¿Qué estabas esperando?. Paul David Tripp

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¿Qué estabas esperando? - Paul David  Tripp

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que nunca pensó que tendría que enfrentar. Simplemente no les encontraba sentido. Tal vez él lamentaba haberse casado con ella. Tal vez estaba teniendo una aventura amorosa. Quizás él quería separarse y no sabía cómo decírselo. Su mente estaba agitada y su corazón quebrantado, pero no sabía qué hacer.

      Tristemente, muchas parejas han arribado a este punto. Sí, los detalles son diferentes, pero han llegado allí de todas formas. La dulzura se ha evaporado de su matrimonio. La amistad se ha disipado. La persona que cortejaron no parece ser la persona con la que viven ahora. Hay distancia, frialdad, impaciencia y conflicto que no estaban allí al principio. A veces una pareja se ajusta a la guerra fría, a veces se ajusta a una tregua marital, y a veces se provocan el uno al otro como si buscaran una oportunidad para expresar su insatisfacción. A veces se vuelve una guerra frontal. A veces se esconden detrás de sus ocupaciones. Tristemente, muchas parejas simplemente se separan sin nunca entender lo que le sucedió a esa relación que una vez les trajo tanto gozo.

      Son pocas las parejas que entienden lo que se necesita entender para que un cambio permanente tome lugar en su matrimonio. Ellas piensan que la batalla es con su cónyuge, o que las circunstancias en que se encuentran son las que tienen que cambiar. Pero he aquí la realidad: todas las batallas horizontales son el fruto de una guerra más profunda. La guerra más importante, la que se debe ganar, no es la que tiene el uno con el otro, sino la guerra que se libra dentro de cada uno individualmente. La victoria en esta guerra se trata de un verdadero cambio.

      ¿ATRACCIÓN O AMOR?

      La manera de comenzar a entender esta guerra más profunda es mirando al inicio del cortejo y del matrimonio de las parejas. Considerar el inicio de la relación entre Gabriela y Bernardo nos ayudará aquí. Déjeme sugerir algo que molestará a algunos de ustedes, y que luego explicaré. Tal vez desde el mismo principio, lo que Gabriela y Bernardo prensaron que era amor, no era amor. Ahora, para ayudarlo a entender esta posibilidad, tengo que llevarlo por un pequeño recorrido bíblico.

      He escrito antes acerca de lo que 2 Corintios 5.14-15 dice sobre la naturaleza fundamental del pecado, pero pienso que es particularmente útil aquí. El pasaje dice, “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” El apóstol Pablo resume aquí lo que el pecado nos hace a todos. El pecado se vuelve contra nosotros. Hace que empequeñezcamos nuestras vidas según los estrechos confines de nuestro pequeño auto definido mundo. Nos hace empequeñecer nuestro foco, motivaciones e intereses conforme al tamaño de nuestros deseos, necesidades y sentimientos. Hace que nos centremos extremadamente en nosotros mismos y en nuestra importancia. Hace que lo que más nos ofenda sean las ofensas contra nosotros mismos y que lo que más nos interese sean nuestros propios intereses. Hace que nuestros sueños sean egoístas y que hagamos planes orientados hacia nosotros mismos. ¡Por causa del pecado, realmente nos amamos y tenemos un plan maravilloso para nuestras vidas!

      Todo esto significa que el pecado es esencialmente antisocial. Realmente no tenemos tiempo para amar a nuestro cónyuge en el más completo sentido de la palabra porque estamos demasiado ocupados amándonos a nosotros mismos. Lo que realmente queremos es que nuestro cónyuge nos ame tanto como nosotros nos amamos y si él o ella está dispuesto a hacerlo tendremos una maravillosa relación. Así que tratamos de reclutar a nuestra esposa para que se someta voluntariamente a los planes y propósitos de nuestro claustrofóbico reino unipersonal.

      Pero hay más. Puesto que el pecado es antisocial tiende a deshumanizar a la gente en nuestras vidas. Ellas dejan de ser el objeto de nuestro afecto voluntario, la gente a quien gozosamente amamos; en lugar de eso se convierten en una de dos cosas. O vehículos que nos ayudan a conseguir lo que queremos u obstáculos obstruyendo el camino de lo que queremos. Cuando tu cónyuge cumple las demandas de tus deseos, necesidades y sentimientos, te emociona y la tratas con afecto. Pero cuando se convierte en un obstáculo que obstruye tus deseos, necesidades y sentimientos, te cuesta esconder tu decepción, impaciencia e irritación.

