¿Qué estabas esperando?. Paul David Tripp

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¿Qué estabas esperando? - Paul David  Tripp

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semanas y años en el futuro.

      Quizás éste sea precisamente el problema. Es el problema de la percepción. Nosotros solemos no vivir de esta manera. Tendemos a caer en rutinas de casi-desidia y de actuar instintivamente con menos consciencia de lo que deberíamos hacerlo. Tendemos a retraernos de la importancia de esos pequeños momentos precisamente porque son pequeños. Pero lo opuesto es verdad: los pequeños momentos son importantes porque son pequeños momentos. Estos son los momentos de los que se compone nuestra vida, los momentos que establecen nuestro futuro y que dan forma a nuestras relaciones. Tenemos que tener una actitud de “día a día” hacia todo en nuestras vidas y si lo hacemos, escogeremos nuestros ladrillos cuidadosamente y los colocaremos estratégicamente.

      Las cosas no se arruinan en un matrimonio instantáneamente. El carácter de un matrimonio no se forma en un gran momento. Las cosas se vuelven dulces y hermosas progresivamente. El desarrollo y la profundización del amor en un matrimonio ocurren por lo que se hace diariamente; esto también es verdad del triste deterioro de un matrimonio. El problema es que simplemente nosotros no le ponemos atención y por eso nos ponemos a pensar, desear, decir y hacer cosas que no deberíamos.

      Déjame caracterizar esta vida de “un pequeño momento.” Tú exprimes y doblas el tubo de la pasta de dientes aunque sabes que le molesta a tu esposa. Te quejas de los platos sucios en lugar de ponerlos en el lavadero. Peleas por hacer las cosas pequeñas a tu manera en lugar de verlas como una oportunidad para servir. Te vas a la cama irritado por pequeños desacuerdos. Día a día te vas al trabajo sin un gesto de ternura entre ustedes. Peleas por lo que tú crees que es hermoso en lugar de hacer de tu casa una expresión visual del gusto de ambos. Te das la libertad de hacer cosas pequeñas con rudeza en una forma que nunca lo habrías hecho durante el cortejo. Dejas de pedir perdón en los pequeños momentos de cosas erradas. Te quejas de cómo tu cónyuge hace cosas pequeñas cuando realmente no hacen ninguna diferencia. Haces cosas pequeñas sin consultar.

      Dejas de invertir en la amistad íntima en tu matrimonio. Peleas por lo que quieres en los pequeños momentos de desacuerdo en lugar de pelear por la unidad. Te quejas de las idiosincrasias y debilidades de tu cónyuge. Fallas en aprovechar esas oportunidades para animar. Dejas de buscar las maneras pequeñas de expresar amor. Comienzas a guardar un registro de los pequeños errores. Te irritas por lo una vez apreciabas. Dejas de asegurarte que cada día esté salpicado con ternura antes de ir a dormir. Cesas de expresar regularmente aprecio y respeto. Permites que tus ojos físicos y los ojos de tu corazón divaguen. Te tragas pequeñas heridas que antes habrías discutido. Comienzas a convertir pequeñas peticiones en demandas regulares. Ya no tomas cuidado de ti mismo. Estás dispuesto a vivir con más silencio y distancia de lo que permitías cuando estabas por casarte. Dejas de esforzarte por esos pequeños momentos que hacen tu matrimonio mejor y comienzas a sucumbir a lo que hay.

      ¿Por qué cesamos de poner atención? Porque es difícil ser cuidadosos, es arduo trabajo tener la disciplina de vigilar, y requiere un gran esfuerzo estar siempre pensando en la otra persona. Ahora, prepárate para que tus sentimientos sean heridos: tú y yo tendemos a querer que el otro se esfuerce porque eso nos facilita la vida, pero la verdad es que no queremos comprometernos a ser nosotros quienes se esfuerzan. ¡Pero no he terminado aún! Pienso que hay una epidemia de indolencia marital entre nosotros. Queremos no tener que esforzarnos y que las cosas no solo sigan igual sino mejoren. Y estoy absolutamente persuadido que la indolencia está enraizada en la naturaleza egoísta del pecado. Ya hemos examinado los peligros antisociales de esta cosa dentro de nosotros a la que la Biblia le llama pecado. Ya hemos considerado que nos hace centrarnos en nosotros mismos, pero hace algo más. Nos reduce a la pasividad marital. Queremos tener las cosas buenas sin el esfuerzo arduo de colocar los ladrillos diarios que hacen que esas cosas vengan. Y con frecuencia estamos más enfocados en lo que otros fallan y en que estos corrijan sus errores que en comprometernos a hacer lo que sea necesario diariamente para que nuestro matrimonio sea lo que Dios quiere.

