Relación y amor. Jiddu Krishnamurti
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«Llevo escuchándole hace muchos años y, aunque quizás comprenda intelectualmente lo que dice, no parece que penetre a gran profundidad. me gusta el entorno de los árboles bajo los que se sienta mientras habla y observo la puesta de Sol cuando lo señala –como hace a menudo en sus charlas–, pero no soy capaz de sentirla, sentir la hoja y experimentar el júbilo de las sombras que danzan en el suelo; en realidad, no puedo sentir nada. He leído mucho, tanto literatura inglesa como, naturalmente, la de este país, puedo recitar poemas, pero se me escapa la belleza que reside tras la palabra. me estoy volviendo rudo, no sólo con mi esposa y mis hijos, sino con todo el mundo; en la escuela cada vez grito más. me pregunto cómo puedo haber perdido el deleite de contemplar una puesta de Sol –¡si es que alguna vez lo tuve!–, y me gustaría saber por qué no siento intensamente los males que hay en el mundo; todo lo percibo desde el punto de vista intelectual y puedo discutir sensatamente con cualquiera –o al menos eso creo–, pero ¿cuál es la causa de este vacío que separa el intelecto del corazón? ¿Por qué he perdido el amor, ese sentimiento de piedad e interés genuinos?»
mire esa buganvilla que hay fuera de la ventana. ¿La ve? ¿Ve la luz que la envuelve, su transparencia, su color, su forma y su cualidad?
«La miro, pero no me dice nada. Creo que hay millones de personas como yo. De modo que vuelvo a la pregunta, ¿cuál es la causa de esta separación entre el intelecto y los sentimientos?»
¿No es acaso porque nos han educado mal, hemos cultivando únicamente la memoria y, desde nuestra infancia, nunca nos han enseñado a mirar un árbol, una flor, un pájaro o un remanso de agua? ¿Se debe a que hemos convertido la vida en algo mecánico? ¿Es la causa el exceso de población, debido al cual, por cada empleo, hay miles que lo necesitan? ¿o es la causa el orgullo, el orgullo por la propia eficiencia, el orgullo de la raza, el orgullo del pensamiento sagaz? ¿No cree que es todo esto?
«Si quiere saberlo, soy orgulloso…, sí lo soy.»
Bien, pero ésa es sólo una de las razones del porqué nos domina el llamado intelecto. ¿No es debido a que las palabras se han vuelto demasiado importantes y no lo que está por encima o más allá de ellas? ¿o, porque está frustrado, bloqueado en diversos sentidos, y puede que no sea consciente de ello en absoluto? En el mundo de hoy se rinde culto al intelecto y cuanto más ingenioso y astuto es uno, más progresa.
«Posiblemente todos estos factores influyan, pero ¿tanta importancia tienen? Por supuesto que podemos seguir analizando indefinidamente, describiendo la causa, pero ¿solucionaremos así la separación entre la mente y el corazón? Eso es lo que quiero saber. He leído algunos libros de psicología y nuestra propia literatura antigua, y nada me apasiona realmente. Por eso he venido a verle, aunque tal vez sea ya demasiado tarde para mí.»
¿Le interesa de verdad que estén unidos la mente y el corazón? ¿De verdad no está satisfecho con sus capacidades intelectuales? Quizás el problema de cómo unir la mente y el corazón sea sólo teórico. ¿Por qué le preocupa que se logre esa unión? En realidad, su preocupación nace del intelecto, ¿no es así?; no surge de un verdadero dolor ante el deterioro de sus propios sentimientos. Ha dividido la vida en intelecto y corazón, y está verbalmente preocupado porque observa de manera intelectual cómo su corazón va secándose. ¡Déjelo que se seque! Intente vivir sólo en el plano del intelecto. ¿Es eso posible?
«No es que no tenga sentimientos.»
