Los dioses de cada hombre. Jean Shinoda Bolen

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Los dioses de cada hombre - Jean Shinoda  Bolen Psicología

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la hostilidad hacia las mujeres en las culturas patriarcales, donde éstas gozan de relativamente poco poder.

      Para complicar aún más las cosas, cuando las mujeres son oprimidas por hombres poderosos, por sus padres, esposos o hermanos, o bien por una cultura que las limita sólo por el hecho de ser mujeres, algunas de ellas proyectarán su resentimiento (a menudo inconscientemente) sobre los hombres que no tienen poder –sus hijos pequeños– especialmente cuando el niño empieza a emular a su padre o a expresar su propia capacidad innata de decisión y su espíritu alborotador. Esto puede manifestarse como un maltrato o rechazo directo, o bien a través del sarcasmo y la humillación. Las hermanas que sienten el peso de un trato injusto también pueden castigar a sus hermanos de un modo similar, mientras éstos sean pequeños o lo bastante jóvenes. Esta reacción en cadena es otra fuente de hostilidad hacia las mujeres que albergan muchos hombres, originada en la infancia y que descargan sobre las mujeres cuando son grandes y poderosos.

       El hogar como el castillo de un hombre

      En la cultura patriarcal, cada hombre manda sobre su familia, con la autoridad de un rey dentro de su propio hogar. La derecha conservadora y las sectas cristianas fundamentalistas expresan su hostilidad contra la legislación o los servicios sociales que según ellos “ponen en peligro los valores familiares tradicionales”, que hacen que esta posición del hombre como amo y señor dentro de su propio hogar, es decir, el modelo patriarcal, se tambalee. El patriarcado es el responsable de la oposición “tradicional” a que la mujer tenga potestad sobre su propio cuerpo, propiedades o capacidad reproductiva, así como de la oposición a los hogares para mujeres maltratadas, que ofrecen un refugio o un medio para escapar de los hombres agresivos.

      Un padre celestial que es el creador de una dinastía se encarga de planificar la carrera de sus hijos, de prepararlos para que asuman el lugar en el mundo que él les ha asignado. Cuando un hijo encarna las ambiciones de su padre, en vez de descubrir lo que él realmente quiere hacer, puede que éste “consuma” su vida. La sensación de ser consumido es especialmente intensa cuando las tendencias del hijo difieren del puesto que su padre espera que desempeñe.

      Un ejemplo de padre celestial que supera la realidad lo encontramos en la política de los Estados Unidos. Fue el caso de Joseph P. Kennedy, cuya ambición para sí mismo se podría decir que consumió a sus hijos. Como hijo de inmigrantes, Kennedy sintió la llamada de la presunción social. Su ambición era subir hasta la cima, si no por sí mismo, a través de sus hijos. La consolidación de la riqueza y el poder de Kennedy, su búsqueda de reconocimiento y sus aventuras amorosas hicieron de él una versión moderna de Zeus. En primer lugar se esperaba que Joe Kennedy Jr., para quien el papel de político extravertido podía resultar natural, se presentara para candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Cuando su avión fue derribado y él murió, el siguiente hijo, John F. Kennedy, tuvo que cumplir esta función, sin tener en cuenta sus tendencias personales y dificultades físicas. Tras el asesinato de J.F.K., el tercer hijo, Robert F. Kennedy, puso su vida en juego.

       Los padres celestiales y su descendencia: alejamiento y competitividad

      El hecho de que los padres no reaccionen como padres con sus hijos y los vean como rivales no sólo se produce en la mitología griega. Al escuchar a muchos hombres en mi práctica de psiquiatría, he podido observar lo huérfanos que se sentían, por lo emocionalmente distantes, críticos, lo que les rechazaban, lo cerrados o incluso agresivos que eran sus padres. También he visto cuánta tristeza, dolor e ira creó esto en sus hijos (y familias) y cómo este patrón se ha transmitido a través de sucesivas generaciones. También he oído hablar de las intenciones de los padres de estar más abiertos y ayudar, y de los momentos en que, a pesar de eso, desatan una carga de agresividad contra un hijo y luego se sienten culpables y perplejos al comprobar cuánta ira ha despertado él en ellos.