      Tú puedes tener un buen matrimonio, pero tienes que entender que un buen matrimonio no es un regalo misterioso. No; es más bien, una serie de compromisos que se forman a través de un estilo de vida que aprecia los momentos pequeños.

      LA RECONCILIACIÓN COMO UN ESTILO DE VIDA:

       ¿QUE SIGNIFICA ESTO?

      Hay un pasaje muy interesante en 2 Corintios 5:14-21 que provee un modelo de como luce este estilo de vida de día a día.

      El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así. Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.» Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. (Versión NVI)

      Este pasaje es un llamado a una manera particular de pensar y de vivir en nuestra relación con Dios. A lo que nos llama en nuestra relación con Dios es un modelo maravilloso para nuestra relación matrimonial. Esto siempre es verdad. El primer gran mandamiento siempre define el segundo gran mandamiento.

      Pablo entiende que hemos sido reconciliados con Dios por un acto de su gracia. Él sabía que no hay manera en que nosotros podamos ganar el amor de Dios o merecer su favor, pero, habiendo dicho esto, él de inmediato nos recuerda que la reconciliación con Dios es tanto un evento como un proceso. Note las palabras del verso 20: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.” ¿A quién se refiere Pablo cuando dice “les rogamos”? A la iglesia de Corinto. Ahora, quizás tu pienses, “Pablo, si esta gente es creyente, ¿no se han reconciliado ya con Dios?” La respuesta es sí y no. Sí, se han reconciliado con Dios en el sentido de que han sido aceptados por Dios en Cristo. Pero hay otra reconciliación que está tomando lugar. En el grado en el que continuamos viviendo para nosotros mismos (v.15) en ese grado aún necesitamos reconciliarnos con Dios. Puesto que en alguna manera seguimos viviendo diariamente para nosotros mismos, necesitamos reconciliarnos con Dios en confesión y arrepentimiento. ¡Qué modelo tan perfecto es éste para nuestros matrimonios!

      Sí, ustedes ya han hecho la decisión única de vivir en amor el uno al otro, pero no siempre viven como si lo hicieran. En el grado en que ustedes diariamente, en alguna manera, continúen viviendo para sí mismos, en ese grado necesitan reconciliarse diariamente con Dios y el uno con el otro. Ustedes no pueden andar cuesta abajo, esperando evitar de alguna manera lo malo. No, tienen que vivir intencionalmente reconciliándose. Tienen que vivir con corazones humildes y ojos bien abiertos. Estarán preparados para escuchar y dispuestos a oír. Ustedes examinan y consideran bien lo mejor y a ustedes mismos. Tienen que adquirir el hábito de la reconciliación que se convierte en un estilo de vida en su matrimonio, y hacen de esos hábitos una parte regular de su rutina diaria.

      Tristemente, pienso que hay pocas parejas que en realidad vivan de esta manera. ¿Cuántas parejas conoces tú que dicen que su relación es la mejor que ha habido y que cada vez es mejor? ¿Cuántas parejas dicen estar experimentando ahora un nivel más profundo de unidad, entendimiento y amor del que jamás han experimentado? ¿Cuántos casados dicen que su cónyuge es su amigo más profundo, íntimo y precioso? Estas cosas no son como una nube romántica en la que andas rondando. Ellas son las ricas bendiciones de una relación que se vive de la manera en que Dios, quien creó el matrimonio, quiere que vivamos. Ellas no son lujos de relación para

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