciendo, pero esa cosa va demasiado rápida».
La estimación de la probabilidad de impacto, visible en la pantalla a la derecha del objeto, descendÃa lentamente. 90%, 86%, 82%.
«No lo conseguiremos», dijo Azakis con un hilo de voz.
«Amigo mÃo, aún tiene que nacer un âobjeto misteriosoâ capaz de destrozar mi nave», afirmó Petri con una sonrisa diabólica.
Con una maniobra que les hizo perder el equilibrio momentáneamente, Petri impuso a los dos motores Bousen una instantánea inversión de la polaridad. La nave espacial tembló durante un largo instante y solo el sofisticado sistema de gravedad artificial, procediendo a compensar inmediatamente la variación, impidió que toda la tripulación acabara estampada en la pared de delante.
«Buena jugada», exclamó Azakis dando una fuerte palmada en la espalda de su amigo. «Pero ahora, ¿cómo pretendes parar la rotación?» Los objetos a su alrededor habÃan empezado a elevarse y a girar descontroladamente en la habitación.
«Dame un segundo», dijo Petri sin dejar de presionar botones y juguetear con los mandos.
«Solo necesito conseguir...», una serie de gotas de sudor estaban cayendo lentamente por su frente.
«Abrir la...», continuó, mientras todo lo que habÃa en la habitación revoloteaba sin control. Incluso ellos dos empezaron a levantarse del suelo. El sistema de gravedad artificial no podÃa seguir compensando la inmensa fuerza centrÃfuga que se estaba generando. Cada vez eran más ligeros.
«La... la... ¡compuerta tres!», gritó finalmente Petri, mientras todos los objetos caÃan al mismo tiempo al suelo. Un pesado contenedor de residuos golpeó a Azakis exactamente entre la tercera y la cuarta costilla, provocando que emitiera un sordo lamento. Petri, desde el medio metro de altura donde se encontraba, cayó bajo el cuadro de mandos, asumiendo una pose muy poco natural y totalmente ridÃcula.
La estimación de la probabilidad de impacto habÃa descendido al 18% y continuaba descendiendo rápidamente.
«¿Todo bien?», se apresuró en confirmar Azakis, intentando disimular el dolor del lado golpeado.
«SÃ, sÃ. Estoy bien», respondió Petri, intentando levantarse.
Un instante después, Azakis estaba contactando el resto de la tripulación, que informaron inmediatamente a su comandante de la ausencia de daños a cosas o personas.
La maniobra realizada habÃa desviado ligeramente a la Theos de la trayectoria anterior, y la depresión provocada por la apertura de la compuerta habÃa sido inmediatamente compensada por el sistema automatizado.
6%, 4%, 2%.
«Distancia del objeto: 60.000 Km», comunicó la voz.
Ambos estaban conteniendo la respiración, esperando llegar a la distancia de 50.000 Km a partir de la cual se activarÃan los sensores de corto alcance. Aquellos instantes parecieron interminables.
«Distancia del objeto: 50.000 Km. Sensores de corto alcance activados».
La figura desenfocada frente a ellos se definió de repente. El objeto apareció claramente en la pantalla, haciendo visible cada detalle. Los dos amigos se giraron al mismo tiempo, con los ojos desorbitados, buscando cada uno la mirada del otro.
«¡IncreÃble!», exclamaron al unÃsono.
Nassiriya â Restaurante Masgouf
El coronel Hudson caminaba nervioso, hacia delante y hacia atrás, a lo largo de la diagonal del descansillo de la sala principal del restaurante. Miraba casi cada minuto el reloj táctico que llevaba siempre en la muñeca izquierda y que no se quitaba jamás, ni siquiera para dormir. Estaba entusiasmado como un adolescente en su primera cita.
Para pasar la espera, pidió un Martini con hielo y una rodaja de limón al bigotudo camarero que, por debajo de las pobladas cejas, lo observaba con curiosidad, mientras secaba lentamente unos vasos de tubo.
Lógicamente, el alcohol no estaba permitido en los paÃses islámicos, pero, esa noche, se hizo una excepción. El pequeño restaurante se habÃa reservado por completo para los dos.
El coronel, después de haber terminado la conversación con la doctora Hunter, habÃa contactado inmediatamente al dueño del local, solicitando expresamente el plato especial Masgouf, que daba nombre al restaurante. Debido a la dificultad para encontrar el ingrediente principal, el esturión del Tigris, querÃa asegurarse de que el local tuviera suficiente. Además, sabiendo que se necesitaban al menos dos horas para su preparación, deseaba que todo se cocinara sin prisas y con una perfección absoluta.
Para la velada, teniendo de cuenta que el uniforme de camuflaje no habrÃa sido adecuado para la situación, habÃa decidido desempolvar su traje oscuro de Valentino, combinado con una corbata de seda de estilo Regimental con rayas grises y blancas. Los zapatos negros, relucientes como solo un militar sabÃa dejarlos, también eran italianos. Por supuesto, el reloj táctico no pegaba absolutamente nada, pero era incapaz de prescindir de él.
«Están llegando». La voz ronca salió del receptor, muy parecido a un teléfono móvil, que tenÃa en el bolsillo interior de la chaqueta. Lo apagó y miró fuera, a través del cristal de la puerta.
El enorme coche oscuro