      Es aquí donde viene otra elocuente observación bíblica. Es que nosotros somos gente orientada hacia un reino. Vivimos siempre al servicio de uno de dos reinos. Vivimos al servicio de la pequeña agenda de la felicidad personal de nuestro propio reino, o vivimos al servicio de la grandiosa agenda del Reino de Dios donde está el origen y el destino de la creación. Cuando vivimos para nuestro propio reino, nuestras decisiones, pensamientos, planes, acciones y palabras son dirigidos por el deseo personal. Nosotros sabemos lo que queremos, dónde lo queremos, por qué lo queremos, cómo lo queremos, cuándo lo queremos y quién preferiríamos que nos los entregue. Nuestras relaciones son conformadas por una infraestructura de expectativas sutiles y silenciosas demandas. Sabemos lo que queremos de la gente y cómo conseguir que nos lo den.

      Piensa en Gabriela. Ella no estaba enojada porque Bernardo había quebrado las leyes del Reino de Dios. Ella no se sentía agraviada porque él estaba obstruyendo lo que Dios quería realizar en y a través de su matrimonio. No, Gabriela estaba herida y enojada porque Bernardo había quebrado las leyes de su reino. En este lado del cielo, se pelea una constante guerra en nuestros corazones entre el reino de nuestro ego y el Reino de Dios. Cada batalla que tú tienes con otra gente es el resultado de esa guerra más profunda. Cuando estás perdiendo esa guerra, vives para ti mismo e invariablemente terminas en conflicto con tu cónyuge.

      Tal vez estas dos perspectivas nos digan mucho más de lo que podríamos pensar sobre el inicio de la relación de Gabriela y Bernardo. Quizás lo que ellos pensaban que era amor en realidad no era amor sino algo muy diferente disfrazado de amor. Recuerda, Gabriela había tenido toda su vida sueños muy específicos sobre el matrimonio y la familia. Aunque no se daba cuenta, ella estaba buscando al hombre que sería la pieza perdida del rompecabezas que era el sueño de su vida. Bernardo parecía ser esa pieza, y ella no tendría que sacrificar nada para que encajara. Desde el primer día ella se sintió poderosamente atraída hacia Bernardo. No podía esperar verlo otra vez. Le encantaban sus ingeniosos mensajes de texto. Le hacía feliz imaginarlo en medio de sus sueños maritales. Se aferraba a cada palabra mientras hablaban sobre su futuro. Gabriela sabía meses antes de que él le preguntara que su respuesta a su proposición sería sí. Estaba convencida de que, por primera vez, estaba profundamente enamorada.

      Bernardo no había salido con muchas muchachas, así que era difícil que no le gustara la atención que le daba Gabriela. Las tarjetas cursis no eran su estilo pero eran el estilo de Gabriela. Ella lo escuchaba, respetaba su opinión y disfrutaba su compañía, ¿Cómo no habría de gustarle eso? Mientras más estaba con ella, más atraído se sentía. Le encantaba que ella fuera a recogerlo a medianoche después de la clase que tenía al salir del trabajo. Le daba risa lo específico que eran sus sueños para el futuro, pero le gustaba. Parecía lógico que debían casarse. Podría casarse con Gabriela y seguir siendo él mismo; él lograría su sueño y Gabriela también. Todo era muy atractivo.

      En la superficie parecía maravilloso, pero quizás ése era el problema. No había duda que Gabriela y Bernardo se sentían muy atraídos mutuamente y que esta atracción producía un fuerte afecto. Eso era en sí mismo algo hermoso. La pregunta es si lo que estaban experimentado era amor. ¿Sería que Gabriela se sentía atraída a Bernardo no porque ella lo amaba a él sino porque él amaba a Gabriela? ¿No era que su atracción era mucho más orientada a sí misma de lo que se daba cuenta? Lo que parecía amor podría haber sido realmente la emoción de que este hombre se ajustaba plenamente al sueño de su vida que siempre había abrigado.

      He aconsejado muchas parejas a punto de casarse como Bernardo y Gabriela. La emoción de estar juntos era tanta que costaba que me pusieran atención para prepararlos para el matrimonio. Estaban convencidos de que nunca tendrían problemas. Estaban seguros de que nada jamás sofocaría los sentimientos que tenían el uno por el otro. Estaban persuadidos que eran la pareja perfecta. Se sentaban en el sillón agarrados de las manos, mirándose el uno al otro con

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