Matar a la Reina. Angy Skay

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Matar a la Reina - Angy Skay Diamante Rojo

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dejarme su mente brillante.

      Sonreí.

      —Por encima de mi cadáver.

      Seguí sonriendo bajo su mirada estupefacta.

      —Cambiando de tema. —Intentó que el color volviese a su cara. Yo tampoco me andaba con chiquitas, y lo que era mío, era mío y punto—. Ryan ya lo tiene todo: pasaportes falsos, vuelos, direcciones, nombres y toda la información que necesitáis. Saldréis el viernes que viene a primera hora. El avión de intercambio que lleva a la niña aterrizará en Atenas a las doce de la mañana y, seguidamente, cogerá otro vuelo para irse al internado de Irlanda. Tenéis una única oportunidad en el aeropuerto de poder llevárosla. Si falláis, no sé cuándo volveremos a tener otra.

      —No fallaremos. Tenlo por seguro.

      —Micaela. —Su tono de voz cambió—. Sabes el aprecio que te tengo, y ya no solo en los negocios, sino en lo personal. —Me miró durante unos segundos—. Ten cuidado.

      —Siempre lo tengo, no tienes de qué preocuparte.

      —Micaela… —repitió—, en cuanto descubra que has secuestrado a su hija, que lo hará, vendrá a buscarte. Y no habrá rincón en la Tierra donde puedas esconderte.

      —Es lo que más deseo en el mundo —le aseguré con firmeza.

      —¿Aunque eso conlleve llevarse tu vida?

      —En tal caso, no me iré sola.

      Poco después, Ryan me confirmó que tenía el sobre en la caja fuerte y que lo había comprobado todo con tranquilidad para que no nos faltase nada. Él sería el único que me acompañaría. No quería llamar la atención, y podríamos pasar por un matrimonio turista sin ningún problema. El plan estaba tan bien estructurado que era imposible fallar, pero todo dependía de la seguridad que la niña tuviera, y eso no lo sabríamos hasta que aterrizáramos en Atenas.

      Una hora más tarde, la fiesta prosiguió y el desmadre se apoderó del local. La gente bebía, bailaba y se volvía loca con los espectáculos de esa noche. Los gogós, chicos y chicas, movían sus caderas con sensualidad encima de las tarimas, ganándose unos extensos fajos de billetes que se esparcían sobre el suelo de cristal, bajo la lujuriosa mirada de su público. Pude ver a diversos personajes públicos, artistas, jueces, políticos y jugadores de fútbol de renombre dándolo todo con el alcohol, y con lo que no era líquido precisamente. Eli había llamado al camello que se dedicaba a servir las drogas en los reservados, quedando con él en hacerlo discretamente fuera del local, aunque luego entrasen en el interior con ella en los bolsillos. Lo importante era que dentro no se hiciera ningún tipo de negocio. Las chicas de compañía de mi club estaban estrictamente avisadas para los servicios que tuvieran que dar esa noche. La discreción era lo primero, y cuanto menos llamasen la atención, mejor.

      Apoyé mis manos en la barandilla de la segunda planta, a la espera de ver a un hombre que no llegaba. Contemplé el reloj que tenía delante. Sus grandes agujas marcaban las cuatro de la mañana. Estaba empezando a convencerme de que no vendría. Cuando divisé a Eli en la pista vigilándolo todo, me miró y negué con la cabeza, a lo que ella me pidió tranquilidad con sus ojos.

      En ese instante, levanté mi rostro hacia la puerta de entrada, impulsada por una especie de corriente que no supe explicar, y allí estaba. Con las manos metidas en los bolsillos, contempló toda la sala, y pude ver en su rostro la sorpresa al encontrarse con compañeros suyos de la misma comisaría dejándose el dinero y la dignidad con mis chicas.

      Su mirada se topó con la mía en el preciso momento en el que bajaba las escaleras en su busca. No apartó sus feroces ojos de mí hasta que, paso a paso, llegué a su altura, quedando a escasos milímetros uno del otro. Me inspeccionó con detenimiento, lo que calentó mi bajo vientre de buena manera. Era atractivo, y la simple camisa celeste que tapaba un torso, seguramente machacado por el gimnasio, junto con los pantalones de color azul marino lo hacían rematadamente sexy.

      —Buenas noches, Aarón.

      Elevó sus cejas en un gesto de sorpresa.

      —¿Ahora soy Aarón? ¿Qué ha pasado con el inspector, el soplapollas, el gilipollas…? —Dejó los demás calificativos en el aire.

      —Esta noche eres un invitado, no un policía.

      Asintió con una sonrisa que iluminó sus ojos y remarcó sus hoyuelos.

      —No vas a comprarme, Micaela.

      La que rio en ese momento fui yo.

      —Me gusta que me tutees. Y no, no quiero comprarte. Vamos, tengo una sorpresa para ti.

      Andamos entre la multitud hasta llegar al reservado número uno, donde tenía a dos chicas esperándolo. Al abrir las cortinas, ambas estaban unidas, devorando sus sexos. Una estaba completamente expuesta, tumbada sobre la mesa. No vi ningún gesto de emoción en su rostro, pero sí la desconfianza en estado puro.

      —No necesito a nadie para satisfacer mis necesidades —anunció sin entrar.

      Sonreí lasciva mientras ponía un pie en el interior del reservado. Paseé un dedo por la abertura de la chica que estaba tumbada y después me lo llevé a la boca bajo su mirada de expectación. En ese momento, pude contemplar cómo el bulto de sus pantalones crecía, lo que me hizo sonreír interiormente. Punto a mi favor.

      —Creo que Aarón necesita un empujón para entrar. ¿Lo ayudáis?

      —No es necesario —espetó molesto.

      Alcé una ceja sugerente y les insté a las chicas a que salieran. Se colocaron una a cada lado, junto a sus fuertes brazos, y lo metieron. Agarré las cortinas y, antes de marcharme, le dije:

      —Tienes barra libre hasta que salga el sol. Olvídate de tu trabajo y disfruta. Me encargaré de que no te moleste nadie.

      Las cerré con fuerza, no sin contemplar antes su mirada recelosa. Pero eso solo sería hasta que se tomase la primera copa bien cargada de droga que ni notaría, para que después me dieran paso a mí. Le alcé el dedo pulgar a Ryan, que me miraba con los brazos cruzados al lado de la segunda barra. Él le hizo un gesto a la camarera, quien no tardó en llegar al reservado para tomar nota de su bebida. Mis chicas estaban instruidas. Beberían de su misma copa y, después, en un descuido, tirarían el líquido. Solo eran necesarios un par de tragos y lo tendría en mi poder.

      Media hora después, la camarera del reservado se presentó ante mí.

      —Listo, señorita.

      Asentí sin mirarla y me dirigí hacia allí. Antes de llegar, Eli se interpuso en mi camino con cierta agitación en su rostro.

      —Eli, ahora no puedo hablar, está todo listo.

      Intenté esquivarla, pero me sujetó del brazo.

      —No des un paso más —me advirtió. La miré sin saber qué ocurría. Continuó—: ¿Cómo se llamaba…? —pensó.

      —¿Quién?

      —El tipo con el que estabas el otro día.

      Abrí mis ojos de par en par.

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