Pero… ¿no son esos sentimientos en realidad sentimentalismo, pura autocomplacencia emocional? Sin duda, ése no es el sentir del que estamos hablando. Lo que estamos diciendo es: muera al amor; ¡qué importa! Viva por completo con su intelecto y con sus manipulaciones verbales, con sus astutos razonamientos; porque si realmente vive así, ¿qué sucede? Lo que está haciendo es oponerse a la destrucción de ese intelecto que tanto venera, porque toda destrucción trae multitud de problemas. Posiblemente, al ver el efecto que tienen las actividades intelectuales en el mundo –las guerras, la competitividad, la arrogancia que genera el poder–, sienta miedo de lo que pueda suceder, sienta miedo de la falta de esperanza y de la desesperación del ser humano.
mientras exista esta división entre los sentimientos y el intelecto, uno dominará al otro, forzosamente uno destruirá al otro; no hay un puente que pueda unirlos. Es posible que haya escuchado estas charlas durante muchos años y, tal vez, haya hecho grandes esfuerzos para unir la mente y el corazón, pero ese esfuerzo es de la mente y, por tanto, la mente domina el corazón. El amor no pertenece a ninguno de los dos, porque el amor no tiene la peculiaridad de dominar. El amor no es algo creado por el pensamiento ni por el sentimiento; no es una palabra del intelecto o una respuesta sensorial. Cuando dice: «Necesito sentir amor y para conseguirlo tengo que cultivar el corazón,” en realidad lo que cultiva es la mente y así mantiene siempre a ambos separados; no se puede salvar el abismo que los separa y unirlos con una intención interesada. El amor está al comienzo, no al final de cualquier intento.
«Entonces, ¿qué he de hacer?»
Ahora sus ojos brillaban más; había un movimiento en su cuerpo. miró por la ventana y empezó lentamente a enardecérsele el ánimo.
No puede hacer nada. ¡olvide todo eso! Simplemente escuche; vea la belleza de esa flor.
CAPÍTULO 4
La meditación es la manifestación de lo nuevo. Lo nuevo está más allá y por encima del pasado repetitivo; la meditación es el final de esa repetición. La muerte que la meditación trae es la inmortalidad de lo nuevo. Lo nuevo no se halla dentro del área del pensamiento, y la meditación es el silencio del pensamiento.
La meditación no es un logro personal, no consiste en retener una visión, ni es la excitación producto de las sensaciones. Es como el río que, indómito, fluye rápido y rebasa sus márgenes. Es música sin sonido; no puede ser domesticada ni utilizada. La meditación es el silencio en el cual, desde el mismo principio, el observador ha cesado.
El Sol aún no había salido y a través de los árboles podía verse el lucero del alba. Había un silencio realmente extraordinario; no era el silencio que hay entre dos sonidos o entre dos notas, sino el silencio que existe sin razón alguna, el silencio que debió existir en los inicios del mundo. Y ese silencio llenaba todo el valle y los montes.
Los dos grandes búhos, llamándose uno al otro, no perturbaban ese silencio, y un perro que a lo lejos ladraba a la Luna aún visible, formaba parte de aquella inmensidad. El rocío era muy denso y el Sol sobresalía por encima del monte, lanzando destellos de innumerables colores y bañándolo todo con el resplandor de sus primeros rayos.
Las delicadas hojas de la jacarandá estaban cargadas de rocío y los pájaros venían a ella a darse su baño matinal, agitando las alas para que el rocío de las delicadas hojas humedeciera sus plumas. Los cuervos graznaban con su peculiar insistencia, saltando de una rama a otra e introduciendo bruscamente la cabeza entre las hojas, agitando las alas y acicalándose. Alrededor de media docena de ellos estaban posados sobre una gruesa rama y había muchos otros pájaros dispersos por el árbol, tomando su baño matinal.
El silencio se expandía y parecía ir más allá de los montes. Se escuchaba el habitual alboroto de los niños, sus gritos y sus risas; y la granja empezaba a despertar.
Iba a ser un día frío y ahora la luz del Sol cubría los montes. Eran montes muy viejos, probablemente los más viejos del mundo, con rocas de formas fantásticas que parecían haber sido cinceladas con gran esmero, colocadas una