Los dioses de cada hombre. Jean Shinoda Bolen
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Zeus, por su parte, engañó a su esposa embarazada para que redujera su tamaño y así poder tragársela. Ella quedó reducida, perdió su poder y sus atributos fueron engullidos, al igual que el matriarcado fue engullido por el patriarcado, y los atributos, una vez asociados a la diosa, pasaron a identificarse con el dios. Esta reducción se parece al modo en que algunas mujeres cambian cuando se casan y se quedan embarazadas. Pierden su libertad de pensamiento y la autoridad que ejercían, a medida que se someten a maridos que con frecuencia encajan en el autoritario molde de Zeus.
Edipo: no era culpable
Tras saltarnos muchas generaciones, llegamos a la figura mitológica griega de Edipo, quien inconsciente de lo que estaba haciendo mató a su padre y se casó con su madre. Freud fundó el psicoanálisis basándose en su análisis de lo que denominó el complejo de Edipo, afirmando que este asesinato y matrimonio era el deseo inconsciente de todo hijo. Freud también reaccionó contra los hombres a quienes había hecho de mentor (como Jung y Adler, que desarrollaron ideas diferentes a las suyas y cuya posición podía algún día rivalizar contra la suya) como hijos edípicos de los que había que deshacerse. Cuando Jung le explicó un sueño que cataloga como el que le condujo a sus teorías de lo inconsciente colectivo, Freud estaba convencido de que representaba un deseo de muerte hacia él.3
Freud vio a Layo, el padre de Edipo, como una víctima inocente en su mito. Pero esta versión distaba mucho de ser cierta, como observa la psicoanalista Alice Miller.**
Layo era el rey de Tebas. Cuando acudió al oráculo de Delfos a preguntar por qué su esposa no le había dado hijos, el oráculo le respondió: «Layo, deseas un hijo. Tendrás un hijo. Pero el Destino ha decretado que perderás tu vida en sus manos… debido a la maldición de Pélope, a quien una vez le robaste a su hijo». Layo había cometido esta equivocación cuando era joven, cuando fue obligado a huir de su país y tuvo que pedir refugio al rey Pélope, que le acogió. Layo le pagó su amabilidad seduciendo a Crisipo, su hermoso y joven hijo, que después se suicidaría.
Layo primero intentó evitar ese destino viviendo separado de su esposa. Pero con el tiempo, a pesar de la advertencia, tuvieron relaciones sexuales y Yocasta dio a luz a un hijo. Por temor a la profecía, Layo decidió matar a su hijo recién nacido abandonándolo en las montañas; perforó sus tobillos y se los ató con una correa. Pero el pastor que había elegido para que le asesinara, se compadeció del inocente bebé, se lo entregó a otro pastor y regresó ante Layo fingiendo haber cumplido su cometido. Layo ya se podía sentir seguro; seguro de que su hijo había muerto de sed y de hambre o que habría sido despedazado por las bestias salvajes. El pastor dio al niño, aquien puso el nombre de Edipo (“pies hinchados”, debido a las heridas en sus tobillos) a una pareja. Estos padres adoptivos le educaron y le dejaron creer que era su verdadero hijo.
Ya de adulto, Edipo viajaba por la carretera que se dirigía a Beocia cuando llegó a una encrucijada. Allí había un carruaje con un anciano que esgrimía una aguijada hacia él y con la que le golpeó en la cabeza. Edipo, enfurecido por esta agresión infundada, devolvió el ataque con su cayado, derribando a su asaltante y matándolo. Tras este incidente continuó su viaje, sin imaginar siquiera que había hecho algo más que vengarse de algún plebeyo que había intentado herirle. Nada en la vestimenta o el aspecto del anciano delataba su noble ascendencia. Sin embrago, en realidad, era Layo, el rey de Tebas, su padre.
