El Retorno. Danilo Clementoni

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El Retorno - Danilo Clementoni

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una serie de “despejado”. Miró con atención todas las posiciones anteriormente establecidas, hasta que estuvo seguro de haber identificado a todos sus camaradas que, en posición de combate, se ocuparían de la seguridad de los dos comensales durante toda la duración de la cena.

      La zona era segura.

      Abrió la puerta trasera y, ofreciendo delicadamente la mano derecha, ayudó a su invitada a bajar.

      Elisa, agradeciendo al militar su amabilidad, salió suavemente del coche. Dirigió la mirada hacia arriba y, mientras llenaba los pulmones con el limpio aire de la noche, se regaló un instante para contemplar el magnífico espectáculo que solo el cielo estrellado del desierto podía ofrecer.

      El coronel permaneció, durante un momento, indeciso sobre si salir a encontrarse con ella o permanecer en el interior del local a la espera de su entrada. Al final eligió quedarse sentado, intentando disimular lo mejor posible su agitación. Entonces, con aire indiferente, se acercó a la barra, se sentó en un taburete alto, apoyó el codo izquierdo en la tabla de madera oscura, hizo girar un poco el licor que quedaba en su vaso y se detuvo a observar la semilla del limón que se depositaba lentamente en el fondo.

      La puerta se abrió con un leve chirrido y el militar conductor se asomó para comprobar que todo estuviera en orden. El coronel hizo una leve señal con la cabeza y el acompañante introdujo a Elisa en el interior, cediéndole el paso con un amplio gesto de la mano.

      Â«Buenas noches, doctora Hunter», dijo el coronel levantándose del taburete y luciendo su mejor sonrisa. «¿Ha sido agradable el viaje?».

      Â«Buenas tardes, coronel», respondió Elisa con una sonrisa no menos deslumbrante. «Todo bien, gracias. Su chófer ha sido muy amable».

      Â«Puede irse, gracias», dijo con voz autoritaria el coronel, dirigiéndose al acompañante que saludó militarmente, giró sobre sus talones y desapareció en la noche.

      Â«Â¿Un aperitivo, doctora?», preguntó el coronel, llamando con un gesto de la mano al bigotudo camarero.

      Â«Lo mismo que está tomando usted», respondió inmediatamente Elisa, indicando el vaso de Martini que el coronel aún tenía en la mano. A continuación, añadió: «Puede llamarme Elisa, coronel, lo prefiero».

      Â«Perfecto. Y tu llámame Jack. “Coronel” dejémoslo para mis soldados».

      Es un buen comienzo, pensó el coronel.

      El camarero preparó con cuidado el segundo Martini y lo sirvió a la recién llegada. Ella acercó su vaso al del coronel y brindó.

      Â«Salud», exclamó alegremente y bebió un buen sorbo.

      Â«Elisa, tengo que decirte que esta noche estás realmente hermosa», dijo el coronel deslizando rápidamente la mirada desde la cabeza hasta los pies de su invitada.

      Â«Bueno, tú tampoco estás nada mal. El uniforme también tiene su encanto, pero yo te prefiero así», dijo sonriendo maliciosamente e inclinando un poco la cabeza hacia un lado.

      Jack, un poco avergonzado, dirigió su atención al contenido del vaso que tenía en la mano. Lo observó durante un instante, luego se lo bebió todo de golpe.

      Â«Â¿Nos sentamos en nuestra mesa?».

      Â«Buena idea - exclamó Elisa. - Estoy hambrienta».

      Â«He pedido preparar la especialidad de la casa. Espero que sea de tu agrado».

      Â«No, no me digas que has conseguido que nos preparen el Masgouf», exclamó asombrada, abriendo un poco más sus maravillosos ojos verdes. «Es prácticamente imposible encontrar esturión del Tigris en este periodo».

      Â«Para una invitada como tú, solo puedo pedir lo mejor», dijo complacido el coronel, viendo que su elección había sido apreciada. Le ofreció delicadamente la mano derecha y le invitó a seguirlo. Ella, sonriendo maliciosamente, se la estrechó y se dejó acompañar a la mesa.

      El local estaba finamente decorado siguiendo el estilo típico del lugar. Luz cálida y difusa, amplias cortinas que recubrían casi todas las paredes y descendían desde el techo. Una gran alfombra con dibujos Eslimi Toranjdar recubría casi todo el suelo, mientras otras más pequeñas estaban colocadas en las esquinas de la habitación, enmarcándolo todo. Sin duda, la tradición habría querido que la comida se consumiera estirados en el suelo sobre cómodos y suaves cojines, pero, como buen occidental, el coronel había preferido una mesa “clásica”. Esta también había sido decorada con atención y los colores elegidos para el mantel combinaban perfectamente con el resto del local. Un fondo musical, donde un Darbuka9 acompañaba a ritmo Masqum10 la melodía de un Oud11 , llenaba delicadamente todo el ambiente.

      Una velada perfecta.

      Un camarero alto y delgado se acercó educadamente y, con una reverencia, invitó a los dos comensales a sentarse. El coronel acomodó primero a Elisa y se ocupó de acercarle la silla, luego se sentó frente a ella, teniendo cuidado de no deslizar la corbata en el plato.

      Â«Es realmente bonito este sitio», dijo Elisa mirando alrededor.

      Â«Gracias», dijo el coronel. «Tengo que confesar que tenía miedo de que no te gustara. Luego me he acordado de tu pasión por estos lugares y he pensado que podría ser la mejor opción».

      Â«Â¡Has acertado de pleno!», exclamó Elisa mostrando de nuevo su maravillosa sonrisa.

      El camarero destapó una botella de champán y, mientras llenaba las copas de ambos, llegó otro con una bandeja en la mano diciendo: «Para comenzar, disfruten de un Mosto-o-bademjun12 ».

      Los dos comensales se miraron complacidos, cogieron las dos copas y volvieron a brindar.

      A unos cien metros del local, dos extraños personajes dentro de un coche oscuro toqueteaban un sofisticado sistema de vigilancia.

      Â«Â¿Has visto cómo el coronel se liga a la chica?», dijo sonriendo desdeñosamente aquel con claro sobrepeso, que se encontraba en el asiento del conductor, mientras mordía un enorme sandwich y se llenaba de migas de pan los pantalones.

      Â«Ha sido una gran idea poner el transmisor en el pendiente de la doctora», respondió el otro, mucho más delgado, con ojos grandes y oscuros, mientras bebía café en un gran vaso de papel marrón. «Desde aquí podemos escuchar perfectamente todo lo que hablan».

      Â«Intenta no liarla y grábalo todo», le regañó el otro, «de lo contrario, nos obligarán a comernos los pendientes en el desayuno.

      Â«No te preocupes. Conozco perfectamente este aparato. No se nos escapará ni siquiera un susurro».

      Â«Tenemos que intentar descubrir lo que realmente ha descubierto la doctora», añadió el gordo. «Nuestro jefe ha invertido muchísimo dinero para

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