      El distanciamiento entre padre e hijo empieza con el resentimiento paterno o con la percepción de ver a su hijo como rival, que puede surgir incluso antes de que su hijo nazca. El embarazo de la esposa puede activar sentimientos de su propia infancia. Puede incluso tener un breve idilio como medio para ahuyentar la depresión o los sentimientos de impotencia. Su percepción de su esposa encinta puede recrear recuerdos de su madre embarazada y del dolor que el embarazo y la llegada de un nuevo hermano supusieron para él.

      Ahora, como esposo (antes, como hijo), pasa a ser menos importante para la vida de la mujer nutridora y maternal. Con el embarazo hay menos disponibilidad: ella mira hacia dentro o está cansada, o no puede hacer las cosas que solía hacer con él. Está más absorta en sí misma y menos pendiente de él, puede perder interés en el sexo, que para él suponía su principal afirmación y el medio más importante de proximidad.

      La rabia, la hostilidad y la rivalidad que sentía cuando era niño por la llegada del nuevo bebé, que tuvo que reprimir, ahora se reaviva en el embarazo de su esposa. Y como nuevo futuro padre, estos mismos sentimientos son aún más inaceptables y por lo tanto se han de ocultar como antes. Al igual que los dioses padres griegos, teme ser suplantado por su rival.

      La llegada de un hijo, sobre todo la del primero, inicia a un hombre en la siguiente etapa de su vida. A muchos hombres les asusta la posibilidad de responsabilizarse de una familia, se hacen preguntas respecto a su capacidad como proveedor si su estabilidad laboral o un posible ascenso son dudosos. Los sentimientos de no sentirse adecuado para superar la siguiente prueba de su masculinidad pueden contribuir a los miedos irracionales de que ese bebé no sea suyo.

      Además, puede tener miedo a quedarse atrapado. Antes se consideraba que el matrimonio era como llevar grilletes, pero ahora la vida conyugal y los hijos son decisiones separadas y etapas de la vida. Tener un hijo, más que el matrimonio en sí, es lo que los hombres más temen que les pueda atrapar. La paternidad a menudo conlleva pedir un préstamo, contratar un seguro de vida, ser el único proveedor durante un tiempo o a partir de entonces, tener que conservar un trabajo que no le satisface o hacer pluriempleo para pagar las facturas. De modo que mientras otros dan la enhorabuena a la pareja y hacen alboroto en torno a la mujer embarazada, el esposo puede sentir miedo y resentimiento en lugar de felicidad por la llegada del bebé.

      Entonces el recién nacido se convierte en el centro de atención, una vez más puede que reproduciendo experiencias doloro-sas de la infancia en muchos hombres. Su esposa es ahora más la madre de su bebé que su mujer. Tal como temía, el bebé le ha sustituido, al menos temporalmente. Descubrir los sentimientos que tienen los hombres (a través de su análisis) revela que puede que tengan envidia de la capacidad de su esposa de tener hijos y concederse un tiempo de descanso, o que envidian la atención y proximidad al cuerpo de la madre del que goza el bebé, especialmente si la pareja no tiene relaciones sexuales. Los senos que él amaba, ahora “pertenecen” a su hijo. Y la llegada del recién nacido ha puesto fin a su vida exclusiva como pareja.

      En una cultura patriarcal, los bebés y los padres no tienen muchas oportunidades de vincularse. “Nunca he tenido que cambiar un pañal”, solía ser un comentario que, en general, enorgullecía a los hombres. Los hijos –los niños en particular–, eran la demostración de la masculinidad de su padre y un medio para extender su poder o hacer realidad sus ambiciones; no disfrutaban de mucha satisfacción personal por parte de su padre. Desvinculado como estaba el padre celestial de los cuidados de su hijo, de la capacidad de cuidar, de preocuparse por él, puede que nunca se llegara producir una conexión emocional entre ambos.

      A raíz de haber hablado con una generación de hombres que estuvieron presentes y participaron en las horas del parto y del nacimiento, tengo la impresión de que en ese momento comienza un profundo y amoroso vínculo con sus hijos. Sin embargo, si ese lazo no se crea y el nuevo padre no siente ternura ni instinto de protección hacia su hijo y su esposa, es probable

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