Alice Miller señala la injusticia de culpar a Edipo:
En la tragedia de Sófocles, Edipo se castiga a sí mismo arrancándose los ojos. Aunque no había tenido forma de reconocer a su padre en Layo; incluso aunque éste último había intentado matar a su hijo recién nacido y era responsable de esa falta de reconocimiento; aunque Layo fuera quien provocó la ira de Edipo cuando se cruzaron sus caminos; aunque Edipo no deseaba a Yocasta se convirtió en su esposo gracias a su inteligencia para resolver el acertijo de la esfinge, rescatando a Tebas de ese modo, e incluso aunque Yocasta, su madre, podía haber reconocido a su hijo por sus pies hinchados, hasta la fecha nadie parece haber objetado el hecho de que a Edipo se le cargara con toda la culpa.4
Miller sigue observando que «siempre se ha dado por hecho que los hijos son responsables de lo que se les hace y se ha considerado esencial que, cuando los niños crecen, no sean conscientes de la verdadera naturaleza de su pasado».5
El fracasado intento de Layo de matar a su hijo Edipo evoca los mitos griegos de los dioses padre del cielo que intentaron acabar con sus hijos. En cada caso, al igual que en la teoría psicoa-nalítica sobre el complejo de Edipo, el padre cree que el ser que acaba de concebir o el recién nacido quiere deshacerse de él, y por eso trata al bebé como si fuera su rival. Cronos y Zeus temían tener hijos que les hicieran lo que ellos habían hecho a sus padres; Layo temía que su hijo fuera un agente de castigo. En la mitología, la racionalización de los padres que intentan matar a sus hijos siempre es “debido a la profecía”. La versión psiquiátrica contemporánea sería “debido a una idea paranoica”. En la psicología junguiana se formularía como “debido a la proyección de la sombra” (que sucede cuando las personas atribuyen a los demás sus propias emociones, motivaciones o acciones reprimidas o rechazadas).
Las proyecciones y las acciones que se originan de las proyecciones dan forma a las personas sobre las que van a recaer. Un niño que sea tratado como si fuera malo y que es rechazado, abandonado y maltratado, responde sintiéndose culpable. Piensa: «debo merecer este trato» (sufriendo así doblemente, primero por el maltrato y luego por asumir la culpa).
Zeus y los reyes mortales como Layo eran gobernantes territoriales sobre los demás. Cada uno había consolidado su poder sobre una zona y sus habitantes y gobernado con realeza. Esta forma de gobierno y de valores implícitos son patriarcales; es una jerarquía de hombres, de los cuales cada uno existe en un orden establecido, con Zeus o dios en la cima, deidades inferiores debajo, luego los reyes mortales, que remontan sus orígenes a algún dios, y después los leales vasallos y súbditos. Las grandes corporaciones, con el presidente de la compañía y la junta directiva en la cima, son los equivalentes contemporáneos de Zeus y los dioses del Olimpo.
Las fuerzas armadas formalizan todavía más la jerarquía, como lo hace la iglesia católica romana y la mayoría de la fraternidades.
Madres sin poder en las familias patriarcales
Todos los dioses del Olimpo, incluido Zeus, tenían madres que carecían de poder y que estaban subordinadas a un padre poderoso y a menudo agresivo, y la mayoría tuvieron esposas a las que dominaron. Las mujeres –tanto diosas como mortales, salvo raras excepciones– temían atrozmente sus relaciones con los dioses. Y si las mujeres y las madres están desvalorizadas, carecen de poder y son incapaces de proteger a sus hijos (e hijas), sus hijos se sienten traicionados por ellas. Puesto que la madre que les da a luz es la proveedora, la nodriza, ella supone la primera experiencia del mundo para un recién nacido y en un principio eso supone poder. El hecho de que ella después no pueda protegerle, le abandone o le anteponga a otra persona, supone una traición y un rechazo para el bebé, que éste dirigirá en su contra o contra cualquier mujer de la que alguna vez pueda depender emocional-mente. Como hombre adulto, puede descargar