Las aventuras de Huckleberry Finn. Марк Твен

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Las aventuras de Huckleberry Finn - Марк Твен Básica de Bolsillo

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tras un grupo de arbustos a unos seis pies de él, y me quedé con los ojos fijos en él. La luz del día se estaba volviendo gris ahora. Pronto, bostezó y se estiró, y se quitó la manta de encima, y ¡era el negro de la señorita Watson! No veas lo que me alegré de verlo. Le dije:

      —¡Hola, Jim! –Y salté.

      Él se puso en pie de un salto y me miró con la cara desencajada. Después cayó de rodillas, unió las manos y dijo:

      —¡No me hagas daño, no! Nunca le he hecho daño a ningún fantasma. Siempre me han gustado los muertos, y siempre he hecho por ellos lo que he podido. Ve a meterte en el río otra vez, que es donde debes estar, y no le hagas nada al viejo Jim, que yo siempre fui tu amigo.

      No tardé mucho en hacerle comprender que yo no estaba muerto. Nunca me había alegrado tanto de ver a Jim. Ya no me sentía solo. Le dije que yo no le tenía miedo a que él le dijera a la gente donde estaba yo. Seguí hablando, pero lo único que él hizo fue quedarse allí sentado mirándome, sin decir nada. Después le dije:

      —Ya es bien de día. Vamos a preparar el desayuno. Enciende tú un buen fuego.

      —¿Qué sentido tiene encender una hoguera para cocinar fresas y cosas así? Pero tú tienes una pistola, ¿verdad? Entonces podemos conseguir algo mejor que esas fresas.

      —Fresas y verduras –dije yo–. ¿De eso es de lo que te alimentas?

      —No pude conseguir ninguna otra cosa –me dijo.

      —Vaya, ¿cuánto tiempo llevas en la isla, Jim?

      —Vine aquí la noche después de que te murieras tú.

      —¿Qué? ¿Todo ese tiempo?

      —Sip, ese tiempo.

      —¿Y no has comido nada aparte de esa basura y cosas por el estilo?

      —No, señor; ninguna otra cosa.

      —Bueno, pues debes estar casi muerto de hambre, ¿no?

      —Podría comerme un caballo. Creo que sí, que podría. ¿Cuánto tiempo llevas tú en la isla?

      —Desde la noche que me mataron.

      —¡No! ¿Cómo? ¿De qué te has alimentado? Pero tú tienes una pistola; sí, tú tienes una pistola. Eso está bien. Ahora tú cazas algo y yo preparo el fuego.

      Así que fuimos hasta la canoa y mientras que él hacía el fuego en un claro cubierto de hierba entre los árboles, yo cogí harina de maíz y beicon y café, y la cafetera y la sartén, y el azúcar y las tazas de hojalata, y el negro se quedó muy asombrado porque pensó que todo era cosa de brujería. También cogí un buen bagre grande y Jim lo limpió con su cuchillo y lo frio.

      Cuando el desayuno estuvo preparado, nos recostamos en la hierba y nos lo comimos mientras estaba aún caliente y humeante. Jim se lo tragó con todas sus ganas porque estaba prácticamente muerto de hambre. Después, cuando ya nos habíamos hinchado, nos tumbamos y nos quedamos allí haciendo el vago.

      Después Jim dijo:

      —Pero entonces, Huck, ¿a quién mataron en la cabaña si no fue a ti?

      Entonces se lo conté todo y él dijo que era inteligente. Dijo que ni Tom Sawyer podría haber preparado un plan mejor que el mío. Después le dije:

      —¿Y cómo es que tú estás aquí, Jim? ¿Y cómo llegaste aquí?

      Parecía bastante inquieto y no me dijo nada durante un minuto. Después dijo:

      —Quizá sea mejor que no te lo cuente.

      —¿Por qué, Jim?

      —Bueno, hay razones. Pero tú no me delatarías si te lo contara, ¿verdad, Huck?

      —Que me maten si lo hago, Jim.

      —Bien, te creo, Huck. Yo, yo me escapé.

      —¡Jim!

      —Pero recuerda que dijiste que no me delatarías; sabes que dijiste que no lo contarías, Huck.

      —Bueno, sí. Dije que no lo haría y lo mantengo. De verdad que sí. La gente me llamaría vil abolicionista y me despreciarían por quedarme callado, pero a mí eso me da igual. No voy a decirlo, ni tampoco voy a volver allí de todos modos. Así que cuéntamelo todo ahora.

      —Bueno, pues fue así. La vieja señorita, o sea, la señorita Watson, se mete conmigo todo el tiempo y me trata bastante mal, pero siempre dijo que no me vendería para que me llevaran a Orleans. Pero me di cuenta de que había un tratante de negros que venía bastante por la casa últimamente, y empecé a sentirme inquieto. Así que una noche bajé silenciosamente hasta la puerta bastante tarde, y la puerta no estaba cerrada del todo, y oí a la vieja señorita decirle a la viuda que iba a venderme para que me llevaran a Orleans, pero que, aunque ella no quería, podrían darle ochocientos dólares por mí, y era un montón de dinero tan grande que no se podía resistir. La viuda intentó hacer que dijera que no lo haría, pero no me quedé para oír el resto. Salí disparado de allí rápidamente, como te lo digo.

      »Me largué corriendo colina abajo, esperando robar una barca en algún lugar de la orilla por la parte de arriba del pueblo, pero todavía había gente para acá y para allá, así que me escondí en la vieja tonelería derruida que hay en la orilla a esperar que todo el mundo se marchara. Bueno, estuve allí toda la noche. Siempre andaba alguien por allí. Mucho tiempo después, sobre las seis de la mañana, empezaron a pasar los botes, y sobre las ocho y las nueve en todos los botes que pasaban iban hablando de que tu papá había venido al pueblo diciendo que te habían matado. Estos últimos botes iban llenos de damas y caballeros que querían ver el sitio. A veces paraban en la orilla para tomarse un descanso antes de cruzar el río, así que por las conversaciones conseguí enterarme de todo lo del asesinato. Sentí muchísimo que te hubieran matado, Huck, pero ahora ya no.

      »Me quedé allí tumbado todo el día bajo las virutas. Tenía hambre, pero no tenía miedo, porque yo sabía que la vieja señorita y la viuda iban a salir para la reunión religiosa justo después del desayuno y estarían fuera todo el día, y ellas saben que yo me voy con el ganado al amanecer, así que ellas no esperarían verme por allí y no me echarían de menos hasta por la tarde después de que oscureciera. Los otros criados tampoco me echarían de menos porque ellos saldrían pitando para tomarse el día de vacaciones en cuanto que las viejas se hubieran quitado de en medio.

      »Bueno, pues cuando oscureció, tomé la carretera del río hacia arriba y caminé unas dos millas o más hasta donde no había casas. Había decidido lo que iba a hacer. Es que si seguía alejándome a pie, los perros me seguirían la pista; si robaba un bote para cruzar al otro lado, echarían de menos el bote, ¿sabes?, y sabrían dónde había de­sem­barcado yo al otro lado, y desde dónde seguirme la pista. Así que me dije, una balsa, eso es lo que necesito; no deja pistas.

      »Al rato, vi que se acercaba una luz, así que me metí en el agua empujando un tronco por delante de mí y nadé hasta más allá de la mitad del río, y me quedé entre los maderos que arrastraba la corriente con la cabeza pegada al agua nadando contra corriente hasta que apareció una balsa. Después nadé hasta la popa y me hice con ella. Se nubló y se volvió muy oscuro durante un rato, así que me subí y me tumbé sobre los tablones. Los hombres estaban

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