Matar a la Reina. Angy Skay

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Matar a la Reina - Angy Skay Diamante Rojo

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me entraron ganas de suicidarme.

      Entré en mi coqueto apartamento y me tiré en la cama sin importarme la ropa ajustada que llevaba ni el maquillaje. Me quité los zapatos como pude y extendí mis manos en cruz con la cara bocabajo. Estaba agotada.

      Escuché el estridente ruido de la melodía de mi teléfono y me dieron ganas de estamparlo contra la pared. Cuando lo cogí, la llamada había finalizado y, en su lugar, un mensaje de Eli relucía en la pantalla.

      Eli:

      Despierta.

      Era lo único que ponía. Miré la hora y pegué un bote al darme cuenta de que eran las ocho de la tarde y de que había estado durmiendo todo el día. Corrí a toda prisa hacia el cuarto de baño y empecé a arreglarme lo más rápido que pude para la fiesta. Me coloqué el vestido azul cielo sobre mi pálida piel y me calcé unos tacones más oscuros a juego con el bolso. Un poco de maquillaje y estaba lista para enfrentarme a un nuevo día, o lo que quedaba de él.

      Media hora después entraba de nuevo en el local con un hambre voraz, ya que no había comido en todo el día. Vi una bandeja de canapés y me lancé a por ella como un tigre. A lo lejos escuché la voz de Eli dando órdenes de cómo decorarlo todo. Habían colgado un enorme corazón de color cielo con una cantidad de purpurina desmesurada. Las relucientes bolas de luces colgaban de todos los focos de los techos. Entretanto, el técnico probaba las luces sin parar. Por otro lado, el DJ se encargaba de que la música fuese la adecuada, y frente a la entrada vi una lona gigantesca en la que ponía: «Bienvenido al cielo».

      Alcé una ceja de manera irónica por la frase y por la cantidad de cosas que había en cada esquina. Las chicas de compañía iban de un lado a otro, desbocadas, todas con un conjunto azul cielo de encaje. Se pusieron en fila mientras Eli iba entregándoles una corona con plumas de ángel que colocarían en sus cabezas.

      —Esto parece una fiesta de disfraces en vez de una normal —le espeté mientras cogía otro canapé.

      —Y tú pareces una muerta de hambre —me contestó con arrogancia.

      —Es que no he comido nada. ¿Has hablado con Tiziano?

      —Sí. Lo tranquilicé ayer a mi manera. Ya sabes que no podemos vernos. Esta noche vendrá.

      Asentí.

      —No quiero que esta noche se venda ningún tipo de droga en el local. —Miré a las chicas—. Va por vosotras.

      Ninguna puso objeción a mi petición.

      Me senté en la barra, haciéndole un gesto a la camarera que estaba terminando de rellenar las bebidas, y pasé dentro de ella para buscar un cartón de leche fría que había guardado en las cuatro barras que tenía la sala.

      —No sé cómo puedes tomarte la leche así, y menos a estas horas.

      Me bebí el vaso de una tacada bajo la mirada de asco de mi amiga.

      —Y yo no sé cómo puedes traer esa cara hoy. —Le hice burla.

      Obvió mi comentario como si no lo hubiese oído y prosiguió:

      —¿Por qué no quieres que se vendan drogas esta noche?

      —Si hay que venderlas, tendrá que ser en la calle, dentro no. He invitado al inspector a venir.

      Me quedé pensativa durante unos segundos, hasta que me sacó de mis cavilaciones:

      —¿Has pensado algo?

      —Tengo que conseguir tenerlo de mi lado. Anabel murió ayer.

      Abrió los ojos en su máxima extensión, sin saber muy bien qué decir. Iba a preguntar algo, pero cerró la boca de nuevo. Le conté lo mismo que Barranco me dijo.

      —No lo entiendo…

      —Ni yo tampoco —secundé—. No obstante, tenemos que ir con seis ojos. Son gente que se relacionaba con muchas personas, y el poder es lo que tiene. Aun así, no podemos fiarnos. Quiero la máxima seguridad durante toda la noche. En dos días ha habido dos asesinatos de gente perteneciente a nuestro entorno, y eso no pinta nada bien.

      Asintió sin rechistar.

      —Con Anabel fuera de juego, tenemos serios problemas con la policía. Por no hablar del inspector tocapelotas.

      Suspiré. Qué razón tenía.

      Ryan llegó a nuestro lado y, mientras Eli iba poniéndolo al día, comenzó a pensar a mil por hora. Podía ver sus ojos entrecerrados, pensativo.

      —Si quieres, puedo llevarme a ese capullo esta noche, si es que viene, y pegarle un tiro en cualquier cuneta.

      Pensé en esa posibilidad.

      —Necesitamos tener un aliado en la policía, Ryan.

      —No te tapará nada, y lo sabes.

      —A no ser que lo tengamos pillado por los huevos —añadió Eli.

      —¿Y cómo demonios lo hacemos, lista? —le espetó malhumorado.

      Puse un dedo en mi barbilla y miré a Eli. Después lo hice en dirección a Ryan.

      —Pon en funcionamiento la cámara del reservado uno. Que no entre nadie esta noche.

      —¿En qué estás pensando? —me preguntó Ryan sin entenderlo.

      —Vas a tirártelo. —Eli no preguntó, lo afirmó directamente.

      —Pero para llegar a ese punto, tenemos que tenerlo contento, y no se me ocurre ningún plan mejor que drogándolo lo justo.

      —Puedo encargarme de servirle la copa cuando la pidáis desde el reservado —anunció ella.

      —No colará. Es un tipo duro de roer, y quizá no sea tan fácil.

      —¿Estás dudando de mis artes de seducción, Ryan?

      —Ni mucho menos, Mica, pero si no ha caído ya…

      —Lo hará. —Sonrió Eli.

      Asentí convencida y empezamos a tramar un plan que, sin duda, no podía fallar. Solo quedaban horas para que la fiesta comenzara, y ahora mi prioridad era que Barranco apareciera. Si no lo hacía, tendría que buscar un plan B para poder llevarlo a mi terreno.

      Las horas pasaban y los espectáculos eróticos que teníamos preparados para la noche comenzaban a tener lugar en los distintos reservados y tarimas que había para ellos. Los gogós aparecían desnudos, cubiertos por una densa capa de purpurina celeste, como la del enorme corazón del techo. Los aires de fiesta se respiraban en todos los rincones, y comenzó a parecerme una buena idea cuando Eli me dijo que acudirían más de trescientas personas, confirmadas con la entrada. Pocos minutos después vi a Óscar entrar en el local con cara de vicioso. Miraba a todos lados y los ojos se le iban detrás de las chicas desnudas.

      —Madre mía…

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